de lo nuestro Historias Heterodoxas

¡Vivan las cadenas y muera la nación!

Las asonadas absolutistas en favor de Fernando VII en la Montaña Central y otros lugares de Asturias durante el trienio liberal de Riego

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Voy a resumirles en dos párrafos la historia del primer tercio del siglo XIX español, ¿quién da más?: en 1808 se inició la Guerra de la Independencia contra los invasores franceses y la familia Borbón tuvo que exiliarse en la misma Francia. Seis años más tarde acabó la guerra y Fernando VII regresó para ser aclamado sin que sus súbditos supiesen que había celebrado cada victoria de Napoleón con fiestas y voladores. Entonces suspendió la Constitución liberal aprobada en Cádiz en 1812 y asumió la función de monarca absoluto hasta que en 1820 el asturiano Rafael del Riego se pronunció con una parte del Ejército para defender la soberanía popular.

Sin embargo, Fernando VII no se resignó y pidió ayuda a otras monarquías europeas para que lo ayudasen a restablecer su autoridad. En 1823, Prusia, Austria, Rusia y Francia se pusieron de acuerdo para enviar a España una tropa conocida como "los Cien Mil Hijos de San Luis", que restauró el absolutismo; Riego fue ejecutado y todas las leyes de aquel Trienio Liberal quedaron abolidas.

Ahora que ya han refrescado su memoria, quiero contarles que durante esos tres años constitucionales no todo fue pacífico, pues muchos españoles, sobre todo en las zonas rurales, se negaron a aceptar los cambios y fueron animados por los sermones de los párrocos que no querían perder sus privilegios a provocar constantes levantamientos por todo el país para mantener las estructuras del Antiguo Régimen, las tradiciones y el poder de la Iglesia Católica.

Hoy quiero mostrarles como la Montaña Central fue escenario de graves enfrentamientos entre aquellos inmovilistas y quienes querían avanzar en la modernización del país, y pocos meses después del pronunciamiento de Riego, el 30 de noviembre del mismo año 1820, ya se produjo una primera asonada en la Cuenca del Caudal.

En otra ocasión ya les conté que en el archivo municipal de Mieres se conserva un informe firmado por el jefe político del Principado de Asturias, Manuel María de Acevedo, dirigido al alcalde de la esta localidad. Y no piensen que me equivoco al hablar de un alcalde mierense en una época tan temprana, porque les recuerdo que antes de obtener su definitiva independencia en 1836, Mieres ya había sido libre en otras dos ocasiones.

La primera, durante "la francesada" y la segunda en el Trienio de Riego, cuando se fomentó la creación de nuevos ayuntamientos y el "Conceyón" de Lena se dividió en seis, de los que dos estaban en el territorio del actual concejo de Mieres: uno llevó el nombre del propio Mieres y tuvo jurisdicción sobre La Villa, La Pasera, Oñón, La Peña y La Rebollá; y el otro, con sede en Villarejo, abarcaba la parroquia de Santa Cruz, el valle de Turón y la margen izquierda del río Caudal, desde Uxo hasta Lloreo, incluyendo el valle de Cuna, Siana y Ablaña.

¡Vivan las cadenas y muera la nación!

¡Vivan las cadenas y muera la nación! / Ernesto BURGOS

En fin, en su informe, don Manuel María relató los incidentes que protagonizaron unos exaltados absolutistas en el puente de Santullano, donde un grupo armado cortó el paso a transeúntes y vehículos mientras dieciocho de ellos bajaban hasta la villa para poner en libertad a otros dos individuos que se encontraban allí presos por defender sus mismas ideas. Aquella misma noche otro grupo más pequeño se dedicó a ir gritando por Pola de Lena mueras a la Constitución e incluso llegaron a detener al juez de primera instancia e intentaron hacer lo mismo con el liberal Francisco Benavides, pero este pudo escapar y llegó hasta Oviedo donde denunció lo que estaba sucediendo.

Finalmente, tuvo que intervenir la Compañía de Cazadores del Regimiento Provincial y otra de la Milicia Nacional que abrieron el paso del puente, aunque no lograron detener a los sediciosos. Al día siguiente también fue liberado el juez de Lena y se pudo restablecer la normalidad tras capturar a cinco de los cabecillas de la algarada.

Después, a lo largo de 1821 no se registró ningún suceso de importancia en toda la región, pero ya en 1822 se levantaron otras tres partidas, en Pola de Siero, Cangas de Narcea y Amieva. En nuestras cuencas también hubo graves sucesos, aunque en este caso los culpables vinieron de fuera: a finales de año la partida del "Rojo de Valderas", que llevaba tiempo sembrando el terror por los pueblos de Valladolid y León, cruzó la Cordillera por el alto Aller para saquear e incendiar Cabañaquinta, hasta que las tropas constitucionales consiguieron dividir a sus hombres en dos grupos, uno de los cuales retornó a León y el otro tuvo que huir hacia la costa.

