Entrevista | José Feito Economista

"Llegué a Lavio de La Habana y sentí el choque de la miseria, la ignorancia y la brutalidad"

"El comisario Ramos me dijo: ‘Vamos a hacer un viaje largo’, y me pusieron en la frontera de Francia por mi actividad política estudiantil y porque era cubano"

El economista José Feito Fernández, en la plaza del Fresno. | |  IRMA COLLÍN

El economista José Feito Fernández, en la plaza del Fresno. | | IRMA COLLÍN / Javier Cuervo

Javier Cuervo

Javier Cuervo

José Feito parece en la fotografía un profesor francés de La Sorbona, pero es un cubano hecho de asturianos por los cuatro costados y reconocido español en la democracia. La nacionalidad complicó una vida que nunca quiso sencilla y tiene de escenarios La Habana, Lavio, Oviedo, París, Leipzig, Berlín y Madrid, para construir, con paso irregular, una formación de profesor mercantil, auditor de cuentas y un currículo muy variado.

«Mis ideas venían de La Habana y siempre me interesó el desarrollo económico –por qué unas empresas van a la quiebra y otras prosperan, por qué unas áreas del mundo se desarrollan económicamente y otras no y por qué hay ricos y pobres– y el desarrollo económico vinculado al territorio. Esas dos ideas claves me ayudaron a ganarme la vida. Eso muy vinculado a la migración. Un autor alemán dice que la migración es una innovación geográfica y que la innovación es una migración mental».

Por el medio, siempre Karl Marx, al que llegó por la literatura: «Leí la ‘Santa Juana de los Mataderos’, de Bertold Brecht, donde se describe una crisis de sobreproducción. Después los manuales de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, el Nikitin...». Cuando supo alemán leyó a Marx en su idioma y aprendió, para el resto de su vida, que en España se le conoce muy poco. Militó en el Partido Comunista de 1961 a 1981.

Ha tenido mil trabajos. Casado y divorciado, tiene una hija que le ha dado tres nietos. Ha formado una pareja de hecho hace 10 años. 

–Nací en una clínica de La Habana en 1943. Tengo una hermana, Marina, 5 años menor.

–¿A qué se dedicaba su padre?

–José Feito Fernández, nacido en La Habana, era taxista e hijo de un cochero de coches de caballos en Cuba al finalizar el siglo XIX. Los vaqueiros siempre se dedicaron a cosas de moverse: el comercio, el transporte y la ganadería de vacuno trashumante. Vino aquí a estudiar y cuando tenía 18 años volvió a Cuba porque no había futuro y podían llamarlo a combatir en África. Siempre habló de la conveniencia de tener dos pasaportes. En tiempos de la República volvió a Lavio (Salas) y, yendo a cazar, conoció a mi madre en Castañedo (Valdés). Se llevaban 11 años.

–¿Cómo era?

–Tuvo una vida bastante dura. Escribía de corrido, en una sola palabra. Mi madre, que tenía buena caligrafía, lo corregía, pero cortaba las palabras por donde no era. Era culto; mi madre, no. Me llevaba a la feria del libro de La Habana a partir de los 5 años.

–¿Tenía ideología?

–Era simpatizante del Partido Socialista Unificado de Cuba, comunista. Plantando pinos en un monte que tenemos, La Esquita, me explicó que existían los ciclos económicos. Ahí empezó mi interés por la economía.

–¿Qué le decía?

–Que cuando hay guerra en Europa, en América nos va bien, que en la retaguardia siempre hay mucho comercio –nunca decía una frase con un solo sentido– y que el ciclo, a parte de que crea condiciones para los cambios sociales, hay que aprovecharlo a nivel individual.

–¿Cómo era en casa?

–Autoritario, pero no pegaba.

–Hable de Piedad, su madre.

–Era una mujer bondadosa. La quería todo el mundo y mantenía el nexo de la familia extensa, consanguínea y política.

