Asturianas con ciencia

Tenacidad, constancia y determinación

Una invitación a romper el techo de cristal en la ciencia

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Rosa M. Sainz

Rosa M. Sainz, doctora en Biología por la Universidad de Oviedo, llevó a cabo su formación postdoctoral en la Universidad de Texas, en el "Health Science Center" de San Antonio. Volvió a la Universidad de Oviedo en 2004 y desde 2010 es profesora del área de Biología Celular. Ha dirigido ocho tesis y publicado más de 100 artículos en revistas internacionales. Es vocal de la junta directiva de la Sociedad Española de Biología Celular y directora del IUOPA, el Instituto Universitario de Oncología. 

Cuando me preguntan acerca de mi trabajo se me agolpan las ideas en la cabeza, y es que los científicos somos entusiastas, nos emocionamos y a veces no sabemos explicar con claridad lo que hacemos. En mi caso, mi dedicación se resume en un profundo interés por el funcionamiento de nuestras células y su relación con el entorno. Soy bióloga, me formé en la Universidad de Oviedo y en la actualidad, soy profesora de Biología Celular en los grados de Biología y Biotecnología. Cuando me levanto por las mañanas y pienso si mi profesión tiene un valor para la sociedad que me rodea, no tengo la menor duda que lo tiene. Más allá de mi papel como profesora, que ya en sí mismo satisface mi necesidad de aportar algo a la sociedad, mi dedicación al estudio de las células, sanas y enfermas, me permite suponer la utilidad de mi trabajo. Ya en el año 1880, Rudolf Virchow, patólogo alemán de la Universidad de Humboldt, destacó que los organismos vivos eran una república de células elementales, siendo todos los procesos patológicos una alteración de la célula independiente del agente causante. Hoy este concepto absolutamente reduccionista no es del todo correcto, pero me sirve para introducir mi ámbito de trabajo. Nosotros estudiamos las células, cómo se comunican con el entorno y cómo responden a las señales que reciben del ambiente, con el fin de explicar y resolver enfermedades.

Cuando repaso mi trayectoria me acuerdo mucho de mi padre que, si estuviera vivo, no sé si creería hasta donde me ha llevado mi periplo por el laboratorio. Tuve una educación en un entorno de cariño y apoyo total por parte de mis padres. Mi padre solo quería que tomase el ascensor de la educación y pudiese llegar a donde él no tuvo la oportunidad, así que me enseño la tenacidad, constancia y la determinación en hacer aquello que deseaba. Por otro lado, tengo una madre con la sensatez y la astucia de un premio Nobel, y si Marco Aurelio le decía a su hija Lucila en la película «El Gladiador» «que emperador se perdió Roma», yo siempre digo que con mi madre se perdió un gran talento científico por la falta de oportunidad.

Empecé mi carrera científica cuando era alumna de segundo de carrera, con solo 19 años. Vamos, una «pioya». Así me llamaban, un término muy asturiano que acuñaron en el laboratorio para definir mi juventud y mi frescura en aquel momento. Tengo que decir que, a pesar del tremendo esfuerzo, disfruté enormemente de aquella época. No soy una científica de herencia familiar, ni siquiera soy una niña con vocación científica temprana, sino que tuve la tremenda suerte de que durante mis estudios se cruzó en mi camino una persona extraordinaria que me abrió, como el Conejo Blanco a Alicia, la puerta del País de las Maravillas. Y es que tengo muchas cosas que agradecer al profesor Armando Menéndez Peláez, mi mentor, pero sobre todo le debo la oportunidad que me dio para comenzar a investigar.

El estímulo para dirigir el IUOPA viene de la mano de dos hombres excelentes, Carlos López Otín y Antonio Fueyo, actual vicerrector de Investigación

Comencé mi tesis estudiando los mecanismos de muerte de las células del timo a lo largo de la edad. Era conocido que durante el proceso de desarrollo del sistema inmune y, posteriormente, durante la vejez, se producen fenómenos de muerte celular por un mecanismo programado, algo así como un suicidio celular. Este suicidio es desencadenado a veces por errores intrínsecos en las células y, otras veces, por causas externas que aceleran el envejecimiento de nuestras defensas. Otro fenómeno que sucede de forma natural con la edad es la caída de los niveles nocturnos de la hormona melatonina. La melatonina es una hormona producida durante el periodo de oscuridad, que en el año 1993 fue definida por el dr. Dun-xian Tan como una molécula antioxidante con propiedades para mantener la salud celular. Nuestros estudios estuvieron encaminados a abordar el rescate de la muerte celular por la melatonina. Con cierto éxito demostramos que, suplementado la melatonina en la dieta de los animales, rescatábamos la muerte excesiva de las células del sistema inmunológico y reforzábamos las defensas de animales viejos. Mi tesis fue el comienzo de numerosos premios y becas que me permitieron seguir en esta carrera que, por encima de todas las cosas, es una carrera de fondo. Me mudé a Estados Unidos, donde me uní al laboratorio del dr. Russel J Reiter. Como siempre comento, en aquel momento Russ era mi unicornio. Era la persona que había descubierto a principios de los 80 la función biológica de la melatonina, y el director, en el año 1993, de las investigaciones del dr. Tan acerca de las propiedades antioxidantes de la melatonina. Estuve en su laboratorio más de cuatro años, y lo visité en diferentes ocasiones, aprendí de los mejores, y establecí unos lazos profesionales y también personales que enriquecen mi personalidad. La diversidad cultural y el entramado multirracial que ofrece la ciencia es una de las riquezas que este trabajo tiene y que pocos otros trabajos pueden ofrecer.

