La dictadura de la ignorancia

Sobre el reglamento de laicidad gijonés

Cada mañana uno se encuentra con la perplejidad de los ignorantes, los que son incapaces de entender y de aceptar que vivimos en una sociedad plural, donde la diferencia es una riqueza, donde las creencias y los pensamientos dispares no son motivo de enfrentamiento, sino al contrario, una auténtica invitación al diálogo, a la aceptación positiva de todos aquellos que formamos parte de un proyecto común.

Semanas atrás me llegó un anónimo, cuanto menos original, un recorte de este periódico que nos hablaba de la alcaldesa de Gijón. En ese artículo se hace referencia a una discusión interna en el seno del partido socialista de Gijón sobre el nuevo reglamento de aconfesionalidad y laicidad del Ayuntamiento. Lo grave no está en el contenido del mismo, sino que con una ortografía difícil, sobre el artículo venía escrito algo similar a una advertencia amenazante: "Preparaos, a vosotros también os llegará".

Ciertamente, lo importante no está en la simpleza, o en la cobardía, de aquellos que siguen viviendo de odios irracionales, de ignorancias decimonónicas, que siguen creyendo que todo lo que sea presencia de lo religioso supone una amenaza. Se hace necesario matizar, aunque sea desde la lejanía, algunos aspectos que nos tienen que preocupar a todos los ciudadanos.

Aunque nuestra querida alcaldesa nos dice que este reglamento es fruto de un acuerdo de gobierno nacido de sus afiliados, lo cierto es que hace unos meses se lanzó a la ciudadanía una especie de consulta popular a través de las plataformas municipales. Con unas preguntas que eran dardos envenenados, o malas cuestiones que llevaban en sí mismas el veneno de la manipulación. Las respuestas recogidas no llegaron a un centenar y el 80% de esas respuestas no entendían la cuestión o reprochaban la incoherencia del Ayuntamiento o denunciaban que se pretendía generar una situación innecesaria en medio de un momento que tiene problemas y preocupaciones mayores. Lo cierto es que de las poquísimas aportaciones que recibieron en su gran mayoría no estaba a favor de la propuesta que ellos hacían.

Aun así, nos venden este reglamento como fruto de su capacidad de gobernar desde el diálogo y la cercanía a los ciudadanos, cuando realmente lo que están haciendo es construir un falso relato y engañar con palabrería vacía, hablándonos de una pretendida aconfesionalidad y laicidad que se fundamenta en nuestra Carta Magna.

Cuando hablamos de aconfesionalidad, un concepto positivo que sí se recoge en los marcos comunes, no estamos hablando de odio, ni de sectarismos, sino de un Estado que no se adscribe a ningún credo en concreto sino que se compromete a apoyar y otorgar valor de dignidad a todos esos grandes sistemas simbólicos de sentido que han operado y siguen operando en la condición humana. De la misma manera, laicidad y laicismo no son conceptos sinónimos, la primera hace referencia a una forma de convivencia en la cual los ciudadanos son los que tienen la voz y la palabra para proponer y compartir aquello que creen y viven. Mientras que el laicismo es el odio beligerante y amenazador hacia toda forma de pensamiento o de credo que vaya contra nuestras propias convicciones ideológicas.

Unido a su incapacidad de comprensión lingüística esta también su incapacidad democrática, porque un cargo público, un regidor municipal, no se debe solo a los que piensan como él sino que de forma justa y equitativa debe gobernar en función del pensar y sentir de todos los ciudadanos.

Lo importante no es bendecir o no bendecir las aguas, o que un gestor municipal vaya a una iglesia, lo importante es que la municipalidad debe aceptar, valorar y potenciar, todas las manifestaciones nacidas de la idiosincrasia de un pueblo, de una historia muy rica que nos ha ido configurando, porque sin ese tipo de símbolos dejaríamos de ser humanos.

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