Crítica / Teatro

Eros y Thánatos

La nueva versión de "La Celestina" gana verdad en la reflexión existencial

Eva Vallines

Eva Vallines

"La Celestina" es una obra inclasificable y controvertida ya desde su autoría. También el género, el título y hasta su finalidad moralizante están en entredicho. Quizá por ello sea pieza maestra y se vuelva a ella repetidamente con nuevas adaptaciones. Eduardo Galán se enfrenta al reto por segunda vez, y en esta ocasión utiliza el recurso del flashback, comenzando con el llanto final de Pleberio, como ya hiciera Robert Lepage en la magnífica versión protagonizada por Núria Espert. Este recurso da pie a que una fantasmagórica Celestina justifique sus actos mostrándole al desgraciado padre todo lo ocurrido. Si bien es cierto que no sale muy exculpada, pues este personaje es difícilmente defendible, por mucho que algunos estudiosos reivindiquen su papel de víctima superviviente, capaz de subvertir el orden social y patriarcal. Anabel Alonso se transforma en la insigne alcahueta, harapienta y andrajosa y con la cara marcada por un pasado difícil de ocultar, sabiendo conjugar ciertos dejes humorísticos de puta vieja pragmática y maquinadora, con la amarga reflexión existencial acerca del paso del tiempo, que es donde gana en verdad y hondura.

La escenografía de Mónica Teijeiro, una especie de jaula o palomar, con torre y dos puertas móviles, le da un aire atemporal o futurista, que se ve reforzado por el ecléctico vestuario, que compagina lo contemporáneo, decimonónico y de época. La iluminación basada en un claroscuro de tonos rojizos remite a una ambientación infernal muy apropiada para los conjuros de esta hechicera. Antonio C. Guijosa, que nos maravilló con su impactante "Ifigenia en Vallecas", dirige con brío esta versión carnal y desenfadada, en la que las escenas se encabalgan a buen ritmo y la acción no decae. Quizá su mejor baza sea el tratamiento brutal y descarnado de los criados, con una lengua caracterizada por el refranero sanchopancesco. Seres embrutecidos y malvados como Sempronio, o que presentan una evolución como Pármeno, criado fiel y noble, que seducido por Areúsa, se pasa al otro bando. El reparto se resiente de la necesidad de doblar personajes, especialmente en el caso de Claudia Taboada, que asume la difícil tarea de encarnar a dos mujeres contrapuestas como la rebelde y dulce Melibea y la reivindicativa prostituta Areúsa. No ocurre así en el caso de Beatriz Grimaldos, que es capaz de caracterizar de forma bien diferenciada a Lucrecia, la criada confidente de Melibea y a la vulgar y descarada Elicia. José Saiz hace un gran trabajo con dos papeles también dispares, un Sempronio entre Aberroncho y Quasimodo y el altivo burgués Pleberio. David Huertas compone con solvencia un Pármeno bonachón. Víctor Sainz, encarna a un Calisto un tanto aventado que parodia el amor cortés caballeresco.

"La Celestina" es una obra dialéctica, una lucha de contrarios entre la pulsión sexual y la muerte, la pasión y la razón, la lucha de clases entre los criados y los señores, el orden medieval y el renacentista. Todo esto se refleja en esta versión que cautivó a un público que aplaudió con profusión.

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