Juan Cueto fue el encargado de decirme que dejaban el PC y pasaban a la acción directa

–¿Qué recuerda de La Habana?

–Ir con mi abuela cruzando el Parque Central, junto a la estatua de José Martí, al Centro Asturiano de La Habana, donde estudiaba Primaria en el laico Plantel Jovellanos. En frente estaba el Centro Gallego y luego el Capitolio.

–¿Nunca volvió a La Habana?

–No. No hubo circunstancias. La gente con la que pude ir no me convencía y, al ser cubano, no podía hacer la misma ruta que los españoles.

–¿Qué rapacín era usted?

–Excesivamente sentimental.

–¿Y estudiante?

–Muy bueno. En unas calificaciones el profesor pone que «extraordinariamente inquieto, extraordinariamente inteligente, ojalá pudiera decir otro tanto de su conducta». Me pilló saltando de pupitre en pupitre.

–¿Su vida se ha parecido a eso?

–Sí.

–¿Por qué volvieron?

–Mi madre volvió muy contenta porque llevaba 10 años en La Habana, sus padres eran mayores y tenía ganas de verlos antes de que muriesen. Mi padre contaba que en Cuba la cosa se ponía económicamente mal.

–¿Cuándo vinieron a España?

–En 1952, cuando terminó el racionamiento. Vinimos mi hermana, mi madre, mi abuela y yo, Tenía 9 años. Me bautizaron para venir, porque era recomendable hacer la primera comunión. Mi padre no se atrevió a volver hasta 1956, cuando estaban avanzados el regreso de los embajadores y las conversaciones con los americanos para las bases.

–¿Por qué tanto ir y venir?

–Una posible explicación es la herencia cultural vaqueira: mi abuela paterna, cuando oía en casa una conversación de viaje, ponía su maletina cerca de la puerta. Otra es la historia de España: mi padre nunca estaba seguro de un sitio ni de otro. Hizo la inversión de su vida en Cuba, se fiaba más que de España.

–¿En que consistió?

–Compró una casa con verja y la dividió en cuatro apartamentos para alquilar y que pagaran su jubilación. Nunca creyó en los bancos ni en la Seguridad Social. Después de la revolución, dejaron de mandarle el dinero a España. Le dijimos que fuera a gastarlo allí. Fue en 1961 y no le dejaron salir hasta 1965, por una conexión mía a través del PC. En los sesenta lo nacionalizaron todo y adiós a su jubilación.

–¿Qué contrastes notó al llegar a Lavio?

–El choque era la miseria, la ignorancia y la brutalidad. Pasé de estudiar de uniforme a la escuela del Lavio, de 30 niños con un gran maestro, Luis Iglesias Secades. Los niños eran bastante bruscos. Lo que hay ahora en los colegios es una tontería comparado con aquello. Yo era un personaje extraño al que le preguntaban pijadas por oírme el acento cubano. Aprendí asturiano occidental medio por inmersión. Quería marchar y estudiar y lo hice al cumplir los 14 años.

–¿Cómo fue?

–El maestro de Castañedo quería preparar a sus hijas para el examen de ingreso a Bachiller y allí me fui yo también. Vine a Oviedo a examinarme libre y aprobé en el instituto Alfonso II. Mi padre, por la cultura de los emigrantes españoles de izquierda, decía que el futuro se labraba estudiando inglés y contabilidad para trabajar con una multinacional norteamericana. En septiembre entré en el plan más antiguo de la Escuela de Comercio. Estudié desde Lavio, libre y, a veces, sin maestro lo que con Física no era tan sencillo.

–¿Qué adolescente era usted?

–Con mi compañero de pupitre, un hombre de éxito que fue directivo de Telefónica, armábamos bolos de la modalidad batiente, hacía cometas y trapiechas, unas trampas de pájaros, para ganar un dinerillo.

–¿Y en las romerías?

–Nunca me consideré afortunado con las chicas y la situación en España era terrible. Había bailes con orquesta casi todos los fines de semana, con mambos.

