De cómo el gran pintor de Gijón encontró la tierra prometida

Pelayo Ortega, con paraguas, como el característico personaje que aparece en sus cuadros, retratado en la zona de Fomento.

Pelayo Ortega, con paraguas, como el característico personaje que aparece en sus cuadros, retratado en la zona de Fomento. / Marcos León

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Pelayo Ortega. Pintor. Nació en Mieres en 1956 y se trasladó con su familia a Gijón con 12 años. Es el artista asturiano vivo de mayor proyección nacional e internacional. Gijón no solo es su lugar de residencia, la ciudad también ha sido protagonista frecuente de su obra pictórica

"Soy consecuencia de la emigración que hubo Asturias por la industrialización. Los abuelos maternos eran originarios de Valencia de Don Juan, en León, y vienen a trabajar a Mieres. Mi abuelo materno era caballista en el pozo Nicolasa. Mi abuelo paterno era originario de Valladolid, vino también a trabajar a las minas. Era practicante y llevaba el hospitalillo de mina Mariana. La única abuela que tenemos netamente asturiana era mi abuela paterna, de Vega del Ciego, en Lena".

"Yo nací en Mieres. Tengo un hermano mayor. Mi padre era músico y era metalúrgico. Siempre simultaneó las dos profesiones. Trabajó en la Fábrica de Mieres y al mismo tiempo tocaba en la Banda de Música de Mieres. Y después tuvieron una orquestilla, la orquesta Niza. Siempre me acuerdo de ver llegar a mi padre de la fábrica, con mono, y lavarse y salir a la media hora en traje a tocar a una boda, a una verbena. Tocaba la trompeta. Con los años, lo fue dejando. Es un instrumento que exige mucho pulmón. Empezó a tocar el bajo eléctrico. Fue de los primeros que hubo. Tocaban en verbenas, fiestas, romerías… Y en las bodas. Había un restaurante muy famoso en Mieres que se dedicaba a dar banquetes, casa Villa; trabajó muchísimos años allí".

"En la familia, la tendencia artística sí la hay pero no es por la pintura, es más bien por la música. Otro tío mío, que se llama Restituto, Tuto, siempre estuvo muy ligado a las agrupaciones corales. Fue el director del coro de la Sección Femenina, en los 60 en Mieres. Cuando también vino a vivir para Gijón crea una masa coral que tuvo bastante importancia, la Agrupación Coral de Ensidesa que se llamó primero. Luego fue la Agrupación Coral Villa de Jovellanos. Con ella iban todos los años al concurso de habaneras de Torrevieja y tuvo varios premios importantes".

La ciudad militante

"Hasta los once años o doce años viví en Mieres. Cuando se fusionan las tres siderurgias privadas que había en Asturias –Moreda Gijón, Duro Felguera y Fábrica de Mieres– se crea Uninsa, la factoría de Veriña. Ahí fue cuando empezó el declive de las cuencas mineras a nivel demográfico. Ahí el hachazo fue claro. Muchas familias vinimos para Gijón".

"A mis padres les pilla con una cierta edad, cuarenta y pocos años. Recuerdo cierra preocupación, sobre todo por la vivienda, por cómo resultaba el cambio. Después las empresas se encargaron de administrar viviendas para a los operarios. Nos instalamos en El Llano, en la frontera de la ciudad con el campo. Nosotros, mi hermano y yo, como éramos todavía chiquillos, lo vivíamos casi como una aventura. En aquella época, a diferencia de hoy, que parece que ya no hay distancias entre Oviedo, Gijón y Avilés, el salto a Gijón desde las Cuencas era un cambio importante. Pero al poco de estar ya instalados en Gijón, vimos la capacidad de integración que tiene esta ciudad, que es increíble. Eso es algo digno de reseñar en cuanto a lo que es Gijón".

"Al poco tiempo de estar aquí, la gente se sentía gijonesa. Siempre lo digo, así como una especie de broma, que Gijón para una generación de asturianos que nos tocó vivir esa historia fue casi como una especie de tierra prometida. Como llegar a la tierra prometida: una nueva ciudad, una ciudad grande, una ciudad marítima, con otras aperturas. Y después daba una gran facilidad para hacerse con la ciudad en poco tiempo. Siempre lo resalto, creo que no todas las ciudades tienen esa capacidad de integrar a gente foránea de una manera tan inmediata. Y de hacerlos militantes de la ciudad. Y de hacerlos absolutamente militantes sin dejar de valorar las raíces que hayas tenido, pero hacerse militante de Gijón. Creo que eso es lo más reseñable de Gijón y creo que tiene que ver con esa tradición de las ciudades marítimas. Y, después, en el caso de Gijón, creo que pesa mucho el espíritu jovellanista que está ahí larvado desde siempre. Eso ha hecho que sea una ciudad con capacidad de integración, interclasista, donde esas fronteras que a veces hay entre las distintas clases sociales esté bastante difusa y convivan entre ellas con bastante naturalidad".

