La entrada en Asturias por la Variante: hay un túnel al final de la luz

La alta velocidad arrolla la panorámica de la Cordillera Cantábrica y convierte en paisaje al pasaje

Javier Cuervo

Javier Cuervo

El tren Alvia 4270 de Gijón a Madrid–Chamartín, el primero de los comerciales por la variante de Pajares, llegó con un día de retraso a la historia. La historia había sucedido el día anterior con las figuras habituales: el Rey, el Presidente del Gobierno, el del Principado, ministro, el confesor de la reina madre... Fue el viaje de los 4.000 millones de euros, porque, sin haberlos gastado previamente, no habría podido hacerse.

El primero de los trenes comerciales por la variante de Pajares –el segundo en marcha, el de los 2.000 millones de euros, si empezamos a amortizar la enorme inversión en cada viaje– ni siquiera alcanzó los 200 kilómetros por hora en Asturias. El de Madrid–Gijón, tampoco y eso que era de bajada. En la actualidad, esa forma alargada que se mueve bajo tierra con más ligereza que alta velocidad parece lombriz más que AVE, aunque llegará a serlo con el tiempo.

Velocidad punta 186 kilómetros por hora a las 7:47 de la mañana

El viaje que aquí ha de ser crónica era de Oviedo a León y de León a Oviedo porque se trataba de estrenar un túnel. En términos económicos, la ida era el viaje de los 2.000 millones de euros, porque sólo se había amortizado en un viaje el coste total. La vuelta, el primero desde Madrid con parada en León, era el de los mil millones.

La variante de Pajares es tan variante que no se ve Pajares. La ingeniería de túnel es la abolición de la cima porque sofalda la montaña. Es una ingeniería tozuda, que entra por una pared. Es de mucho esfuerzo y poco lucimiento. El ingeniero que quiera presumir que haga puentes. El que hace túneles tiene la obra cubierta, escondida dentro de una montaña. Tiene mucho mérito, pero es un internista. Los ferrocarriles ruedan por estructuras llamadas tubos y con tantas albricias de la gente que vendrá a comer a Asturias pronto funcionarán como tubos digestivos. En el primer viaje iba un grupo de montaña que se había confabulado para comer en León, pero actuó como un grupo de espeleología en su excursión subterránea.

Los túneles no hace falta explicarlos en Asturias, que es una tierra subterránea de tradición, de constructores de túneles, esos agujeros que inventó la minería hace muchos siglos.

Estrenar un túnel es raro. Era el segundo que estrenaba en mi vida. En el primero, el túnel era viejo y el nuevo era el niño que fui. En el segundo, el viejo soy yo y el nuevo es el túnel. Fue más emocionante el primero porque la infancia es así. Para un niño de los años sesenta, los túneles tenían la emoción controlada de una oscuridad tutelada, previsible, programada y fugaz, con su gota de pis de miedo y otra de risa. En mi estreno infantil aprendí en la práctica que hay luz al final del túnel. En las películas, al final del túnel hay un cadáver, como en un parto inverso. Eso lo aprendí después.

El regreso desde León tenía dos expectativas: más luz para ver qué Asturias se veía y más velocidad para alcanzar los 200 por hora

Total, a las seis y media de la mañana, en la estación del Norte de Oviedo, al final de una calle Uría antoniolópez, Renfe había creado una cola de culebra con los pasajeros, para que enseñaran sus bártulos a los rayos x del escáner de vigilancia, llamado de seguridad.

Los viajeros eran de mediana edad hacia arriba, más hombres delante, más mujeres detrás, con el bajo tono vital de madrugar para ir a Madrid a trabajar, a ver hijos, a hacer gestiones, a comprar en la Gran Vía.

Aunque la Variante de Pajares se ha hecho desear durante décadas, el ambiente estaba sosegado. Iban a subir a un Alvia, no al Dragón Khan, del que es la antítesis: la variante ha hecho de la montaña rusa ascendente una larga parada de metro entre Pola de Lena y Pola de Gordón, entre Asturias y León, sin desniveles ni curvas ni pintoresquismo. En adelante, el que quiera efusiones patrióticas, que viaje por carretera.