–¿Cuándo logró salir de Lavio?

–Mi padre quería comprar «una posesión» en las cercanías de Oviedo. Lo convencimos de que comprarse un piso en la ciudad y dedicara una parte a pensión, algo que conocí cuando venía a examinarme a Oviedo. Fuimos a vivir a la travesía de Víctor Chávarri (Alfonso III el Magno).

–¿Qué le pareció Oviedo?

–Muy parecido a Lavio, pero con dos diferencias muy importantes para mí: que la Santamaría explicaba tan bien las matemáticas que no hacía falta ni estudiar y que conocí la biblioteca pública de la Diputación cuando Lorenzo Castellano era director. Allí traté gente y me incorporé a una tertulia en la cafetería Rialto en la que se hablaba, con mucha sabiduría, de política a través de la poesía.

–La biblioteca tenía «infierno» de libros prohibidos.

­–En él leí todo Neruda y Hernández. Al marxismo, como al sexo, se llegaba por caminos peculiares en la España de entonces. Un verano apareció por la tertulia un señor que venía de París y me dijo: «Quiero hablar contigo». Fuimos al Naranco y le conté que editaba un boletín en la Escuela de Comercio en 1961 y me propuso que entrara en el Partido Comunista. Me puso en contacto con Juan Cueto y José Avello, que eran del comité de la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), la organización de masas. En otro nivel, estaban Rosa y Fernando Corugedo.

–¿Por qué le detuvieron?

–Yo era delegado de la Escuela de Comercio elegido democráticamente, la primera que, en 1963, se separó del SEU. Eso se generalizó en los años posteriores y ahí empezaron mis problemas políticos concretos. El comisario Claudio Ramos, que me interrogaba con la pistola encima de la mesa, me detuvo por tercera vez en 1965. Ya íbamos a cara de perro: sabías que te la jugabas, pero con un movimiento de masas detrás.

–¿Tanto?

–Sí, yo le decía: «¿Como quieres que pare la huelga si estás interrogándome aquí?».

–¿Le llegó a pegar?

–Nunca, para él era un pijín de 20 años. Se enteró de que era del PCE cuando ya estaba en París y le jodió muchísimo que anduviera denunciando la dictadura por Europa.

–¿Cómo fue la detención?

–Era marzo y llegaba de Barcelona de asistir a la segunda reunión de la coordinadora nacional de estudiantes. Sabía que me iban a detener por la declaración de principios y un texto de compromiso de solidaridad por el que, en caso de represalia, se iba a una huelga general. Regresé por Madrid, que era donde yo tenía mi contacto con el PC, José Manuel Naredo. Al llegar a Oviedo pasé por casa de Miguel Ángel del Hoyo, uno de los que reconstruyeron el PC cuando se fueron los anteriores. Juan Cueto fue el encargado de decirme que pasaban a la acción directa y entraron en el Frente de Liberación Popular (Felipe).

–¿Para qué fue a casa de Del Hoyo?

–Le llevé los papeles del manifiesto y le pregunté a qué hora podrían estar impresos e inundando el patio de la Universidad. Me dijo que a las 12 y media. Al ir a casa me estaban esperando para llevarme a Comisaría.

–¿Cuánto tiempo pasó en los calabozos?

–Por lo menos 6 horas. Cuando dije de dónde venía y lo acordado, porque la idea era que saliera a la luz, Ramos me anunció: «Vamos a hacer un viaje largo». Me metieron en un «Escarabajo» (Volkswagen), me llevaron a mi casa, donde me dieron mil pesetas, unos calcetines y unas cosas. Dos sociales me acompañaron a la estación del Norte y viajamos en tren hasta Irún, donde me dejaron en la Comisaría. Los «grises» me llevaron a Behobia, saqué billete a París y me metieron con maleantes.

–Le pusieron en la frontera porque era cubano.  

–Sí, fui expulsado porque era extranjero.

–¿En París le acogió el PC?

