El gasómetro

En los orígenes fue una careta de cartón

Un apunte sobre el espíritu festivo, libre, crítico y creativo que caracteriza la fiesta del Antroxu

Hace varias décadas el Carnaval nada tenía que ver con lo que ahora conocemos. En mis tiempos del instituto era frecuente la compra de caretas, un cartón dibujado con una molesta goma para sujetarlo por detrás de la cabeza. Obviamente, las figuras que representaban aquellas caretas eran personajes del comic, artistas o jugadores de fútbol de los grandes equipos de entonces. No había caretas con el rostro de los políticos del momento, básicamente porque sólo había uno conocido y no parecía gustarle mucho esto del Carnaval, mucho menos ser objeto del dibujo de un cartón. El uso de la careta solía ir acompañado del hábil manejo de huevos rellenos de confeti con el que podías recibir, o viceversa, a tus no mejores amigos.

Como siempre en la historia de la humanidad, empeñarse en impedir la expresión libre de los ciudadanos suele terminar en fracaso y así irrumpió el Carnaval en su plenitud recuperando el espíritu festivo, libre, crítico y creativo que siempre ha representado en la historia. Nuestro Avilés ha sido capaz, como en otras cosas, de marcar el camino gracias al entusiasmo de unos pocos y al creciente apoyo de la ciudadanía; todos tenemos marcado en el calendario el Descenso de Galiana como punto álgido de la fiesta. Sea o no su origen el deseo de divertirse intensamente antes del recogimiento marcado por el periodo de Cuaresma, el Carnaval supera la influencia religiosa y no importa seguir o no el rito religioso hasta la Pascua, lo que importa es mostrar con libertad y creatividad la crítica inteligente a todo aquello que es merecedor de esa crítica.

Cada año hay un "trending topic" en la temática de los grupos y comparsas que llenan las calles en estos días. Apostaría a que este año el trampantojo de los trenecitos motivará a unos cuantos. Otros aprovecharán para mostrarse como no pueden hacer en condiciones normales. Los más actualizados incluirán a los árbitros del fútbol representados por un personaje, Enríquez Negreira, que, aunque recordado como árbitro por los que ya sólo peinamos canas, ahora se nos aparece como un oscuro hombre de negocios ligado a un club que cada año se acerca más a aquello que decían… "més que un club".

Así, de la casi clandestina careta de cartón hemos pasado al esplendor de la imaginación popular, demostrando que no hay norma capaz de impedir la construcción de cualquier artilugio que permita deslizarse por la hermosa Calle Galiana bajo la espuma y entre el divertimento de miles de ciudadanos más libres que nunca.

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