El "Rojo de Valderas", apodado así por el color de su pelo y el pueblo en que nació, se llamaba Agustín Alonso Rubio y logró reunir unos cincuenta jinetes con los que recorrió los pueblos castellanos exigiendo dinero que en teoría destinaba a la causa de la restauración de la monarquía absoluta. Fue detenido en un pueblo de Palencia y ejecutado a garrote vil en Valladolid, aunque tras la derrota de Riego se convirtió en un símbolo fernandino y, cinco meses después de que hubiese sido enterrado, sus restos fueron llevados en procesión por sus correligionarios hasta la iglesia de San Andrés en esa capital castellana, donde volvieron a darle sepultura de una manera más digna.

El principio del fin del Trienio Liberal puede fecharse el 7 de abril de 1823, día en que empezaron a cruzar la frontera los "Cien Mil Hijos de San Luis", sin embargo, poco antes, quienes apoyaban los deseos totalitarios de Fernando VII, sabedores de que la invasión militar era inmediata, ya cogieron las armas por todo el país sumando un número de rebeldes que según los especialistas en esta época pudo rondar los 35.000 españoles.

Volvemos a recurrir a la documentación de época para encontrar una extensa proclama fechada el 23 de marzo de 1823, que firmó de nuevo Manuel María de Acevedo. En ella reseñó lo que estaba sucediendo en Asturias y el desarrollo de las operaciones para restablecer el orden. Según este texto, uno de los lugares que se colocaron del lado del "rey felón" fue el concejo de Lena en el que muchos jóvenes apoyaron la supresión de las libertades y el derecho divino del monarca a obrar sin rendir cuentas a nadie.

También volvieron a levantarse un buen número de hombres en el concejo de Caso que desde allí marcharon sobre Infiesto, donde su acción tuvo un eco inmediato en otros pueblos de los concejos de Piloña y de Nava, de modo que todos se coordinaron con rapidez para atacar Oviedo. En respuesta, las milicias nacionales, con otras tropas y muchos voluntarios liberales salieron a hacerles frente, restablecieron su autoridad entre los piloñeses y navetos y persiguieron a los casinos hasta sus pueblos de origen.

Acevedo dejó escrito que entonces los maquinadores vieron la oportunidad de atacar Oviedo y tras sublevar los concejos de Sobrescobio, Laviana y Langreo, penetraron en el de Siero para abastecerse antes del asalto final, pero allí fueron combatidos por milicias voluntarias llegadas desde Candás, Luanco y Cudillero, mientras las tropas que se habían desplazado hasta Caso retornaron rápidamente para reforzar la defensa de la capital.

Sin embargo, los combates ya se habían generalizado por todo el centro y el oriente de Asturias y los movimientos tanto de los "serviles" como de los "negros" –como se conocía respectivamente a los absolutistas y a los liberales– aumentaron su intensidad y muchos concejos movilizaron a sus hombres.

Una columna del resguardo militar junto a escopeteros de Lena y Grado sofocó la sublevación en Aller, mientras en la misma Lena se organizaba en sentido contrario una partida mandada por el cabecilla Manuel Suárez de Baíña que cometió mil tropelías violencias y fue dispersada por las milicias nacionales del mismo concejo y de Mieres.

Tras la restauración del absolutismo, Fernando VII persiguió con saña a los liberales hasta su fallecimiento en septiembre de 1833. Luego vino la primera guerra civil y muchos de los que habían luchado diez años antes volvieron a tomar partido por Isabel II o por su tío Carlos V. Entre los segundos, estuvo Manuel Suárez de Baíña (o simplemente Baíña) que aumentó su historial de saqueos y desmanes por la Montaña Central junto a otro dirigente carlista, Bernardo Sánchez Lamuño, hasta que los dos fueron abatidos en Morcín después de que hubiesen asaltado con un grupo de apenas veinte hombres los establecimientos oficiales de la villa de Mieres y las casas particulares de los vecinos conocidos por su tendencia liberal.

Estas luchas del Trienio Liberal solo fueron el preámbulo de la división entre las dos maneras de entender España que nos ha costado tantos muertos en los dos últimos siglos y aún puede observarse en los extremos de nuestro arco político, aunque ahora afortunadamente la sangre ya no llegue al río. Es nuestra historia y no podemos ni ocultarla ni cambiarla.

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