Opinión

La infancia perdida

Nuestras ciudades, nuestra sociedad, está llena de ángulos ciegos que atrapan a muchas más personas de las que nos imaginamos. Sobre todo, a aquellas que viven con mayor fragilidad la vida. Ángulos ciegos que nos desconciertan por parecernos imposibles, inverosímiles. Grietas, en muchas ocasiones, alimentadas por nuestras maneras de vivir, convivir y cuidar lo común.

Esta semana saltaba la noticia. Doce personas detenidas por perpetrar un nivel de abuso a menores inimaginable. Si pudiéramos encontrar mayor singularidad al hecho, esas menores estaban bajo la protección de nuestro sistema. Curioso que quienes están a priori protegidas vivan ese nivel de desprotección.

Ante esto, mucha gente lanzará proclamas contra quienes están moviendo el sistema de protección en Asturias. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué está pasando?... Otros valorarán que sin la intervención y denuncia de los equipos de acompañamiento de los recursos, sin ese sistema, esto nunca se hubiera podido investigar y atajar. Cada uno que se sitúe donde quiera, pero pensemos y reflexionemos.

¿Por qué pasa esto? ¿Por qué existen tantos ángulos ciegos que pulverizan los proyectos de vida de tantas personas? Alrededor nuestro sobreviven ante la adversidad, la vulnerabilidad y la falta de oportunidades más 200.000 asturianos. Muchísimos, menores. Niños, niñas y adolescentes que no han podido, pueden y, lamentablemente, podrán vivir la etapa más importante de nuestro desarrollo con la quietud necesaria. La misma quietud que alimenta la inacción ante lo que está por hacer y cambiar para que esto no ocurra.

Historias de vida que deberían romper nuestra alma como sociedad. Que nos deberían indignar. Una indignación que debe traducirse en un compromiso que vaya más allá de la restauración o la protección cuando el daño es tan doloroso y complejo. Es indudable que, ante este nivel de vulnerabilidad y exclusión, nuestro sistema social de protección actual necesita más recursos. Pero también una evolución para avanzar de la guarda al desarrollo, del asistencialismo a la inclusión y transformación de guiones preconcebidos en una película que arroja para sus protagonistas pocas esperanzas. Sistema que necesita más conexiones con el resto de los sistemas públicos para ser más eficiente, para situar, de verdad, a las personas en el centro.

Pero la gran revolución debería pasar por una verdadera apuesta por la prevención y la promoción; por el desarrollo social y comunitario. Por un diálogo constante entre salud, educación, cultura, deporte, bienestar social... desde los profesionales, desde los servicios públicos, desde la sociedad civil, desde los protagonistas: niños, niñas, adolescentes, familias. Necesitamos que desde los derechos de la infancia generemos planes y programas que nos ayuden a reducir y evitar todo ese sufrimiento existente a nuestro alrededor. Necesitamos más educación social, más educación en el tiempo libre, más acción comunitaria. Más intencionalidad por redistribuir unas oportunidades que parecen no llegar a quienes más las necesitan. Necesitamos llenar de luz esos ángulos ciegos que cercenan tantas vidas. Alcaldesa, consejera, presidente... ¿Lo hacemos?

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