–No sabía nada, no conocía a nadie, aunque por un contacto con Tini Areces había conocido a Horacio Fernández Inguanzo. Hice mis primeras gestiones en el Consulado de Cuba, donde me dieron 25 francos y me recomendaron el gran hotel Saint-Michel, donde encontré a Nicolás Guillén, a Atahualpa Yupanqui... Por mi expulsión hubo mucho barullo, salí en «Le Monde», hubo una huelga en España y me expulsaron de la Escuela de Comercio cuando estaba en el tercer curso del Profesorado Mercantil a tres asignaturas de acabar.

«El franquismo me exilió en París y el socialismo asturiano, en Madrid»

–Recién expulsado de España llega a París. ¿Qué tal le fue?

–En París me reconocieron representante de movimiento estudiantil español y tenía un despacho en la Unión Nacional de Estudiantes de Francia. Recibí una colecta de 50 francos, me llegaron 800 pesetas de Oviedo enviadas por Gracia Noriega, trabajé una semana en una fábrica de chapas de gaseosa y el PC me ayudó. Trabajé en Iberia y me echaron por llevar «L’ Humanité», el periódico comunista. Fui portero de noche de un hotel. Hambre y miseria. Estuve año y medio. No me arreglaron los estudios ni las convalidaciones, pero fui a dos seminarios internacionales, en Leningrado y Helsinki.

–No paraba.

–Había dos asociaciones internacionales de estudiantes: la Unión Internacional de Estudiantes, con sede en Praga y fama de estar controlada por la KGB, y la Conferencia Internacional de Estudiantes, con sede en Leyden, Holanda, con fama de estar controlada por la CIA. También fui al Congreso Mundial de la Paz. Enrique Lister nos reunió a dos jóvenes representantes de la democracia cristiana española y a mí con más gente.

–Lister, militar comunista en España y en la URSS.

–Sí y nos dijo: «Es conveniente que la delegación española tenga un responsable». Uno dijo: «No hay problema: que se presenten candidaturas y a votar». Lister replicó: «Unos mocosos de Madrid vienen a mí a decirme estas cosas». Levanté la mano, me declaré encantado de conocerle y estar con él, pero dije que estaba de acuerdo en que había que votar. Lister se levantó y si no lo para Ángel González me calca un par de hostias.

–Siguiente paso

–Un amigo economista que había trabajado con el Che me dijo que en la Escuela Superior de Economía (Berlin-Karlhorst), de la República Democrática Alemana, iban a crear una especialidad nueva para la elaboración electrónica de datos económicos.

–Y le interesó.

–Estuve en Leipzig los cursos del 66 al 68, hice el examen de ingreso en la Universidad, el superior de alemán y seguí libre porque me enfadé con ellos. Estuve en la Escuela Superior de Economía hasta 1970 y nunca crearon la especialidad.

–¿Qué tal iba viviendo?

–Estaba en la residencia de estudiantes, en habitación individual, con más de mil personas, algunos casados y con hijos, de todos los continentes y razas. Trabajé en Radio Berlín Internacional, donde hacía notar que no estaba de acuerdo con la entrada de los tanques en Praga en 1968. Santiago Carrillo se dio cuenta de eso.

–¿Cómo lo sabe?

–En una reunión del PC español me cito en su hotel al día siguiente y me dijo: «Sin libertad no puede haber socialismo. Vamos a hablar a mi habitación. Hay micrófonos. Di solo lo que estés dispuesto a decir; yo voy a hablar como si no los hubiera».

–¿Cómo era la vida?

–Muy gris. En los bailes de los cubanos nos descojonábamos de cómo bailaban a aquellos alemanes, pegando saltos. Marché porque Alemania no me aportaba nada y porque me iba separando de la ortodoxia y ellos de mí.

–París, 1970.

–Trabajé como guía de turismo y tuve mejor vida. Hice un curso en la Universidad de Vincennes que me dotó de herramientas para comprender el marxismo y relativizar. Estuve otro año y medio.

