Un mar de lágrimas para despedir en Oviedo al niño fallecido en accidente: "Juan ahora sí va a ser una estrella"

La familia del menor, arropada por toda la plantilla del Alimerka Oviedo Baloncesto, le despide en un acto donde fue recordado como un niño que "solo sabía sonreír y divertirse"

"Estamos impactados, jugamos el viernes y al día siguiente ya no estaba con nosotros". Respirando hondo y conteniendo las lágrimas, los compañeros de equipo de Juan Rodríguez Bolívar, el niño de 13 años fallecido por las heridas sufridas en un accidente de tráfico el pasado sábado en El Caleyo, hicieron de tripas corazón para tratar de poner buena cara y recordar a su "inolvidable" amigo. "Solo sabía sonreír y divertirse, siempre estaba contento y riendo", explicó Aarón González, uno de los compañeros de equipo del fallecido, todavía "en estado de shock". 

La sala 10 y la capilla del tanatorio de Los Arenales se abarrotaron a media tarde de este martes para un sentido adiós en el que no faltaron ni los ídolos del pequeño. La primera plantilla del Alimerka Oviedo Baloncesto al completo no quiso faltar para rendir homenaje a uno de sus canteranos más queridos. "Estoy sorprendido con vuestra presencia. Ahora sí va a ser una estrella", dijo con total entereza el padre del menor, Pablo Rodríguez, al presidente del club, Fernando Villabella, quien encabezó la expedición baloncestística, junto al director general de la entidad, Héctor Galán "para mostrar todo el apoyo a la familia".

Entre los asistentes más afectados se encontraba Víctor Antolín, joven entrenador del equipo infantil de Oviedo Baloncesto, al que Juan y varios amigos se sumaron este mismo año. "Era un amor, el niño perfecto", comentó el técnico, destacando la exquisita deportividad y constante preocupación del menor por sus compañeros y rivales. "Solo hacía bromas riéndose de sí mismo. Jamás faltaba a nadie y la palabra perdón estaba constantemente en su boca", añadió.

Aunque Juan estaba todavía en una fase inicial de su formación deportiva, sus compañeros le veían muy buenas maneras en la posición de escolta y, según comentaron con humor, para los juegos de mesa. "Le encantaba jugar a las cartas, al UNO, concretamente", explicó su compañero Miguel Fernández a escasos minutos del inicio de la celebración de la palabra.

La capilla se llenó de compañeros del instituto de Pando, excompañeros del colegio Lorenzo Novo Mier y "los amigos del basket", como afirman estos, que se refería a ellos. Junto a ellos, un nutrido grupo de padres y madres haciendo las veces de psicólogo. "La mayoría no han pegado ojo y los que no están es porque están muy tocados", comentaba la madre de un compañero de instituto. 

Además de buenas palabras, los compañeros y amigos de Juan asistieron portando ramos de flores, en su mayoría rosas y claveles, y cargados de recuerdos. "Pasaba mucho tiempo con él", soltó, frotándose los ojos, un pequeño vestido de corbata, raya al lado y un buen puñado de flores blancas. 

La celebración de la palabra estuvo marcada por un silencio sepulcral, solo interrumpido por el sonido de algún móvil sin silenciar. Hilario Valdés, párroco de Pumarín, que hizo las veces de capellán, mostró su solidaridad a la familia y recordó con un nudo en la garganta cómo justo cuatro años antes se encontraba en la misma capilla, dando el último adiós a su propia madre. "Sé lo que es despedir aquí a un ser muy querido", explicó el religioso responsable de la parroquia de San José de Pumarín.  

El sacerdote animó al entorno de Juan a abrazar la fe y recordarlo como lo hicieron en los últimos días varios compañeros de clase. "Dicen que estaba lleno de luz y esa luz seguirá muy viva", dijo Valdés dirigiéndose a sus familiares.

Ivette Bolívar, madre de Juan, visiblemente afectada. Al final de la ceremonia, los amigos del menor hicieron una larga cola para trasladar su pésame y animar a una mujer claramente destrozada por la situación. "Muchas gracias por venir", dijo a varios pequeños, ante los que trató de sacar una sonrisa y disimular el llanto para no contagiar su enorme pena. 

También se acercó el entrenador de baloncesto, convencido de que sus palabras reconfortarían de alguna manera a la progenitora. "En mi casa pueden dar fe de las veces que llegaba impresionado por la bondad del crío. Siempre lo comentaba", declaró justo después de fundirse en un profundo abrazo con la mujer. 

Sobre el fatídico accidente del sábado, palabras contadas. "No quisiera estar en la piel de esa conductora, pero es algo de lo que no estamos ninguno libre", comentaba la abuela de una niña de Pumarín, a la que acompañó para brindar su particular despedida al que fuera su amigo. "Lleva todo el día llorando la pobre", explicó la mujer, sentada en un banco junto a otro amigo de la familia de profundas creencias religiosas. "Rezo por Juan, pero también por esa mujer que iba al volante y los otros tres guajes, que se habrán llevado el susto de su vida", apuntó Manuel González, sobre la mujer, el otro niño de doce años y las dos pequeñas de nueve años que viajaban en el Mercedes cuando se produjo el trágico siniestro.