El plan de paz de Navalny

Raúl Suevos

Raúl Suevos

La Brigada de Montaña llegó a Bosnia en el mes de septiembre del 95. Pronto descubrimos cuál era nuestro papel allí, es decir, el de comparsas sin apenas capacidad de presionar, o mucho menos imponer. Las facciones iban a su aíre y nosotros, básicamente, tomábamos nota de lo que sucedía en nombre de Naciones Unidas. Era el Global Suckling System, Sistema de Mamoneo global, en expresión afortunada de una de aquellas jornadas.

Hoy tenemos un campeón de ese sistema de mamoneo global con el gobierno chino. Recién abstenido en la votación de condena de la invasión de Ucrania en la ONU, se descuelga con un plan de paz que empieza por no distinguir entre víctima y victimario, entre agredido y agresor, entre invadido e invasor. Una auténtica trampa que sólo los partidarios del apaciguamiento, al estilo de lo que hicieran los europeos con Hitler antes de que invadiese Polonia, podrían aceptar como una base mínimamente razonable para iniciar unas negociaciones.

Los chinos, compradores a bajo precio de casi toda la producción actual de Rusia, junto a India, que intenta mantener un perfil bajo, proponen empezar con un levantamiento de sanciones, también el respeto a las fronteras nacionales, aunque no aclara cuales son estas. Todo parece limitarse a una operación cosmética para tratar de evitar que los Estados Unidos sigan apretando la soga de las sanciones a su país, algo que parece tener ya decidido el señor Biden.

En Rusia no hay oposición política. Lo más parecido y conocido en Occidente es el grupo de Alexéi Navalny, sobrevivido a un intento de envenenamiento y posteriormente condenando a 20 años en un juicio político. Desde allí consigue hacer salir información sobre las penosas condiciones en las que lo mantienen, y también, como ha sucedido esta semana, sus propuestas políticas.

Navalny propone la retirada de las Fuerzas rusas a sus fronteras reconocidas internacionalmente, señalando que Rusia tiene ya más extensión de la que puede gestionar, y que sólo planteamientos imperialistas del siglo XIX pueden justificar. Manifiesta que Rusia debe pagar la reconstrucción de Ucrania con un plan razonable basado en los ingresos energéticos y mineros del país. Y finaliza, quizás lo más llamativo, con el compromiso de implementar la persecución y juicio por crímenes de guerra, aunque no cita al señor Putin.

Es un plan absolutamente simple, fácil de comprender y también, llegado el caso, de aceptar; no tanto de implementar, puesto que a día de hoy, y mientras Putin detente el poder, el señor Navalny no es más que un prisionero del régimen, sobre cuya integridad física, actual y futura, es fácil mantener enormes dudas. Pero es el único plan de paz que Ucrania o la Comunidad internacional podría aceptar.

La Brigada de Montaña llegó a Bosnia en el mes de septiembre del 95. Pronto descubrimos cuál era nuestro papel allí, es decir, el de comparsas sin apenas capacidad de presionar, o mucho menos imponer. Las facciones iban a su aíre y nosotros, básicamente, tomábamos nota de lo que sucedía en nombre de Naciones Unidas. Era el Global Suckling System, Sistema de Mamoneo global, en expresión afortunada de una de aquellas jornadas.

Hoy tenemos un campeón de ese sistema de mamoneo global con el gobierno chino. Recién abstenido en la votación de condena de la invasión de Ucrania en la ONU, se descuelga con un plan de paz que empieza por no distinguir entre víctima y victimario, entre agredido y agresor, entre invadido e invasor. Una auténtica trampa que sólo los partidarios del apaciguamiento, al estilo de lo que hicieran los europeos con Hitler antes de que invadiese Polonia, podrían aceptar como una base mínimamente razonable para iniciar unas negociaciones.

Los chinos, compradores a bajo precio de casi toda la producción actual de Rusia, junto a India, que intenta mantener un perfil bajo, proponen empezar con un levantamiento de sanciones, también el respeto a las fronteras nacionales, aunque no aclara cuales son estas. Todo parece limitarse a una operación cosmética para tratar de evitar que los Estados Unidos sigan apretando la soga de las sanciones a su país, algo que parece tener ya decidido el señor Biden.

En Rusia no hay oposición política. Lo más parecido y conocido en Occidente es el grupo de Alexéi Navalny, sobrevivido a un intento de envenenamiento y posteriormente condenando a 20 años en un juicio político. Desde allí consigue hacer salir información sobre las penosas condiciones en las que lo mantienen, y también, como ha sucedido esta semana, sus propuestas políticas.

Navalny propone la retirada de las Fuerzas rusas a sus fronteras reconocidas internacionalmente, señalando que Rusia tiene ya más extensión de la que puede gestionar, y que sólo planteamientos imperialistas del siglo XIX pueden justificar. Manifiesta que Rusia debe pagar la reconstrucción de Ucrania con un plan razonable basado en los ingresos energéticos y mineros del país. Y finaliza, quizás lo más llamativo, con el compromiso de implementar la persecución y juicio por crímenes de guerra, aunque no cita al señor Putin.

Es un plan absolutamente simple, fácil de comprender y también, llegado el caso, de aceptar; no tanto de implementar, puesto que a día de hoy, y mientras Putin detente el poder, el señor Navalny no es más que un prisionero del régimen, sobre cuya integridad física, actual y futura, es fácil mantener enormes dudas. Pero es el único plan de paz que Ucrania o la Comunidad internacional podría aceptar.

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