Las brillantes bodas de oro sacerdotales de Javier Suárez: 50 años de vocación y servicio
El párroco de San Juan el Real, que se ordenó el 4 de noviembre de 1973, recibe hoy un homenaje a las 13.00 horas en la basílica
Oriol López
Javier Suárez, párroco y rector de la basílica de San Juan el Real, es un hombre cercano y amable en cuyo despacho en la casa parroquial de Fray Ceferino se abre una cápsula del tiempo. La oficina está llena de fotogramas de la película personal del cura turonés, que cumple hoy unas brillantes bodas de oro sacerdotales a las 13.00 horas con una celebración en la llamada "Catedral del Ensanche". Cincuenta años de vocación y servicio desde que ordenaron sacerdote -4 de noviembre de 1973– a un joven de 27 años que fue mal estudiante de pequeño pero que terminó como profesor, que recorrió Asturias, que ayudó en París a la comunidad española, que se desvivió por los más necesitados y que reconstruyó una parroquia casi desde cero, culminando con la dirección de otra cuyo templo se convirtió en basílica bajo su tutela. Le nombraron sacerdote en su Turón natal. "Fue la primera y única vez que un cura de Turón se ordenó en Turón. Fue muy novedoso en un pueblo minero", recuerda.
Hijo de un minero y criado en el seno de una familia muy cristiana, tuvo una madre y una abuela muy devotas. Su padre lo fue en algún momento, aunque "perdió la fe". La recuperaría en las últimas horas, cuando pidió a su propio hijo la extremaunción, la comunión y que le "abriese la puerta del Reino de los Cielos". Desde pequeños, su madre les inculcó, a Javier y a su hermana, Encarnita, una petición en cada rezo: "‘Por la conversión de papá’, decíamos siempre al final. Lo interioricé, seguí con ello y se cumplió, fue una alegría", dice satisfecho.
La vocación le llegó a los 17 años, especialmente gracias a unos chavales de Turón que se apuntaron al Seminario. Él también se ilusionó. Por el contrario, su padre se decepcionó. "Para un paisano minero lo mejor es que su hijo fuese ingeniero o médico. Eso era ser Dios, pero nunca me impidió ir". Tocó, eso sí, un verano trabajando de cobrador en los Autobuses Recollo y estudiando latín.
Tras terminar en el Seminario, comenzó su periplo por Asturias en Luarca, en la década de 1970. Desde allí fomentó el movimiento junior de Acción Católica con campamentos y voluntariados en todo el Occidente. En Grado estuvo tres años como coadjutor, mientras se encargaba de la parroquia de San Vicente de Castañedo. El año que estuvo en la parroquia de Las Villas, también en Grado, le marcó. "Doblabas las campanas cuando querías y en media hora tenías la iglesia llena. Esa devoción había que cultivarla", cuenta, añadiendo que incluso cerraban el bar cuando daba misa.
Por indicación del arzobispo Gabino Díaz Merchán, porque Suárez "fue a regañadientes", terminó en París, en Saint-Honoré d’Eylau, parroquia del Distrito XVI, la zona "más chic". Allí atendió a la comunidad de 7.000 emigrantes españoles, que pasaban bastantes penurias. La estancia abrió sus miras y le hizo aprender francés "de verdad". "Pensaba que lo hablaba y presumía de ello, luego allí no entendía nada", admite riendo.
A su regreso, en los años ochenta del pasado siglo, acabaría como profesor y administrador del Seminario –revertiendo el déficit de 25 millones anuales que arrastraba– y de encargado del Albergue de Transeúntes. Allí vivió de primera mano muchas historias, algunas bonitas y otras tristes, hasta que llegó a la parroquia de El Cristo en 1990 y la "rehizo de pe a pa", empezando por el santuario, arreglando Mexide, construyendo una casa rectoral y comprando un local para la casa parroquial. De esa época recuerda con cariño a Paco "el hermoso", un necesitado cuyo ejemplo le sirvió para muchos sermones. "Su corazón era enorme y lo poco que tenía lo compartía con los que estaban peor. Era un ejemplo".
Su llegada a San Juan el Real fue una sorpresa: el arzobispo le tomó el pelo y le dijo que lo mandaba a Somió, a Gijón. Tras el revuelo inicial con su elección, con movilizaciones de feligreses en contra, no pasó nada. Algunos se marcharon, pero volverían y le pedirían disculpas tras conocerle mejor. Bajo su dirección la iglesia se transformó en basílica y fue pionero usando las tecnologías: "Hay que utilizar todo para llegar a la gente". También destacan las obras acometidas, entre las últimas la cúpula y el cimborrio. Lleva 50 años a sus espaldas llenos de aventuras que le valen unas bodas de oro. Y los que le quedan porque, como asegura, "mientras tenga fuerzas seguiré".
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