Opinión | Nuevas epístolas a "Bilbo"
José Manuel Sariego
Diarismos (I)
Te rescato, "Bilbo", la recordación de un cruce de pareceres sobre la extendida afición a publicar diarios.
El editor no pierde comba. Entre bocado y bocado, se interesa por la evolución de la obra encomendada, recela de mis empeños, me espolea, me apura. Le cambio el tercio para ocultarle que ando seco, estancado, paralizado: "Me dio por escribir un diario". Sorbe un trago de vino y me suelta a bocajarro: "Los diarios no funcionan si no son sinceros". Se queda tan pancho, libación trasegada. ¿Y si el editor tiene razón? ¿Y si un diario ha de ser el escaparate de un maniquí sin rebozo ni doblez, un armario transparente, un anaquel ostentoso de mercancías notorias, de apariencias patentes, de confesiones inéditas, de verdades insoportables, de ensoñaciones truculentas, de fantasías sinuosas? Tendría entonces que escribir que el día que se vetó, se censuró, se prohibió el concierto de Albert Pla en el Teatro Jovellanos, so pretexto pusilánime, desvergonzado, de posibles alteraciones del orden público, descendió hasta los más bajos peldaños mi inveterada devoción por Gijón. Quise esfumarme o fenecer de tristura en esta villa alegre y valiente, ya ruin, desmedrada. Porque me supe un cobarde más. Porque condescendimos, nos resignamos, nos plegamos como dóciles juncos a la contemplación pasiva de una ciudad ignota, desconocida; ya cejijunta, ceñuda.
No toques los cataplines, editor, con esas exigencias de sinceridad. A nadie le importa que los pelos de nariz y orejas medren a la velocidad de un cadáver en trance de putrefacción. No tiene interés el tiempo que hace que no te comes un beso con lengua. A nadie importa una próstata averiada que te impele a mear y no echar gota, que anuncia inminentes estangurrias, predictora de dolencias valetudinarias. Editor, rey: Uno escribe por escribir, como otros hablan por hablar, juegan por jugar o rezan por rezar; sin esperar respuestas, buscar éxitos, suplicar perdones. Alguien lo vino a enunciar más o menos así: Uno escribe para seguir escribiendo. No te columpies, pues, sentando cátedras de sinceridad, reclamando compromisos o juramentos adolescentes. ¿Acaso ignoras las sufridas espaldas de Sísifo, las hilaturas repetidas de Penélope, las vueltas y revueltas del burro de la noria? Uno, a lo mejor, vive por la sola expectativa de seguir existiendo.
Tras aquel toma y daca, descifré los intríngulis que reglamentan la compostura de un diario. Un diario es una conversación intrascendente entre el espejo y tú: Tú arrojas fantasías o vómito y el espejo te rebota una canción descorazonadora, extravagante o tronchante. Un diario encierra el recuento cotidiano de ovejas en la majada especular. Un diario traza la finísima raya roja que separa el onirismo (tú, mismamente) del onanismo (tu espejo). O viceversa.
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