Solo será un minuto

Los móviles inmovilizan

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tal vez sea una fiebre pasajera. Un fervor coyuntural que se aferra a la novedad tecnológica más pegajosa y adictiva. O tal vez no. Tal vez el hábito de reducir el tiempo libre a un cautiverio de pantallas de todo tipo y resolución se convierta con el paso del tiempo en una necesidad vital como respirar, comer o jugar. Las señales son elocuentes e invaden interiores y exteriores. Calles pobladas por cabezas inclinadas y dedos frenéticos que manejan los teléfonos móviles como si les fuera la vida en ello. Una variante: quienes se comunican con su reloj inteligente y hablan animadamente con su muñeca recargable.

Hay quien no tiene reparo en conversar con alguien con el altavoz a toda pastilla, sin importarle que perfectos desconocidos se enteren de sus problemas de salud, de sus opiniones políticas o de sus últimas peripecias en el trabajo. Al diablo la intimidad. Chácharacalles que acogen habladurías y confidencias, ocios y negocios, tratos y tretas. Se podría construir un relato coral siguiendo durante unos minutos a quienes no controlan el volumen propio ni el ajeno. No parecen actividades peligrosas salvo que se lleven a cabo dentro de un coche y tras un volante. Es un hecho: hay quien desprecia la seguridad y habla por el móvil como si estuviera en el salón de su casa. [Escucha: si eres de esas personas no me dirijas más la palabra]. Sería un sueño para muchos seres humanos que algún día se implantase un chip en el cerebro que hiciera innecesario cargar con un aparato. No lo descartemos. [Mientras escribo estas líneas veo a unos adolescentes sentados en un banco del parque. No hablan. Escriben. Mueven los dedos sobre la pantalla. Observan imágenes diminutas. Cada uno en su burbuja. La comunicación inmóvil, la incomunicación móvil. Tok, tok: ¿hay alguien en casa?].

Suscríbete para seguir leyendo