Nueche de ánimes

Miguel González Pereda

Miguel González Pereda

Las formas de sentir, pensar, hablar, hacer, comer, actuar, son manifestaciones de una cultura. El conjunto de conocimientos y experiencias de esta cultura se transmite de generación en generación por diferentes medios, los niños aprenden a hablar lo que oyen, aprenden a hacer lo que ven, recuerdan lo que les cuentan. Mediante la transmisión de estas costumbres y tradiciones, un grupo social cualquiera, intenta que las generaciones jóvenes den continuidad a sus conocimientos, valores e intereses que los distinguen como grupo y los hace diferentes a otros. Conservar las tradiciones de una comunidad o de un país significa practicar esas costumbres, hábitos, formas de ser y modos de comportarse. Para saber quiénes somos como personas y como grupo humano, es importante conocer y considerar nuestras tradiciones y costumbres, aprovechar nuestra herencia cultural para que nuestras costumbres sean lazos de unión como comunidad, que nos visibilicen y den identidad. Y tener el conocimiento necesario para discernir, para aceptar o rechazar, aquellas que nos llegan de otras culturas.

La fuerza de las costumbres y tradiciones no está solamente en la asiduidad y continuación con que se repiten y practican, es muy importante que las gentes conozcan, crean y compartan el principio, el origen de esa tradición.

Las costumbres y tradiciones pierden fuerza y se desvanecen, cuando la gente cambia su modo de entender el mundo, su sentido de vida y sus creencias. La globalización cultural y liberalización científica, filosófica y socio política de la moderna sociedad en que vivimos, hace muy difícil el mantenimiento de creencias, costumbres y tradiciones que secularmente se mantuvieron en las aldeas, el ámbito más aislado en las que se conservaban, y se cambian por los Halloween, Black Friday, Cyber Monday y yo qué sé, todas aquellas nuevas fiestas comerciales, convertidas en las tradiciones que marca el imperio, porque, no lo olvidemos, culturalmente, todos somos norteamericanos ahora.

En la tradición de la festividad del culto a los muertos, de nuestra “Nueche d’ Ánimes”, es importante que la gente sepa que su origen está en la  creencia de la existencia en una vida más allá, que nuestros antepasados creyeron en ella y en la posibilidad de que los muertos visitasen el mundo de los vivos y en la comunicación con ellos.

La costumbre de honrar a las ánimas, las almas de nuestros antepasados muertos, es tan antigua como la misma humanidad. Desde que las comunidades paleolíticas desarrollaron sus capacidades simbólicas, las prácticas rituales fueron evolucionando a lo largo del tiempo. Las ofrendas y ajuares colocados en las sepulturas de las antiguas culturas, no hablan de un culto a los muertos y la creencia en una vida más allá de la muerte.

Esa costumbre de honrar y hacer culto a los antepasados, es común a muchas culturas y lugares del mundo, coincidiendo desde los más lejanos tiempos, con el fin de la cosecha y comienzo del tiempo invernal y del año nuevo antiguo, un tiempo en que se entendía que el sol y la tierra morían cuarenta días después del equinoccio de otoño, coincidiendo con los primeros días de noviembre.

En el cristianismo, la conmemoración del culto a los difuntos e idea del purgatorio no empieza antes del siglo V, probablemente basado en escritos del Antiguo Testamento y de la tradición judía, en los que se decía que el alma después de abandonar su cuerpo estaba siete días en un lugar de espera antes de ir al cielo. Es a partir del siglo IX cuando el papa Gregorio IV,  instaura la festividad de Todos los Santos el primero de noviembre, y el día dos, la Conmemoración de los Fieles de Difuntos, fiesta que anteriormente se celebraba el primero de mayo, de esta manera se sobreponía una fiesta cristiana sobre los ritos paganos que se realizaban en esas fechas.

La nueche ye de los muertos, así lo creían nuestros antepasados en Asturias. En la mayor parte de las culturas, el hombre creyó en espíritus que andaban por los caminos, que el cristianismo tornó en almas en pena o ejércitos del demonio, siendo muchos los relatos populares de almas del purgatorio que esperan la salvación reparando un mal que hicieron en esta vida por medio de una persona o familiar vivo. En otros casos, son penados en el infierno los que anuncian o transmiten la muerte.

Andai de día, que la nueche e mía”.

Así dice La Güestia, un cortejo de ánimas que purgan los pecados y salen de los cementerios la nueche d’ animes, vestidos con túnicas blancas, a visitar a algún vecino que tiene cerca su muerte. Güestia, viene de hueste, ejército, hueste antigua, y ya aparece en los escritos de Fernán González y Gonzalo de Berceo con el significado de ejército o procesión de demonios, ” que vien del otro mundo y sal de los llamales del profundo”, dice Antón de Marirreguera.

Cabal afirma que es mito anterior a la romanización, que la voz hostis, además de hueste enemiga y ejército, también significó: huésped, extranjero, peregrino, y afirma que, el ánima, además de la morada que utilizó en este mundo, en ocasiones hace uso de las casas de los vivos, como un alargamiento afectuoso de la suya. En la Asturias ancestral, no se echaba el pasador a la puerta de la casa, y todavía hoy  se puede oír contar a personas muy mayores, que se dejaba el fuego encendido por si el ánima que pudiera entrar tuviera frío, y que no se debían dejar las trébedes sobre el llar encendido, ni la llama muy alta, porque les gusta sentarse en ellas y  podían quemarse. Tampoco se deben cerrar las puertas de golpe, porque les gusta pararse en las puertas y se les podría hacer daño. Mientras las ánimas no dejaran ver su maldad, se consideraban, almas buenas, en algunos lugares también llaman a la Güestia, la bona xente.

En Rozaes, la semana antes al día de Todos los Santos, un grupo de hombres, alumbrados con faroles, salían al atardecer a recorrer las casas de la parroquia pidiendo para las ánimas. Después de picar en las casas, los de adentro, sin abrir, y aún a sabiendas de quienes eran, preguntaban que querían: “Una llimosna pa les ánimes del purgatoriu”, respodían los de fuera. Seguidamente entonaban una tonada triste, una salmodia con un ritmo y una musicalidad muy antigua, “El cantar de les Ánimes”.

No sé si lo seguirán haciendo en Rozaes, pero ese canto también lo realizaban en la misa de Difuntos, y es algo que, por su letra y música, trasmite una emoción extraordinaria.

Las tradiciones evolucionan, pero la rotura o pérdida de ese vínculo lleva a la pérdida de identidad, de personalidad, y a la desorientación y al trastorno de los pueblos. Cuando ya no queden aldeas, último reducto de nuestra cultura, porque la vida de la gente esté programada de acuerdo con las exigencias planificadas por el pensamiento único en su marcha hacia el “bienestar y la prosperidad”, que nos aseguran. Entonces es posible que puedan aparecer graves consecuencias, y se verá si la tendencia destructora actual del medio rural, con el consentimiento de la misma sociedad, es tan útil, buena y necesaria como nos dicen. Quizás entonces, de las exaltaciones naturalistas de nuestras fiestas y tradiciones, transmitidas durante generaciones por nuestros antepasados, se pueda extraer alguna lección.

En la modernidad de los nuevos otoños aparecen,  implantados,  Halloween, que apaga nuestra vieja tradición de la Nueche d’ Ánimes, y los plumeros de la Pampa, que ocultan los verdes prados y frondosas laderas de nuestras autovías y carreteras. A mí, ni uno ni los otros, me gustan. Ni truco, ni trato.