Nada menos que un alcalde

Subtítulo opinión 3col

Pedro de Silva

Pedro de Silva

Hay estilos más suaves de autoridad democrática, pero un cuarto de siglo largo después ni su peor enemigo dejó de reconocer que había sido un gran alcalde. Traía a España la cultura municipalista francesa de entonces, en la que al final lo más alto a lo que uno podía aspirar era a ser alcalde de su ciudad, e implantó esa autoestima en su villa. Como decía de si mismo un viejo político del tiempo, él tampoco tenía "vergüenza de autoridad", al provenir ésta del pueblo. Teniendo mayoría hizo y deshizo, pero nunca a capricho, sino en pos de unos objetivos de mejora para los más y en general bien asesorado. Aunque parecía que no iba a doblar nunca en sus empeños, al perder mayoría supo hacerlo, pronunciando en el Pleno, en latín, una frase lapidaria: voz del pueblo, voz de Dios. Logró que el diminutivo de familia y partido por el que la gente lo conocía (Manolito) sonara como aumentativo.

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