Breve historia del Padre Ángel

La vida del sacerdote nacido en Mieres en 1937, un inspirador ejemplo de entrega y servicio a los más necesitados.

Adrián Vega

Adrián Vega

La historia del Padre Ángel, una figura destacada y querida en Mieres, se remonta a un período turbulento en España, marcado por la guerra civil en marzo de 1937. En aquellos tiempos inciertos, Amalia, una vecina de La Rebollada, se puso de parto y se dirigía a casa de su madre en busca de ayuda. Sin embargo, el destino tenía preparado un giro inesperado, pues nuestro protagonista, uno de los hijos más ilustres que Mieres haya dado, nacería en un modesto chigre de La Pasera un buen 11 de marzo.

Breve historia del Padre Ángel

Breve historia del Padre Ángel / Adrián Vega

Aquel niño encarnaba una fascinante mezcla de dos tierras y dos mentalidades opuestas. Por un lado, su padre, Kiko Parra, con raíces vascas, gozaba de gran popularidad en el pueblo, destacando por su inclinación religiosa y conservadora. Dedicaba su vida laboral a la Fábrica de Mieres, entregado a las tareas vinculadas con la chapa.

Por otro lado, su madre, originaria de Os Peares en Galicia, presentaba una mentalidad más progresista, con una menor inclinación hacia lo religioso y participaba de manera activa en la carbonería de su padre, ayudándole con el camión en el reparto.

Relata cómo su bautizo fue postergado con la esperanza de que la guerra finalizara pronto y con la ilusión, además, de contar con la intervención de un tío suyo (hermano de su padre) quien era sacerdote en Bimenes, para oficiar la ceremonia en La Rebollada. Decidieron, por lo tanto, mantenerse a la espera hasta que, cuando ya contaba con tres o cuatro años de edad, su madre tomó la decisión de agarrarlo de la mano y llevarlo hasta la Iglesia de San Juan Bautista en Mieres para que fuera bautizado.

Dice con cierta envidia sana que su hermana Josefina sí pudo ser bautizada en La Rebollada: "todo un privilegio que no tuve yo", esgrime con cierta pena. Aunque aquel bautismo también dejaría una anécdota según le relató posteriormente su madre, pues el sacerdote le preguntó si deseaba ser bautizado, a lo que él respondió con una determinación sorprendente para su corta edad: "No, lo que quiero es ser cura".

Durante aquellos días oscuros, Mieres también estaba expuesto a los horrores de la guerra. De hecho, cuenta de forma inquietante cómo una bomba llegó a penetrar por la buhardilla y, según indica, se incrustó en la cocina de la casa de sus padres; aunque afortunadamente, aquella bomba no llegó a explotar, evitando así una horrible tragedia.

Además, la familia ya había enfrentado situaciones extremadamente difíciles. Su padre mantenía una amistad con Luciano Fernández Martínez, el cura de La Rebollada durante los sucesos de la revolución de octubre de 1934. Desgraciadamente, este fue capturado por un grupo de milicianos, quienes lo ejecutaron cruelmente en el cementerio de Loredo. Su padre nunca le comentó demasiado sobre aquel suceso, pues "los paisanos de antes eran muy prudentes y había que sacarles la información a cuentagotas", matiza.

Del mismo modo, el "Padre Ángel" recuerda una experiencia impactante de su infancia cuando, a los 6 o 7 años de edad, acompañó a su madre a visitar a su abuelo, quien estaba recluido en Mieres. De forma similar, cuenta como por aquella época le impresionó mucho ver a su tía con el pelo rapado al cero, un acto utilizado para humillar a las mujeres y sembrar el miedo en la población.

En contraste, uno de los recuerdos más entrañables de su infancia es la figura de Don Dimas Camporro, el cura de La Rebollada de la postguerra. Un cura alto, con buen porte y misterioso que brindaba un trato especial a las familias que habían perdido a un ser querido, a quien no duda en calificar como "héroe" y "líder". Cuenta todavía, con admiración, que cuando traían a algún maqui fallecido del monte, Don Dimas siempre colocaba cinco pesetas bajo la almohada de la viuda para socorrer a aquella familia.

También atesora un gratificante recuerdo de aquellos tiempos en los que Pacita, una amable vecina del Cañu de la Salud que trabajaba en el economato de la Fábrica de Mieres, le enseñaba el catecismo de manera muy amena y práctica. Fue ella quien ejerció como su catequista, preparándolo para recibir la primera comunión en la Iglesia de La Rebollada; un emotivo recuerdo que ha cumplido 70 años el pasado 28 de mayo.

Pero aquella celebración no concluyó únicamente con la ceremonia religiosa, sino que culminó de manera dulce, pues el sacerdote, en un gesto generoso, obsequió a todos los niños que realizaron su primera comunión con un delicioso chocolate con churros en Casa Farpón. Por gestos así, expone en su iglesia de San Antón en Madrid una fotografía de dicho cura como si de un santo se tratase.

