Entrevista | David Guardado Académico de la Llingua, autor del libro «Nunca vencida. Una historia de la idea d’Asturies»

"Asturias tenía una tradición federalista y autonomista que en la Transición se ignoró"

"La Santina de Covadonga es uno de los símbolos más transversales de nuestra región y trasciende cualquier ideología"

El filólogo y académico de la Llingua David Guardado.

El filólogo y académico de la Llingua David Guardado. / NAIARA PILO

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Filólogo, experto en tecnologías digitales –es el responsable de la gestión de proyectos en el departamento de Contenidos y Producto de Prensa Ibérica, el grupo editorial al que pertenece LA NUEVA ESPAÑA–, y desde hace unas semanas, académico de la Llingua. David Guardado (Gijón, 1970) es, además, el autor de un revelador ensayo historiográfico sobre Asturias, editado por La Fabriquina y prologado por la escritora Pilar Sánchez Vicente. Se titula «Nunca vencida. Una historia de la idea d’Asturies» y se presentará en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, en Oviedo, el 7 de junio, a las 19.30 horas, en un acto en el que estará acompañado por el expresidente del Principado Pedro de Silva, el historiador Javier Fernández Conde y el periodista Cristobal Ruitiña.

–¿Cuáles son los hitos que articulan la idea de Asturias?

–En el libro defiendo que hay un mito articulador de todos los demás, el del pueblo independiente y nunca vencido situado en un entorno geográfico singular, entre los montes y el mar. Todos los demás símbolos, hechos históricos o mitos forman constelaciones, mitologías, que giran alrededor del mito principal y varían en función de la perspectiva, el momento histórico o la ideología. Un elemento de este mito-paraguas es el supuesto carácter pionero del pueblo asturiano, lo que le da un carácter germinal, que genera legitimidad.

–¿El grandonismo esconde la falta de identidad de los asturianos o la conforma?

–Es una interpretación específica del mito del pueblo singular nunca vencido, pero que, en este caso, justifica la inacción, la parálisis. ¿Para qué vamos a hacer nada si ya somos los mejores? Son los demás los que «nos lo deben y no nos lo pagan». Desde mi punto de vista, el grandonismo está directamente relacionado con el discurso de la renuncia a la identidad propia que ha sido el dominante y ha sido promovido desde las instituciones desde hace más de siglo y medio: somos tan grandes que nuestra esencia es no ser, no tenemos necesidad de demostrar nada. La verdad, me parece conceptualmente un sinsentido con una carga ideológica de profundidad que nos ha llevado a donde estamos ahora.

–El líder de Vox elige Covadonga para uno de los actos de su campaña, ¿la ultraderecha se ha apropiado del mito fundacional de Asturias y de España?

–Covadonga y Pelayo en Asturias son absolutamente transversales desde el punto de vista ideológico o, al menos, lo han sido históricamente. El mito funciona al margen de la razón y de la ideología, y aunque las ideologías intenten apropiarse de él nunca lo consiguen plenamente. Es verdad que el nacionalismo español está reactivándose en los últimos años y utiliza estos símbolos porque forman parte de su narrativa histórica sobre España, pero en Asturias no se ha apropiado de ellos, porque su carácter mítico lo impide. Asturias es impermeable a esa apropiación que sí se da en cuanto se sale de nuestras fronteras. Aquí se entienden como símbolos asturianos comunes y creo que a la gente le molesta en unos casos o hace caso omiso, en otros, a ese intento de apropiación de la ultraderecha.

–La Santina, ¿el símbolo que más une a los asturianos?

–Es uno de los símbolos más transversales y que también trasciende a las ideologías. Por ejemplo, Alfonso Camín defendía la causa antifranquista escribiendo sobre la necesidad de un «Pelayo, capitán de la Santina» que liberara a Asturias del fascismo y es conocido el episodio de protección a la Santina por parte de las autoridades republicanas asturianas. Precisamente por eso llama la atención cómo la propia iglesia en los últimos años, retomando discursos muy reaccionarios, ha politizado un símbolo que trasciende lo religioso asociándolo a conceptos políticos como la defensa de monarquía o de un modelo territorial partidista.

La monarquía se identifica con Asturias buscando legitimidad en momentos de crisis o cambios; pasó con los Austrias, con los Borbones, en el siglo XIX y el XX, y pasa también en el XXI

–A efectos identitarios, ¿qué le debe Asturias a Roma?