El asiento para este viaje está en un vagón redacción, porque este tren de alta velocidad transporta la mercancía de las relaciones públicas, un precipitado que convierte la información en propaganda. Lleva menos mercancía de ésta que el miércoles histórico.

Los vagones de Talgo son los de siempre, con los feos estampados de los asientos, similares a los de los autocares, parecidos a la última moda de estampado de chándal en Rumanía. El espacio tiene ese color crudo plástico para tecnología. En los monitores están poniendo el documental sobre Harry y Megan y sale Isabel II de Inglaterra: hoy también hay representación monárquica en el convoy.

Las historias de los asturianos que estrenaron la Variante: del maquinista asturiano que estreno el AVE de Sevilla a los amigos que van a León a comer cocido

Irma Collín/ Amor Domínguez

Me instalo en el asiento feo para cruzar la variante de Pajares. Pensé que no viviría este momento. No lo digo porque sienta emoción sino porque el agua en el túnel, la discusión sobre el ancho de vía y no sé qué tercer hilo amenazaban con un final de obra que superara mi expectativa de vida de babyboomer.

Fuera es de noche y dentro todo es luz. Escudriño la ventanilla –aquellas que antes advertían que estaba prohibido asomarse y ahora ya no porque es imposible hacerlo– y no veo más que el vagón reflejado y a mí mismo escudriñando. A la vuelta, en el túnel, ratifiqué que el pasaje es el nuevo paisaje, que no hay exterior que ver.

Tiene un sentido muy contemporáneo esta desaparición del tren panorámico de los viajeros románticos en el tiempo de los pasajeros de la alta velocidad, en la era narcisista del protagonismo y la experiencia: buscas paisaje y encuentras un selfi, quieres ver Asturias y te ves a ti en el Alvia, como el visitante del Louvre que está delante de la Gioconda. Eso hace el tránsito muy intransitivo. No sale uno de sí ni del vagón. Es perfecto para que no haya distracciones gratuitas que no vengan por wi-fi (si es que arreglan que los túneles tengan cobertura): así se puede ir trabajando o viendo tiktoks.

Mi primer túnel es el túnel del tiempo. Reencuentro a Mariano Santiso convertido en gerente del área norte de Renfe. No lo veía desde que era diputado de Izquierda Unida en el Congeso, hace 23 años.

Conforme avanza el tren aumentan las emociones, que no se sienten, pero están monitorizadas por un reloj y un marcador de velocidad en cada extremo del vagón. El entretenimiento durante todo el nuevo tramo fue seguir un contador:

7.41, 176 kilómetros por hora.

7.42, 177 kilómetros por hora.

7.43, 181 kilómetros por hora.

7.46, 185 kilómetros por hora.

7.47, 186. kilómetros por hora.

Esa fue la velocidad punta.

Ese trayecto, esa velocidad, esa pendiente suave pero prolongada es el túnel de 25 kilómetros que ahorrar una hora de viaje a León y pone al ferrocarril a competir con el coche y el autocar. Ese tiempo es el que justifica, de momento, esta obra del siglo XX que llega en el XXI.

Es un túnel sin misterio, incomparable con el de la infancia, que era una versión adulta del tren de la bruja, una suspensión temporal de la luz en la que podía pasar cualquier cosa según las películas y los microrrelatos, cuando se llamaban chistes:

«En el compartimento viajan una mujer y dos hombres. Entran en el túnel y se oye un grito de mujer y una bofetada. Al salir del túnel, la mujer piensa ‘¡Qué beso me dieron!’. Un hombre piensa ‘¡Qué bofetada recibí!’. El otro hombre piensa: ‘¡Qué beso di y qué bofetada pegué!’». Viejas historias de sexo y violencia, pico y hostia.