Otro de los momentos más significativos que Gelín experimentaría en su vida sería su primer acercamiento hacia las minorías étnicas en La Rebollada. Allí observó con admiración cómo un grupo de gitanos deambulaba por la zona, así que cautivado por su estilo de vida itinerante, decidió unirse a ellos en su carro y partir hacia Mieres sin dudarlo, saltándose ese día el colegio y preocupando a su madre.

Al regresar a altas horas de la medianoche, su madre suspiró aliviada al verlo sano y salvo. Con cariño, preparó una abundante cena, deseando que aquel susto quedara grabado en su memoria como una lección valiosa de la que aún se emociona al recordar ese peculiar castigo, afirmando que solo un padre podría llevarlo a cabo.

Por otro lado, su estancia en el colegio de La Rebollada hasta los diez años estuvo llena de contrastes. Aquella antigua escuela, ubicada en el barrio de La Malateria y que mantuvo sus puertas abiertas hasta los años ochenta del siglo pasado, sería testigo de una pequeña trastada suya cuando con apenas cuatro años, le lanzó directamente a su maestro el banco que debía llevar para sentarse, como gesto de rebeldía pues este le había dicho algo que no le había gustado.

Aunque afortunadamente, también tuvo en su camino escolar la fortuna de contar con maestras excepcionales como Encarna o Carolina, quienes se convirtieron en verdaderas segundas madres para él, que no solo le enseñaron a leer, sino que también le brindaron lecciones invaluables sobre hábitos cotidianos, "como lavarse las manos adecuadamente o tratar con respeto a los demás".

De aquella tierna infancia, recuerda con especial cariño a sus amigos Sandalio Fernández, autor del peculiar libro "Historia humana de La Rebollada" y Manuel Álvarez Ferrera, conocido sobradamente por todos como "Lito el de La Rebollá", a quien consideraba como un hermano. Este había iniciado su trayectoria política en la Juventud Obrera Cristiana y luego se unió al Partido Comunista de España, sumergiéndose en el movimiento comunista asturiano.

Posteriormente, en una emotiva visita a Lito en la cárcel de Oviedo, este señaló las diferentes sendas que habían tomado: uno en el seminario y el otro tras los barrotes. Sin embargo, Ángel no pudo evitar admitir que la situación en el Seminario tampoco era tan diferente, pues él también se sentía en cierto modo encarcelado.

Finalizada la etapa educativa en su pueblo, emprendió a los diez años un emocionante capítulo, viajando cada día en el tren de la Fábrica hacia Mieres. Allí, con entusiasmo y curiosidad, se adentró en el colegio de los hermanos de La Salle, un centro educativo con una rica historia que remonta su creación en 1904, impulsado por la inspiradora visión de Eustaquio Ballestero Rodrigo.

Durante su estancia, tuvo la suerte de conocer al hermano Leandro, un fraile joven y afable que se convirtió en una figura cercana, una suerte de segundo "Don Dimas" para él.

Finalmente, ya en el año 1949, Gelín dio un paso decisivo en su camino al ingresar en el Seminario con una modesta maleta de madera. En aquel sitio, forjaría una amistad inquebrantable con Ángel Silva, otro nativo de Mieres. Una persona con la que "sufrí y me reí durante muchos años" y con la que se "enfrentó a todos los poderes políticos y religiosos", afirma. Desafortunadamente, Ángel Silva falleció este mismo año, dejando un vacío enorme en su corazón.

Recuerda con cariño uno de los primeros trabajos que ambos tuvieron en el Seminario, trabajando con la comunidad gitana en Oñón en Mieres, donde solían estar la mayoría de ellos residiendo. Allí aprendieron el lenguaje de los gitanos. Tenían apenas entre 18 y 20 años, y este encuentro sembraría en ellos las semillas de la comprensión y el servicio hacia aquellos que a menudo son marginados.

Finalmente, tras completar doce años de formación en el seminario, el "Padre Ángel" sería ordenado en el año 1961. Tan solo un año después, en octubre de 1962, emprendería una valiente y conmovedora aventura al fundar en Oviedo la Asociación "Cruz de los Ángeles" con el objetivo de proporcionar atención y cuidado a niños desamparados que se encontraban sin hogar ni familia.

Con el paso del tiempo, aquella asociación se transformó en el embrión de lo que hoy conocemos como "Mensajeros de la Paz", una destacada ONG que en 1994 fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y que en la actualidad tiene presencia en más de 75 países.

Presente en actos conmemorativos en su querido Mieres, donde nació y descubrió su vocación, su vida es un testimonio de generosidad y entrega hacia los más necesitados, y actualmente, a sus 86 años, sigue abrazando el lema "Ora et labora", trabajando incansablemente por los más desfavorecidos. Es un ejemplo inspirador de entrega y servicio, y por ello, desde estas líneas, me atrevo a expresar el deseo de que su nombre sea considerado para recibir con justicia la Cruz Oficial de la Orden del Mérito Civil, en reconocimiento a su extraordinaria labor en pro de la comunidad.

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