–Pues esto es un poco como lo de «La vida de Brian». ¿Qué han hecho por nosotros los romanos? La romanización es muy importante, fundamental, para configurar nuestra identidad, empezando por la propia lengua, pero en el análisis que yo hago lo que me interesa es la interpretación de esa romanización y cómo ésta, independientemente de la realidad histórica, se idealiza o se denosta por motivos ideológicos. Desde las corrientes ideológicas unitaristas y nacionalistas españolas, la romanización se ha visto en líneas generales como el primero de los procesos de la deseada y natural unificación política peninsular, mientras que desde el federalismo y el autonomismo se ha leído como uno de los intentos, infructuosos y artificiales, como todos los demás, de unificar la diversidad.

–¿Pueden convivir las dos grandes líneas de pensamiento sobre la identidad regional: Asturias cuna de España y núcleo irreductible e independiente?

–Sí pueden convivir, y han convivido, porque no tienen por qué ser antagónicas. La defensa de la independencia asturiana es siempre la base del discurso, pero ese elemento se puede inscribir en narrativas muy distintas: en defensa de la independencia asturiana sin más pero también de la independencia de España, de la liberación social, de la defensa de la religión o de legitimación de la monarquía. En realidad, de casi cualquier cosa.

–¿Por qué en Asturias no ha arraigado el discurso independentista?

–La historia de cada lugar es distinta, pero en Asturias sí ha existido una tradición autonomista y federalista en los siglos XIX y XX que cuando llega la Transición se desconoce, se ignora o se ningunea. Creo que ese es uno de los grandes lugares comunes con los que hay que romper, el de la supuesta falta de tradición autonomista y el de que la poca tradición que existe es derechista o reaccionaria. El autonomismo ha sido transversal y ha tenido una especial importancia en la izquierda en los siglos XIX y las dos primeras décadas del XX.

–¿Qué lugar ocupa la llingua en toda esa compleja estructura identitaria?

–El asturiano es un elemento fundamental para entender las distintas concepciones de Asturias; es un elemento que molesta porque es un impedimento para construir la fantasía de una España uniforme y desde los discursos que ponen en primer plano la singularidad asturiana es, lógicamente, un elemento fundamental.

–¿Los ideólogos a tener en cuenta para construir la identidad contemporánea de Asturias?

–La ideología unitarista tiene dos referentes principales en la Restauración, José Posada Herrera y Alejandro Pidal y Mon, los representantes de la corriente liberal y conservadora del unitarismo monárquico, aunque la figura más importante es, sin duda, Ramón Menéndez Pidal, cuyo pensamiento sigue condicionando hoy el discurso dominante y que consiguió, gracias a su prestigio intelectual, impregnar de discurso unitarista a gran parte de la derecha y la izquierda. También Fermín Canella, una figura poliédrica porque es uno de los padres del pensamiento asturianista y, a la vez, quien encapsula en su obra «Asturias» y en las celebraciones de 1918 la idea de Asturias en el patrón unitarista, monárquico y religioso. Y por supuesto, Conceyu Bable –Xuan Xosé Sánchez Vicente, Amelia Valcarcel, Xosé Lluis García Arias y otros– que en los 70 generan el nuevo paradigma asturianista, adaptado al resurgimiento del autonomismo y la llegada de la democracia. Yo incluiría en este paradigma asturianista que retoma el hilo del olvidado federalismo a Pedro de Silva, con «El Regionalismo asturiano», un libro pionero en el que en 1976 denuncia «la dimisión histórica» que yo identifico con el discurso de la renuncia.

–Cuenta que Gustavo Bueno opinaba que definir Asturias como nacionalidad era de paletos.

–Esa percepción, al igual que la contraria, es meramente ideológica. Cuando Bueno hacía esa afirmación estaba interviniendo en un debate sobre el Estatuto de Autonomía y estaba reproduciendo el discurso propio del relato del nacionalismo español. Podríamos poner decenas de declaraciones similares, sobre el caso asturiano y sobre otros: Unamuno hablaba hace cien años del regionalismo gallego en los mismos términos. Es un lugar común de la visión de España unitaria y uniforme: la diversidad, lo regional o nacional periférico, se identifica con lo paleto y lo aldeano; así, a través de la descalificación, se evita entrar a un debate político real.

–¿Y la identificación de Asturias con la monarquía?

–Es la monarquía la que se identifica con Asturias buscando legitimidad en momentos de crisis o cambios: pasó en la época de los Austrias, de los Borbones, en el siglo XIX y en el XX, y pasa en el XXI. Son los sectores que en Asturias pretenden mantener los relatos dominantes los que identifican Asturias y la monarquía, como un dique de contención discursiva. El ejemplo más claro es el de la Transición cuando se produce una confluencia de intereses entre una monarquía cuestionada por su identificación con el franquismo y unos sectores interesados en quitar a Asturias el halo de mitología izquierdista y revolucionaria. En ese contexto tenemos que entender la recuperación del nombre del Antiguo Régimen, Principado de Asturias, una auténtica excentricidad del modelo autonómico español, que tiene una motivación ideológica.

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