Velando el fuego

Navidad

Los defensores de estas fiestas encienden, con un sencillo truco, el fuego de la nostalgia, y las grandes superficies se acaban atiborrando de compulsivos compradores y de papás noeles

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Estos días he procurado leer con toda atención los artículos que se refieren a la llegada de la Navidad. Y así, he podido comprobar que los partidarios de los revivales de nieve y villancicos, no tienen ningún reparo en emplear un abundante fuego verbal con tal de arrimar las velas a su plato. Se trata, con este sencillo truco, de encender el fuego de la nostalgia para conseguir que la vajilla tamborilera brille en lo más alto.

Hasta el punto que hubo quien, en su inaudita osadía, se aproximó al debate de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra George Bush (padre) que lo llevó a convertirse en presidente de los Estados Unidos. De modo que no dudó en recordar la frase que se le atribuye (entre otros) al primero de ellos: "Es la economía, idiota, es la economía". De esta guisa, el articulista en cuestión empleó esta cita como colofón a su maridaje particular: "Es la Navidad, estúpidos". Eso sí, sin ponerse colorado en absoluto por el trasvase.

El muestrario de disonancias prosigue con otras frases, algunas de rancio mazapán, como por ejemplo: "Solo la religión ha dado fiestas populares a los hombres". Dejando a un lado el encendido "hombres" que, como se sabe, seguimos constituyendo el principal polo de atracción planetario, no le vendría mal al inventor de la cita repasar un tanto la historia de las religiones y sus efectos. Abundante material hay al respecto para demostrar cómo en abundantes ocasiones la fe se convierte en superstición e ignorancia y, por lo mismo, cómo los mitos son utilizados como mecanismos de dominación y consumo. Para demostrarlo, bastaría solo con fijarse, entre otros ejemplos que se podrían mencionar, en las luces que adornan las calles y los escaparates; los árboles que engalanan plazas y establecimientos; los villancicos como música ambiental; Papá Noel y su saco mágico de regalos; los niños y niñas de San Ildefonso cantando el gordo; las grandes superficies atiborradas de compulsivos compradores…

Ayer conseguí que mi estupefacción alcanzara grados insospechados. Seguía con mi habitual ronda introspectiva de opiniones, cuando me encontré, casi sin querer, con esta perla que comparaba el belén de Navidad con nuestras instituciones políticas. Confieso que al principio me dio por pensar si habría puesto la atención necesaria en su lectura, así que volví otra vez a repasar mis ojos por el papel del diario en que venía escrita. Pues sí, me dije, parece ser que no me había equivocado. Allí estaba la frasecita vivita y coleando, pues el redactor del desatinado juicio llega a decir que "no recuerda haber visto nunca a familias montando juntas e ilusionadas una maqueta de las Cortes". Llegados a este punto, me resulta muy difícil añadir algún epíteto que pudiera calificar semejante dislate.

Cierto es, como dice el refrán, que "Hay gente para todos los gustos". Lo que en este caso significaría que cada cual se las arregle a su modo y manera con estas fiestas, como debería ser. Vale, pues, que mastiquemos el turrón con una u otra muela; que prefiramos el duro al blanco o viceversa; o que incluso tengamos dudas entre un Rioja o un Ribera; pero sobran los pontificadores de turno que, en realidad, pretenden sobre todo imponer a los demás su ritmo digestivo. (Nada nuevo, por cierto, encima del repetitivo mantel navideño).

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