La ciudad de la vocación

"Gijón para mí fue determinante. Yo nazco a la pintura en Gijón, mi vocación como pintor nace en Gijón. Yo era el típico chiquillo al que le gustaba el dibujo, pero en Mieres con 11 o 12 años no había nada que amparase una posible vocación. En Mieres no había contacto con museos, con galerías... Llegar al Gijón para mí fue el descubrimiento de mi vocación. De repente, con 12 o13 años, empiezo a ver pintura y buena pintura. A ver a Piñole, cuadros de Valle, a toda la tradición pictórica y artística de Gijón que es muy rica y muy potente, muy singular. Siempre se dice que Oviedo es una ciudad literaria y que Gijón es la ciudad del arte, ¿no? Y es verdad. Los que inauguran la tradición pictórica asturiana son Piñole y Valle, pero en todas las generaciones ha habido pintores en Gijón".

"Para mí fue un estímulo tremendo. Paralelamente, conozco también a chavales de mi edad que también les gusta el mismo tema. El convencimiento de que era mi vocación real fue muy rapidísimo. Con 13 años ya empiezo a pintar. Ya quería estudiar pintura. Entonces empiezo a ir a la escuela de Artes y Oficios en Oviedo. Tuve el privilegio de conocer la escuela antigua de la calle del Rosal, con profesores y maestros que fueron muy importantes para mí como Magín Berenguer o Adolfo Folgueras. Estuve hasta los 17 años. Después ya decidí que tenía que ir a Madrid".

"Me interesaba mucho ir a hacer copias al Museo del Prado. Los copistas eran la mejor escuela. Era difícil acceder. Magín Berenguer, que aparte de profesor de la escuela era un personaje con mucho peso, delegado regional de Bellas Artes, con estudios muy importantes sobre el arte prehistórico, me da una carta de recomendación para el director del Prado. Fui a ver al director, le entregué la carta de Magín Berenguer y al cabo de unos días me aprobó para entrar como copista. Estuve un año yendo todos los días por las mañanas. Además, creo que viví la última época en la que los museos todavía eran sitios tranquilos y silenciosos. Todavía no había llegado la vorágine del turismo. Era un privilegio. Iba al Museo a las 10 de la mañana, te daban un caballete y un hule y podías elegir entre ciertos cuadros, había cuadros que no permitían copiar. ‘Las Meninas’ era uno. No sé la razón. Sí había una norma: que los cuadros que copiases nunca podían ser del mismo tamaño que el original. Por cuestiones de picaresca tenían que ser más pequeños. Llegaba las 10 de la mañana e igual estaba hasta las 2"

La otra ciudad

"Llego a Madrid en 1975, el año que murió Franco. Vi las colas. A Franco lo pusieron en el Palacio Real y llegaban hasta Cibeles. Estuve en Madrid viviendo desde 1975 hasta el 1990, quince años. Para mí fue una escuela, no solamente a nivel artístico, académico; a nivel humano fue muy importante. Viví allí la muerte de Franco, la Transición, la Movida madrileña, el 23-F… una serie de hechos muy importantes. El primer sitio donde viví con un amigo fue en Lavapiés. Todavía era un barrio popular madrileño, castizo de verdad. En aquel momento Lavapiés era una zarzuela. Vivíamos en una corrala. No teníamos baño en casa. Teníamos un inodoro al extremo de cada planta. No había duchas. Había que ir a ducharse a Embajadores, que había duchas municipales. Existen todavía".

"Ahora vivo en Gijón pero sigo estando en Madrid y mi hijo Javier vive allí. Pero, para venirme, lo que ocurrió fue lo siguiente. En 1986 yo me casé y al año siguiente nació mi hijo, que hoy tiene 36 años y también es artista. En aquel momento, tras los años de formación, estaba empezando a intentar vivir de la pintura, empezaba a trabajar con una galería. Y había establecidos contactos con gente como Juan Manuel Bonet (critico de arte, exdirector del Museo Reina Sofía) que también fue clave para mí, como creo que para muchos otros artistas. Pero yo tenía interés en retornar a Asturias porque en la vida hay momentos clave y uno es cuando eres padre. Creo que el hecho de ser padre es un cambio de paradigma, te hace ver la vida de otra manera. No sé si es por la responsabilidad que adquieres…."

"Estaba muy a gusto en Madrid, una ciudad que tiene como Gijón esa capacidad de asimilación, nadie te va a mirar el pedigrí, pero me apetecía mucho que mi hijo se criase en Gijón para que tuviese raíces asturianas verdaderas, no solamente los padres. Y que estuviese también en contacto con los abuelos. A nivel educativo y formativo me parecía clave. Que los abuelos no fuesen esos señores mayores a los que ves en verano. Y Gijón era una ciudad que para formar a un niño tenía otra medida".

La ciudad y la provincia

"Además, en los últimos años que estuve en Madrid yo estaba pintando Asturias desde allí. Toda la serie de ‘La Provincia’ fue creada desde Madrid. Después pasé por muchas fases a nivel creativo pero, de aquella, yo estaba pintando como un epígono de Piñole. En toda la época de ‘La Provincia’, me lo han dicho y es muy gratificante, se veía la influencia de Piñole. Así que había una necesidad de recuperar el entorno que a mí creativamente me estaba estimulando".

