Opinión | Crítica / Danza

Como un villancico

Un año más el Ballet Nacional de Rusia cumple con su visita al Campoamor con dos obras de las más destacadas del repertorio clásico. El teatro vendió todas las localidades para las dos funciones. La primera noche representaron “El cascanueces” que se ha convertido en un villancico tradicional ya que es la pieza de ballet por excelencia para La Navidad.

El argumento fue realizado por Marius Petipa. Pero el que definitivamente se hizo cargo de la coreografía fue su ayudante, el gran Lev Ivanov. No obstante, muy poco sobrevive de la creación original. La protagonista, llamada Masha en esta narración, recibe un peculiar regalo en forma de soldadito. Es “El cascanueces”, previsto de una gran cabeza y fuertes dientes para realizar a la perfección la labor para la que fue diseñado: cascar nueces. En este mundo onírico el muñeco –después de la gran batalla con el Rey de los Ratones– se convertirá en un apuesto príncipe que de la mano de Masha serán guiados por el hada al reino de los dulces.

La producción de esta compañía es prácticamente la misma que vimos en sus funciones anteriores. Se logra una adaptación ligera y clara, sucinta y con economía de efectos. La obra es un gran divertimento, agradable y festivo, enriquecido por un relato lleno de acción, que Serguei Radchenko, director del conjunto, resuelve con una exposición bien planteada que goza del realce de las memorables melodías que Tchaikovsky compuso para este ballet, entre las que destacan los conocidos valses de “los copos de nieve” y “de las flores”.

La protagonista, interpretada por Alexandra Krukava, marca el tono destacando por la elegancia de su línea y limpia ejecución. Vladimir Tapkharov como el Príncipe Cascanueces demostró buenas facultades. El momento más bello surgió en el adagio del “pas de deux” final en el que ambos lograron una magnífica armonía con una deliciosa exhibición en el acento y realización rítmica.

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