Balcones del Paraíso: El Naranco, para ver más allá de Oviedo

El monte que arropa a Oviedo y a los ovetenses es una privilegiada atalaya con vistas a la ciudad, pero también a la Cordillera y a gran parte de la costa en los días despejados

Román Martín

La ciudad de Oviedo se presenta, a primera vista, como una ciudad naturalmente protegida. Las montañas y el relieve abraza la capital asturiana, dejando para todos los presentes la incertidumbre sobre lo que hay más allá de aquellos torreones naturales. La orografía de su entorno la abraza en "formación tortuga", como dirían los romanos, ejerciendo de falda común para el paisaje. Sin embargo, de entre todos los montes y colinas, cualquiera que ande por las calles de la ciudad se sentirá inevitablemente observado por el "comandante" del batallón: el monte Naranco.

Desde la base, el Naranco resulta imponente y parece que se extiende en el cielo como un guardián de la ciudad. Sin embargo, su verdadera inmensidad sólo la conocen aquellos que se han puesto en los ojos del monumento Sagrado Corazón de Jesús, una estatua de 30 metros construida en 1980 en la cima. Desde allí, se observa uno de los paisajes más bellos y representativos de Asturias, que muestra una fusión de lo rural y lo urbano y que no deja indiferente a nadie.

El guardián de los carbayones

Antonio Loaisa y Magali Salazar / L. M.

El aprecio de los asturianos a las vistas proporcionadas por este mirador ha hecho que se sitúe en el puesto decimoséptimo entre los veinte lugares mejor valorados, seleccionado a través de una encuesta realizada a cien personas por la redacción de LA NUEVA ESPAÑA.

El ascenso a la cima también se es gratificante para muchos visitantes foráneos, con las vistas sobre el paisaje –Oviedo, la costa, la Cordillera– como recompensa final. Es el caso de David Sánchez, de más de 60 años, quien junto a su mujer Angelita Navarro han viajado este verano desde Quito, Ecuador, para visitar a su sobrino Patricio Sánchez. El amor por el deporte de David, atleta desde joven y reciente campeón de su categoría en los campeonatos locales de Quito, forjó rápidamente una inevitable relación con los caminos y senderos del Naranco. "Es un sitio magnífico para entrenar, aspiro a participar en alguna competición que haya por la zona en el tiempo que esté aquí", explica.

El guardián de los carbayones

Vistas desde El Naranco / L. M.

El deportista, además, ha encontrado una parte de su hogar en el monte. "Este sitio es idéntico a donde yo practicaba en Quito. De hecho, allí también tenemos una estatua llamada la Virgen del Panecillo que, con una serpiente a los pies, también estaba en la cima del monte", añade.

La atracción de hacer deporte en la zona, sin embargo, no es un descubrimiento reciente para los que llevan toda la vida en Asturias. Luis Hidalgo conoce a la perfección los tramos y dificultades del ascenso, ya que sube con frecuencia con la bici para hacer mantenimiento.

"El lugar es bueno porque no pierdes tiempo para entrenar: es un disfrute. Arriba siempre hay brisa y bajar siempre es más fácil, más aún ahora que cambié la bicicleta antigua por una nueva", comenta. "Los que suben conmigo me comparan con Indurain", bromea Hidalgo para dimensionar su experiencia.

Los senderos hacia el mirador resultan de sobra populares para todos los que quieren ejercitarse, pero también son un estupendo trayecto para todos los que prefieren la pausa y profundizar en la cultura local. Los dos grandes atractivos a tener en cuenta son auténticos estandartes de la historia prerrománica europea: las iglesias de Santa María del Narco y de San Miguel de Lillo. La primera, cuya construcción fue ordenada por el rey Ramiro I en el 842 y en origen fue un palacio, es una joya ornamental y una combinación de estilos artísticos nunca antes vista hasta la fecha.

La iglesia de San Miguel de Lillo ha sufrido el severo paso del tiempo y solo resiste un tercio de su creación original debido a un derrumbe en el siglo XI. Pese a ello, su vestíbulo permitió conocer más profundamente la arquitectura de esta época. Ambas construcciones fueron declaradas monumentos nacionales en 1885 y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO un siglo exacto más tarde. Los dos templos se encuentran pegados a la carretera que conecta Oviedo con la cima del Naranco y son fácilmente visibles.

Cómo llegar

La cima se encuentra a cuatro kilómetros del casco histórico de Oviedo. Se pude ir andando, en coche por una vía local o en bus con la línea A (Centro Asturiano-Llamaquique) que para en el aparcamiento del Prerrománico. 

No perderse

Junto a la estatua del Sagrado Corazón de Jesús todavía pueden verse las trincheras utilizadas por los soldados en la Guerra Civil, ya que el monte fue un terreno muy disputado por ambos bandos. Además, en las rutas para los senderistas hay diversas cabañas y cobertizos.

Qué dicen

El nombre del Naranco deriva de la palabra indoeuropea «Nar», cuyo significado correspondía a «agua» y «abundancia de arroyos». El monte, en el pasado, nutría de agua a la ciudad de Oviedo gracias a su manantiales a través del acueducto de los Pilares, del que, hoy en día, solo se conservan cinco arcos.

Nunca es tarde para conocer este balcón del paraíso por primera vez, como demuestran Juan Sierra y Isabel "Sally" Miguel, naturales de Llanes y Gijón, respectivamente, quienes admiten "nunca antes haber subido a pesar de tenerlo al lado". Y añaden: "Solo habíamos ido con el colegio de excursión, pero jamás por cuenta propia y desde luego que merece la pena". Con sus perros "Fibi" y "Bimba" la pareja recorrió los accesibles prados que hay en la cima.

Antonio Loaisa y Magalí Salazar, amantes de la playa y el litoral, son una pareja que se dejaron caer por el Naranco para aprovechar su espectacular vista y poder comprar la costa del Norte con la de Almería. Admitieron sorprenderse al ver que desde el Naranco también se observa la ciudad de Gijón y, por ende, el mar Cantábrico.

Más allá del ámbito cultural, el monte también dispone de una notable colección de merenderos, zonas de ocio y descanso, para todos los que decidan invertir su tiempo libre en pasar un agradable momento con amigos y familiares.

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