–Y regresó a España en 1972.

–Y me detiene la brigada política social porque la orden de expulsión contra mí no había sido anulada. Me asesoraron para salir otra vez del país, logré anularla y pude entrar vía diplomática con un visado que caducaba cada tres meses. Quedé en Oviedo con mi familia, sin ánimo de involucrarme en cosas arriesgadas y dispuesto a terminar la carrera. También tomé copas en Pico’s. El ambiente de aquí era mejor que en ningún lado.

–Acabó la carrera y...

­–Di clase de Contabilidad en la Fundación Masaveu durante un curso. Habría podido ser catedrático de FP y hubiese tenido despacho de consultorías.

–¿Por qué se fue?

–Un amigo me propuso ser inspector de ventas de productos de boutiques de diseño de interiorismo viajando por toda España. Tenía ganas de conocer el país y lo recorrí en hoteles de cuatro estrellas.

–¿Y el marxismo?

–No es una herramienta para la decoración. Estuve en el PCE de 1961 a 1981 y cuando lo dejé no era el mismo, tenía otros valores y me había percatado de cosas.

–¿Cuánto duró en el interiorismo?

–Un año. Fui al Colegio de Profesores Mercantiles y había un puesto de jefe administrativo para El Hórreo, empresa de embutidos y salazones de Noreña. Me aceptaron aunque el consejero delegado recibió un informe sobre mí, hecho por unos detectives privados con información policial que me tachaba de «agitador marxista a las órdenes de Gustavo Bueno». La empresa me dijo que solo le importaba que era honrado, sabía lo que hacía y trabajaba. Del Hórreo me echaron porque me enfrenté al gerente, que no tenía ni puta idea.

–¿Y luego?

–Gerardo Iglesias, a quien no conocía, secretario general de Comisiones Obreras, me dijo que no habían encontrado a nadie que interpretase un balance de Tornillería del Nalón, que estaba en huelga. Así entré a trabajar en el gabinete de estudios de Comisiones. También hice una explicación de los Pactos de la Moncloa, que era muy difícil aquí, particularmente.

–¿Por qué?

–Los del PSOE y la UGT respondían que solamente hay un pacto social si el gobierno es socialista y el sindicato socialista. Estuve 4 años porque nunca me gustó ser funcionario. Quería saber cuánto valía en el mercado de trabajo y me di de alta como autónomo.

–¿Para hacer qué?

–Informes para crear Sociedades Anónimas Laborales viables en empresas abocadas a cerrar. Una fue Pan del Nalón que estuvo viva así 40 años. Luego creé con un socio auditor Fruela 14, de análisis de organización y proyección de actividades económicas, y llegué a tener contactos en Bruselas. No pudimos hacer un trabajo normal porque la cultura del poder en Asturias no lo hizo posible. Estuve diseñando procesos concursales a partir de 1990. Fui gerente del valle de Ese y me echaron los alcaldes de Cudillero, Salas y Valdés por ajustarme a una estrategia y dar transparencia a los procedimientos. No pude encontrar más trabajo en Asturias.

–¿Dónde lo encontró?

–En Madrid y Alemania, gracias a contactos anteriores de desarrollo local y a ONG hasta de la Iglesia.

–¿Hasta qué edad trabajó?

–Hasta algo menos de los 65.

–¿Se casó?

–En 1977. Mi matrimonio duró casi 20 años. Tengo una hija que nació en 1985, Carmen, dentista, y tengo tres nietos de 8, 6 y 4.

–¿Fue un padre presente?

–Sí, incluso no estando en casa.

–¿Tiene pareja?

–Pareja de hecho, Eva, desde hace 10 años.

–¿Qué tal le trató la vida?

–Bien. En definitiva siempre hice lo que me dio la gana, naturalmente con las restricciones insalvables. Estuve en París por el franquismo y en Madrid 4 años por el PSOE de aquí, cuyo brazo es muy largo. Tengo documentación para llenar tres libros.

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