Los viajeros eran de mediana edad hacia arriba, más hombres delante, más mujeres detrás, con el bajo tono vital de madrugar para ir a Madrid a trabajar, a ver hijos, a comprar en la Gran Vía

Hay León al final del túnel. Normalmente, el asturiano sabe que hay más luz al final del túnel, pero el viaje de los 2.000 millones de euros coincide en un día excepcional en el que Asturias y León comparten cielo de plomo y temperatura suave, sur de último aliento y orbayu. Ni siquiera hay ese contraste meteorológico que a los asturianos nos hincha cuando salimos y nos encoje cuando regresamos.

Ciudad de León, muralla romana, colegiata románica, palacio renacentista, catedral gótica, Gaudí neogótico, museo de arte contemporáneo, vino a buen precio, tapas abundantes, comida apreciada, gente cortés, todo ello bien iluminado a una hora de distancia del invierno tenaz y encapotado de Asturias. Ahora a tiro de AVE.

A las 8 de la mañana amanece a duras penas y un café y tres cuartos de hora después entra en la estación leonesa un Alvia ocre Castilla, un tren adobe que nunca llegaría así de puerco en un día histórico como el miércoles de inauguración.

Suben 18 personas.

Habrá que esperar algo más para que empiecen las oportunidades que va a traer la alta velocidad. Ayer las busqué en el asiento, en el pasillo, en el vagón cafetería y hasta en los baños sin ver oportunidad alguna. Claro que las oportunidades las reconocen las personas que reconocen oportunidades y suelen sentarse en la Cámara de Comercio a quejarse del gobierno cuando no las hay. Es decir que en el viaje de los 2.000 y en el de los 1.000 millones uno no vio paisaje ni oportunidades. Ese es el intercambio: las oportunidades están muy relacionadas con la velocidad y los túneles sean la antítesis del paisaje. Es la economía, amigo.

El regreso desde León tenía dos expectativas. Más luz para ver qué Asturias se veía y más velocidad para alcanzar los 200 kilómetros por hora en la bajada. Ambas defraudadas.

El momento de contemplar la región era a la vuelta porque Asturias impresiona cuando entras. Cuando sales, da para una tonada:

«Cuando yo salí de Asturias/

En la más alta montaña/

Me dexaron prisionero/

Los güeyos d’ una asturiana».

Cantar esto le llevaba 3 minutos y 14 segundos al «Presi». La tonada alta avanza lentamente y dando vueltas por su paisaje sonoro.

Casi toda la literatura febril de los viajeros románticos se escribió con la emoción de la entrada por el camino que pensó Jovellanos para que se favoreciera la industria, pero cuyos éxitos extractivos de los últimos años han sido turísticos. Ahí está toda la épica que se vuelve lírica en la siguiente curva.

Las expectativas no se cumplieron y el día no ayudaba. Aunque ya estaba encendida la planicie, el horizonte de escobones alzados no barría el cielo raso de nubes bajas y el paisaje en seguida empezó a tener la interferencia de túneles, que dejaban ver montañas en un parpadeo y en otro el viaducto sobre le que posaba el tren. Entramos en el túnel de los 25 kilómetros en un suspiro, sin verlo, pero sintiéndolo en los oídos con dos manotazos de taponamiento. Desde el miércoles histórico la entrada en Asturias son 25 kilómetros de luces led rectangulares dispuestas regularmente como finxos lumínicos, más dinámicos y menos armoniosos que el sube y baja de cables de los postes de la luz que amenizaba la meseta y sus cultivos cereales antes de las placas solares.

En el viaje de los 1.000 millones de euros la velocidad máxima fue más baja que la de subida. Y después remansa todo, el paisaje que se aplana, se puebla y se ve a velocidad decreciente.

En la estación del Norte, Oviedo ya está despierto y León está más cerca desde que el AVE abolió Pajares. Bien. Otro estímulo para marchar.

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