"Pesó mucho evidentemente en este lance el hecho de que (la galería) Cornión existía. La relación que yo tenía con Amador (Fernández Carnero, fundador de una sala clave en la historia del arte contemporáneo asturiano) era muy de cómplice. Era un compañero de viaje. Y todo lo que había en torno a Cornión. Porque Cornión era librería y galería. Y, como pasó siempre, las libreras con algo más que un mero negocio, siempre fueron un centro cultural donde te encontrabas con gente con las mismas inquietudes, en la que se hacían tertulias. Ese estímulo también pesó mucho. De hecho, fue determinante. Gracias a la consolidación y la relación que se mantuvo con Cornión empezamos a ir a ARCO, que para nuestra generación fue clave. En España no había una feria de esas características. Sirvió para hacer pedagogía y crear coleccionismo".

"En torno a Cornión había muchas cosas. Te sentías conectado con otros artistas senior como Camín o Antonio Suárez… A Camín lo empecé a tratar a partir de ese momento. Con Antonio había tenido mucha relación en Madrid, donde vivió hasta que murió. Aprendí muchísimo escuchándolo. Durante un año desayunábamos juntos una vez a la semana al lado de su casa, vivía un poco más arriba del Bernabéu. Desayunábamos en una cafetería y me contaba sus cosas, le gustaba además hablar con gente joven. Aprendí mucho con él. Y cuando llego a Gijón establezco esa misma relación con Camín. También en Gijón empiezo a tratarme con Carantoña, no un hombre culto, sino un sabio. Por eso volver al Gijón era volver a una ciudad que era muy estimulante".

La ciudad pintada

"A veces la influencia del entorno en mis cuadros es literal, directa. Tengo obras en las cuales se ve realmente esa inmersión en la vida de Gijón, en el mar, porque son un reflejo de eso. Hay otras que son más festivas, más un puro goce de la pintura, y esa influencia del lugar donde vivo viene por la vía de los dos grandes pintores gijoneses que a mí siempre me interesaron, Piñole y Valle. Valle tiene una obra mucho más sensual, es un juego de la pintura, esos rosa, esos azules…. Y Piñole era un pintor más atmosférico, más de tono neutro. Todo esto me cuesta ponerlo en palabras… Es más fácil que alguien, desde fuera, diga de dónde vienen las influencias. Y también influyen, claro, los estados de ánimo. Antes te hablaba del tema de ser padre. Cuando nació Javier, y eso es algo que les ha pasado a muchos artistas, volví también un poco a ser niño. Como si recuperase esa parte más lúdica e inocente del acto creativo. A partir de los 90 mi pintura empieza a transformarse totalmente. Deja de der tan monocromática, deja ser tan romántico-paisajística. Y a eso me llevó la paternidad y el reencuentro con la infancia, la voluntad de hacer una pintura más cromática. El color es una cosa que no se aprende. A dibujar sí se aprende. Pero el color es lo más subjetivo. Y creo que después de ser padre empiezo a ver el color, a hacer una pintura, más abierta, más fresca, más colorista. No fue una cuestión cerebral, racional, simplemente empecé a ver otras cosas".

La ciudad y un paisanín que escucha jazz

"El personajito que aparece en mi obra viene de esa época más oscura, figurativa, la serie ‘La Provincia’. Y aunque ahora en mi trabajo pesa mucho más casi la abstracción que la figuración, todavía lo meto casi como una firma. Y hay otra cosa: a mí me funciona desde el punto de vista técnico. Es decir, si estás construyendo un escenario y no metes una escala humana no sabes las dimensiones. Es un contraste. Es decir, tú haces un paisaje y como no metas una figura humana no sabes la dimensión. Lo he utilizado un poco premeditadamente para evidenciar la magnitud de una playa, de una montaña... Y también aparte de la escala, lo pinto como una necesidad de decir: aquí estuvo un ser humano".

"A veces, hablar de todas estas cosas te ayuda a formularlas mejor... Y, por cierto, ya que antes hablamos de mi padre, que fue músico... Sí hay algo que me ha influido mucho en cuanto a la creatividad. Y es el jazz. El jazz me interesa mucho. Me interesa a veces no tanto por los resultados sino por la actitud. Lo que me gusta del mundo del jazz, que ha enriquecido muchísimo a la música, es que muchos músicos eran gente con una formación musical puramente intuitiva. Charlie Parker, que está considerado uno de los hitos, no sabía solfeo. Entonces me gusta esa libertad creativa. Creo que es una de las cosas a reivindicar en la creación, que hay que crear con gusto, disfrutar como tocan los músicos de jazz. La música y la pintura, en ese sentido, tienen mucho paralelismo. Creo que para un creador lo más importante por conseguir es la libertad, trabajar con libertad, atreverse a hacer todo lo que se te pase por la imaginación. Con los años uno va perdiendo vitalidad pero, al mismo tiempo, vas necesitando más sentirte vivo y probablemente esas cosas se agudizan".