Gracias por venir

Una reflexión sobre la asistencia a funerales

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Esto que voy a contar me pasó hace unos días. Y de esa experiencia salió la reflexión que quiero ahora compartir. Sé que es un tema que puede parecer un tanto extraño para contar aquí, pero quiero hacerlo. Vamos allá.

Hace unos días murió un amigo mío. Hace años tuvimos una relación bastante más fluida e intensa de la que teníamos últimamente, pero la verdad es que aunque supiera que estaba enfermo desde hace algún tiempo, la noticia de su fallecimiento me impactó bastante. Compartimos muchos y muy buenos momentos de la vida. Me acerqué al tanatorio a dar el pésame a su mujer; no tenían hijos. Y allí estuve un rato con ella, hablando un poco del desenlace y recordando alguna cosa de él. Y cuando ya me iba con la sensación del deber cumplido, me llama ella y me dice: "El funeral es mañana a las cinco".

Y a partir de ahí viene la reflexión que quiero transmitir. A mi me pasa ahora lo que a muchos, creo que ya casi a la mayoría de nosotros: nos hemos acostumbrado a despedir a nuestros amigos, a nuestros conocidos, a nuestros vecinos, con una simple y fría visita casi de cumplido al tanatorio. Lo de asistir al funeral lo hemos dejado reducido a algún caso muy cercano o ya casi muy familiar. Así es la cosa. No nos acordamos de que ese acto es el último de la vida de nuestro amigo, de nuestro vecino, de nuestro pariente aunque sea lejano. No nos acordamos de eso. Siempre tenemos algo más urgente o más importante que hacer.

Mirad: uno, que ya peina alguna cana, recuerda cuando era niño en un pueblo de Córdoba, y allí cuando alguien fallecía se le velaba en su casa día y noche, no había otra, y desde la casa se le llevaba a hombros hasta la iglesia con la gente del pueblo caminando detrás en silencio. Seguro que muchos también os acordaréis de esos entierros o de otros parecidos. Ahora hemos enfriado todo; lo hemos hecho más cómodo, menos pertubador. El hecho de que esas despedidas frías e impersonales ocurran en una ciudad, donde te ves de Pascuas a Ramos o no conoces ni a tu vecino de puerta, pues bueno, todavía…; pero que eso nos pase en un pueblo, donde sí o sí cada poco estás o hablas o te cruzas con la persona que se acaba de marchar, o que era o fue tu amigo o compartiste con él una parte, poco o mucho, de tu vida, eso ya da que pensar.

Aquella llamada de la mujer de mi amigo y el recordarme que el funeral era a las cinco, tambien me dio que pensar y preguntarme: a ver, campeón, ¿de qué vas por la vida; es que pensabas que bastaba con echar aquí cinco minutos y hasta luego? ¿Qué pensaría él de mi si me estuviera viendo, si supiera que no tengo ese pequeño rato para ir a despedirle? ¿Y si la cosa fuese al revés, que podría pensar yo de él? Me sentí mal conmigo mismo. Al día siguiente fui al funeral; éramos cinco gatos y me acordé del grupo grande que éramos de amigos y vi que allí apenas si había alguno; y también sentí pena de lo que estamos haciendo con nosotros mismos. Es decir, todos estamos siendo culpables de que estas soledades, hasta para despedirnos, se produzcan. Cada uno vamos a lo nuestro y estamos cada vez más solos en eso nuestro. Al final estaremos viviendo en una multitud de solitarios de uno en uno, y ese será nuestro justo castigo. ¿Qué vida hemos organizado, qué modo de vida es este que hemos hecho?

Al acabar el funeral y despedirme de la mujer de mi amigo en la puerta de la iglesia, simplemente me dijo: "Gracias por venir". Y no tuve nada que responderle; era como si esas gracias me las hubiera dado mi propio amigo. Posiblemente así fuera. Cuando iba ya para casa me acordé también de la cantidad de "Gracias por venir" que nos estamos quedando sin escuchar porque no estamos presentes para que nadie nos las pueda dar. Seguro que en ese momento tenemos algo más importante o más urgente que hacer. Seguro que sí.

Suscríbete para seguir leyendo