Opinión | Tarjeta azul

Lo que nos jugamos el 9-J

Ante las próximas elecciones europeas

A las puertas del inicio de la campaña electoral que nos conducirá a los comicios europeos del próximo 9 de junio observo el evidente contraste que existe entre la popularidad de la que gozan estas elecciones y la magnitud de las decisiones que el Parlamento Europeo electo tendrá encomendadas. Desde hace años, trato de combatir el tópico perezoso por el cual unos cuantos burócratas toman decisiones arbitrarias desde la lluviosa Bruselas, por burdo y desenfocado. Lo cierto es que, seamos más o menos conscientes, el 9 de junio nos pronunciaremos acerca de cuestiones muy concretas que definirán cómo serán nuestras sociedades en los próximos años. No de manera teórica, sino de forma tangible.

El Parlamento saliente ha dejado numerosos ejemplos de ello para nuestra tierra. Es tangible que la industria asturiana goza hoy de mayor protección que hace cinco años gracias a la aprobación del Mecanismo de Ajuste en Frontera, un arancel con el que permitimos que nuestra industria compita en igualdad de condiciones con los importadores.

Es tangible, también, la creación del Fondo de Transición Justa, la herramienta que hemos promovido para que regiones como Asturias, que enfrentan retos específicos en el proceso de descarbonización, sean reconocidas en sus circunstancias y reciban una ayuda específica. En concreto, 263 millones de euros, más que cualquier otra Comunidad de España, que están comenzando a ser utilizados en inversiones para mejorar la conectividad digital, la reducción de emisiones, la regeneración de zonas industriales o el reciclaje de trabajadores.

Ninguna de estas medidas estaba predestinada. Son, por el contrario, resultado directo del equilibrio de fuerzas reinante en el Parlamento Europeo y, también, del aval que los ciudadanos dieron en las urnas al compromiso que los socialistas adquirimos en nuestro programa electoral.

Las decisiones que habrá que adoptar en la próxima legislatura europea no serán de menor calado. Tras el éxito que supuso la primera emisión de deuda comunitaria, el Next Generation EU con el que abordamos el shock económico derivado de la crisis del coronavirus de forma diametralmente opuesta a la crisis financiera de hace una década, Europa necesitará diseñar un instrumento que nos permita financiar de manera conjunta las profundas transiciones productivas en las que estamos inmersos. Pretender afrontar el proceso de reindustrialización de Europa haciendo recaer el esfuerzo exclusivamente en los presupuestos de los Estados miembros significaría, además de un presumible fracaso, el debilitamiento de nuestro proyecto europeo, una contrapartida que, sin embargo, algunas fuerzas políticas parecen dispuestas a asumir.

De igual modo, la próxima legislatura europea alumbrará la nueva Política Agraria Común, una política cuya importancia es tanto económica como simbólica, en tanto que representa la esencia del proyecto europeo. La nueva PAC deberá reconocer la especificidad de las pequeñas explotaciones respecto a las grandes y avanzar hacia una simplificación de sus trámites, en línea con las medidas que aprobamos en la última semana del actual mandato.

Pero en tanto que la Unión Europea no es sólo un mero distribuidor de fondos, lo que está en juego es más que el importante diseño de herramientas de financiación. Si la Unión representa algo en la historia del continente es la de un proyecto político basado en los valores de la paz, la libertad y la concordia. Un proyecto en el que los socialistas nos hemos comprometido a través de la defensa de la justicia social, la solidaridad y la igualdad de derechos. Pero la vigencia de esos valores, como de las políticas concretas anteriormente citadas, no debe darse por descontada, pues existen numerosas fuerzas cuyo discurso y propósito ataca la raíz de nuestro modelo de convivencia.

Me refiero a las fuerzas políticas de ultraderecha que en España, como en Alemania, Italia, Holanda o Francia hacen política de tierra quemada, incendiando el legado político que ha traído a Europa su mayor periodo de prosperidad y alimentando una profecía autocumplida de un declive por el que trabajan cada día.

El próximo 9 de junio, una mayoría de europeos debemos volver a demostrar que este último no es nuestro modelo. Todo eso es lo que está en juego.

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