Velando el fuego

Babel

La obra de Mariano Portugués expuesta en la Pinacoteca de Langreo

Una de las obras de Mariano Portugués expuesta en la Pinacoteca de Langreo.

Una de las obras de Mariano Portugués expuesta en la Pinacoteca de Langreo. / javier g. cellino

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Sumergirse en las mareas de la pintura es iniciar un viaje repleto de emociones y experiencias en busca de la Ítaca particular de cada creador. Durante el trayecto, el navegante que se precie ha de ir dejando sus huellas en cada giro, de modo que sea fácil distinguir su itinerario para quienes estén interesados en profundizar en su obra.

Cuando entramos en la exposición de Mariano Portugués, en la Pinacoteca de Langreo, pronto nos damos cuenta de que su legado es fácilmente reconocible. Basta para ello con tomar el timón en el cuadro "Paraguas rotos" (2016), donde hay ventanas, para darse cuenta de que ventanas, luego muros, y así sucesivamente ventanas y muros, van conformando un mosaico de 32 colores que enmarca la geografía pictórica del langreano.

Su primera etapa "naif" (espontánea e ingenua a un tiempo), va dejando su lugar a un Art Brut (o arte marginal establecido fuera de los límites oficiales) que explota, por último, en lo que de momento es su punto de llegada: el conceptualismo, entendido como tendencia artística fundamentalmente mental y perteneciente al campo de las ideas.

Sobre el nombre de la muestra, "Babel", podríamos aventurar que guarde relación con la torre del mismo nombre; pero, a un tiempo, tampoco sería descartable que ese caos y confusión al que alude, forme parte de un plan premeditado del artista, a modo de un trampantojo, una ilusión óptica con la que Mariano pretende jugar con el espectador. En todo caso, es de agradecer esta narrativa cromática a la que nos convoca.

Si tuviéramos que profundizar en los grandes amores del pintor, veríamos que forman una pirámide en cuyos límites superiores se encuentra el Dios Picasso (el genio más grande de todos los tiempos, según la opinión de Mariano), y acompañado por otro maestro, como Robert Delaunay, precursor del orfismo (una variación del cubismo de la época) y en donde cada figura y color tienen un aporte independiente en el todo. Tal es la pasión que Mariano siente hacia los colores que a buen seguro no dudaría en hacer suya la frase de Paul Klee: "El color me ha capturado. A partir de hoy, el color y yo somos la misma cosa". Y por si se necesitara alguna demostración, decir que solo emplea colores puros (no usa la espátula ni mezclas de ningún tipo).

Convencido de que no es posible concebir el arte si no se estudia y se acaba sabiendo de arte, una parte de su tiempo la dedica a visitar los museos más importantes: París, Alemania o Nueva York, entre otros, supieron de sus visitas a galerías de pintura y centros artísticos en donde se visibilizan las huellas de los grandes maestros. Si los museos son lugares propicios para el surgimiento de pulsiones reveladoras, a uno de ellos, el Ludwig de Colonia, debe Mariano la luz que lo acompaña desde entones: la convicción de que en el siglo XX se aloja la expresión más rotunda del arte moderno, y de que él no puede permanece al margen de su llamada.

Mientras encuentra un espacio mayor en el que poder demostrar su talento (acrílicos, óleos, o la fotografía, entre tantas otras técnicas "explotarían" en sus manos), Mariano, siguiendo el pensamiento de Kavafis, no apresura su viaje, sino que disfruta día a día de sus experiencias. Sabe que un día arribará a Ítaca, y que entonces la Idea, su destino y también el motor iluminador de sus creaciones, le habrá hecho más sabio definitivamente.