"Efecto Rashomon"

José Antonio Cabo

José Antonio Cabo

Hay quien dice que la vida es una novela, hipótesis que no es oportuno poner aquí en tela de juicio por varias razones. Pero si la metáfora resultase acertada, echaríamos en falta la voz de uno de aquellos “narradores omniscientes” de las novelas decimonónicas. Aquellos, que con su privilegiada objetividad, permitían al lector conocer con precisión los actos, pensamientos y emociones de cada uno de los personajes de la trama.

Si tuviésemos acceso a un “narrador omnisciente”, nos evitaríamos todos esos fastidiosos malentendidos que parasitan la vida diaria, que nos llevan por el mal camino, que envenenan, en suma, nuestras relaciones sociales e incluso llegan a romper las amistades más inveteradas. Pero como no es el caso, no nos queda otra que lidiar con versiones subjetivas, sesgadas, “verdades a medias” y relatos interesados. Nuestro día a día a menudo nos pone frente al llamado “Efecto Rashomon”. O lo que es lo mismo, frente a versiones contradictorias (pero individualmente creíbles) de un mismo suceso, ofrecidas por testigos presenciales cuyos testimonios deberían coincidir en lo esencial. Y precisamente porque deberían ser coincidentes y no lo son, nos dejan perplejos, incapaces de determinar la verdad.

El “Efecto Rashomon” toma su nombre de una obra maestra del cine japonés estrenada en 1950. La película se basa en el cuento breve “En el bosque”, de Ryunosuke Akutagawa. La acción transcurre en el Japón feudal: un samurái se encuentra viajando a pie acompañado por su esposa, que va a caballo. Se encuentran brevemente con un monje y continúan su camino. Más tarde, un bandido les sale al paso, se encapricha con la mujer, se produce un forcejeo y finalmente un leñador encuentra el cadáver del samurái. Los tres protagonistas centrales de la historia ofrecen versiones contradictorias de los hechos (uno de ellos, el muerto, lo hace desde el otro mundo, por boca de una bruja).

Cada uno de los interrogados tiene un recuerdo de los hechos que es incompatible con el de los demás. Sin embargo, ninguno de los testimonios permite dudar de estas tres cosas: que el samurái fue asesinado, que el bandido asaltó a la mujer del samurái, y que la mujer del samurái deseaba la muerte de su marido.

Las sucesivas interpretaciones de un mismo hecho (así como los recuerdos) parecen siempre estar mediatizadas por todo tipo de circunstancias, coyunturas y contextos en los que los individuos que las exponen están inmersos. Algo muy semejante a este “Efecto Rashomon” es lo que nos han presentado los medios a propósito del incidente, discutido en mil tertulias, entre el ex presidente de la RFEF y una jugadora de la selección femenina. Cada vez que creíamos tener claro lo ocurrido, las redes sociales, las televisiones y la prensa daban “otra vuelta de tuerca” al relato.

Sea ante la Audiencia Nacional o ante un Kebiishi del Japón medieval, al final hay que reconocer que, como dice uno de los personajes, “la mayor parte del tiempo ni siquiera somos capaces de ser sinceros con nosotros mismos”.