En la Universidad de Texas, curiosamente comencé a trabajar justo en lo contrario, tratábamos de activar los mecanismos de muerte celular, pero en este caso en células tumorales. Los tratamientos contra el cáncer no son efectivos en el 100% de los casos, y en su mayor parte es debido a que las células tumorales son por naturaleza capaces de soportar todo tipo de estrés. Estudiamos muchos tipos celulares y sometimos a las células a tratamientos de radiación y quimioterapia. En muchos de los casos, tras el tratamiento antitumoral, las células elevaban las defensas frente al estrés, en particular, frente al estrés oxidativo. Resulta curioso que la evolución haya tenido que preparar a nuestras células con todo un arsenal molecular para combatir la toxicidad del oxígeno. Es una molécula fundamental para la mayor parte de los serves vivos, pero a la vez tóxica, por ser un ladrón de electrones que genera lo que se conoce como «radicales libres». Estas moléculas son capaces de dañar todos los componentes celulares, desde el material genético a las membranas celulares. Pequeños cambios en proteínas celulares causados por bajas concentraciones de radicales son suficientes para ocasionar un error en estas, evitar así su función y causar enfermedades terribles como la esclerosis lateral amiotrófica. Los tóxicos ambientales, la contaminación, el humo del tabaco, las radiaciones UV del sol, y un largo etc de elementos externos favorecen su generación, pero también la propia respiración celular genera radicales libres. Por ello, nuestras células de forma natural tienen un ejército de proteínas de defensa que libran una batalla diaria con los radicales que se producen en nuestro entorno. El balance entre ambos, radicales vs defensas, define un entorno celular saludable. Un desbalance, más radicales y menos defensas, son la causa en último término de numerosas enfermedades. Un exceso de radicales puede incluso inducir muerte celular, que es precisamente lo que se pretende con los tratamientos de radiación y algunos agentes quimioterápicos en células tumorales. Sin embargo, la célula tumoral es particularmente rica en defensas antioxidantes lo que le hace extremadamente resistente a los tratamientos antitumorales. Es más, nuestro laboratorio describió hace años que algunas células tumorales cuando son radiadas aumentan sus defensas y dada su plasticidad, se hacen aún más resistentes y estimulan el crecimiento de las células vecinas como respuesta.

Actualmente, nuestro interés se centra en entender esos mecanismos de respuesta a los tratamientos, buscar las estrategias para interrumpir esta desgraciada paradoja y poder facilitar la efectividad de los tratamientos antitumorales. Además, tratamos de valorar ese desbalance entre radicales y defensas antioxidantes en otros muchos modelos celulares de enfermedades asociadas a la edad como la diabetes, la enfermedad cardiovascular, la neurodegeneración o las enfermedades inflamatorias.

En mi día a día, los experimentos y las clases se entrecruzan con mis dos hijas, que son sin duda alguna mi mejor experimento. No voy a decir que no es cierto que hay un efecto tijera en la carrera científica de la mujer porque es una realidad avalada por los datos. La maternidad y las responsabilidades familiares parece que nos disuaden de continuar la carrera científica y a partir del doctorado el número de mujeres en puestos permanentes y de responsabilidad es mucho menor que el de los hombres. Sin embargo, sí puedo decir que, aplicando las enseñanzas de mi padre, tenacidad, constancia y determinación, buscando un buen compañero de viaje y realizando el esfuerzo por una vocación convencida, la vida de una mujer científica no debe ser diferente a la de un hombre. Yo he estado toda mi carrera rodeada de hombres que fueron jefes, compañeros, o subordinados y todos ellos me han tratado como igual. Algún codazo he tenido que dar, pero toda mi firmeza, mi esfuerzo y mi vocación me han permitido llegar hasta donde quería.

La dirección científica de un instituto de investigación como el IUOPA, integrado por excelentes investigadores e investigadoras, respetado socialmente, y avalado por el Principado de Asturias y por la Fundación Bancaria Cajastur, era el último reto que me quedaba por asumir. El estímulo para presentarme a ocupar este cargo viene de la mano de dos hombres excelentes, el prof. Carlos López Otín y el prof. Antonio Fueyo, actual vicerrector de Investigación. Cogí la responsabilidad sin la seguridad de estar a la altura, pero con atrevimiento y responsabilidad. Dar ese paso es la clave para que las mujeres rompamos ese techo de cristal, cerremos la tijera de la diferencia y ocupemos el 50% de responsabilidad que se nos debe por derecho. Sin embrago, la primera cosa que nos debe quedar clara es que la última responsable de dar el paso adelante eres tú misma. Solo puedo decirles, a aquellas que tengan la oportunidad, lo mismo que decía mi querida Rita Levi Montalcini: «No temas a las dificultades, lo mejor surge de ellas».

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