"Se ha ido a dormir", dijo Mauro César Cid, el ayudante de Jair Bolsonaro, cuando algunos de sus ministros trataron de hablar con el presidente derrotado en las urnas y saber qué decir a los atribulados simpatizantes de la ultraderecha. La noche del domingo le perteneció por completo a Luiz Inacio Lula da Silva. El hombre que gobernará Brasil por tercera vez a partir del 1 de enero de 2023 evitó recurrir a sus dotes de gran orador e improvisador al hablar en San Pablo ante sus seguidores y aliados. Leyó un discurso escrito como un gesto más de cautela, luego de horas de temores. Es posible que Bolsonaro, dueño del 49,10% de los sufragios, hable a los brasileños este lunes y arroje algunas claves sobre la transición. Quedan dos meses de su Gobierno que, a ojos de los analistas, presagian contratiempos y, quizá, tormentas. Por eso, las horas de festejos en las calles se poblaron también de sigilosas preguntas y preocupaciones sobre el futuro.

"La victoria fue de la democracia luchando contra la autocracia”, dijo Míriam Leitão, columnista estrella del diario carioca O Globo. "Brasil vuelve a respirar", consideró el escritor Fernando Gabeira, en la misma publicación. "Es un día para celebrar en nombre de muchas cosas. De la selva, de los pueblos originarios, que habrían sido destruidos sin piedad con la continuidad de Bolsonaro. Para la humanidad, que, ante la posibilidad de proteger el Amazonas, puede respirar un poco más tranquila ante la amenaza del cambio climático". La gigantesca tarea de recuperar el rumbo no depende solo de un Lula que, a su modo, también puso el acento en la necesidad de pasar de página. "Hay que desarmar los espíritus", dijo el vencedor de las elecciones con el 50,9% de los votos. "Habrá que aprender a distinguir a los conservadores de los reaccionarios, a mostrar a los religiosos de buena fe que se equivocaron al creer en líderes espurios", señaló en ese sentido Gabeira, autor de Democracia tropical, un ensayo sobre la destitución de la presidenta Dilma Rousseff por el parlamento, en 2016.

El problema de la polarización

El diario paulista Estado consideró que, tras años de enfrentamientos, Lula tiene "el deber de enfriar los ánimos". Su victoria, añadió, "está lejos de representar una solución para el país. Es, de hecho, un nuevo reto". Para Ligia María, columnista de Folha, el clima bélico de la campaña electoral se trasladó a todas las esferas de la vida de la sociedad y no es de fácil disolución. "Los padres se pelearon con sus hijos, las parejas se separaron y las amistades se rompieron". El daño, "ya está hecho" y "no se vislumbra un cambio en el horizonte cercano".

El Congreso pondrá en escena los límites de la política de concordia de Lula. La ultraderecha contará a partir de 2023 con la bancada mayoritaria. El 24% de los escaños pertenecerá al PT, un número insuficiente para detener una embestida contra el futuro presidente. Por otra parte, Lula tendrá gobernadores aliados en 11 estados, incluidos cuatro gobernadores del PT. Sin embargo, deberá lidiar con 14 estados opositores, especialmente en el Sur, el Sudeste y el Centro-Oeste del país. Y, a la vez, en breve se sabrá cuáles serán los movimientos de la ultraderecha más activa tanto en las redes sociales como en las calles. El bolsonarismo es un movimiento de masas y una señal de peligro permanente por muchos años.

De la proeza a la realidad

Cuatro años atrás, Lula fue condenado por el juez Sergio Moro en una causa que terminó revelándose escandalosa y fue anulada por el Tribunal Supremo. "La democracia es así. El resultado de una elección no puede sobrepasar el deber de responsabilidad que tenemos con Brasil", dijo el exjuez, quien luego fue ministro de Seguridad de Bolsonaro, se peleó con el capitán retirado y en 2023 será senador por un partido conservador.

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Los seguidores de Lula da Silva celebran su victoria en las elecciones brasileñas Reuters

El futuro mandatario estuvo recluido 580 días. Al salir, llevó adelante una empresa colosal, "a la altura de los más épicos viajes de superación", según Roberto Andrés, columnista de la revista Piaui. En noviembre de 2019, al abandonar la cárcel, pocos creían que sería eso posible. Sucedió. El próximo Gobierno "tendrá una tarea aún más ardua que la emprendida hasta ahora. En los últimos tres años, Lula y el PT han hecho bien lo que dominan: articulaciones, negociaciones, campañas. A partir del próximo año, tendrán el reto de reconstruir un país destrozado, de dialogar con un Congreso cuyo fisiologismo tradicional se ha radicalizado hacia la derecha, y de dar dirección a un Gobierno formado por una coalición heterodoxa. Todo ello requerirá también superar los límites de la primera versión del lulismo".

La herencia social

En su primera alocución, el vencedor de la contienda subrayó el carácter intolerable de la pobreza. En 2003, cuando Lula inició su primer mandato, puso en marcha políticas de redistribución de la renta que no afectaron los intereses de la elite económica y se vieron beneficiadas por el crecimiento de la economía global. La mitad más pobre de la población brasileña aumentó su participación en la renta total del 11% al 12% entre 2001 y 2015, mientras que el 10% más rico pasó del 54% al 55%. A su vez, el 1% más rico vio crecer su participación en la renta del 25% al 28%. Fueron los sectores medios los que vieron caer su cuota de ingresos del 34% al 32%. Ese fue el fermento de la aversión al PT que terminó con en el golpe parlamentario contra Roussef y, luego, la llegada de Bolsonaro al Palacio Planalto.

Pedro H. G. Ferreira de Souza, autor de 'Una historia de la desigualdad', estimó al respecto que Brasil fallará otra vez si Lula no puede enfrentar los privilegios del 1% más pudiente. El mandatario electo lo sabe, y por eso, como hace 20 años, le recordó a la sociedad que, ante todo, es imperativo "garantizar que todos los brasileños tengan diariamente un desayuno, un almuerzo y una cena".