Su hijo
El enorme valor de las familias que cuentan con un afectado de parálisis cerebral u otras minusvalías
Lo que voy a contaros hoy lo vi la semana pasada, en Burgos. Cena con compañeros del Camino de Santiago, después de la etapa del día. Y allí, en una mesa cercana a la nuestra, estaban los dos, padre e hijo; el padre de unos cuarenta y pico años; el hijo con la adolescencia ya pasada. Y con parálisis cerebral. No pude evitar mirar hacia ellos más de una vez. El hijo, que tenía dificultades para comer por sí mismo, no perdía la sonrisa nunca; el padre, que le ayudaba y le pinchaba la comida en el tenedor y se la acercaba a la boca, tampoco perdía la sonrisa; y entre ambos cada poco una mirada cómplice y un gesto mutuo de felicidad. No los vi hablar mucho, quizá porque el chaval tampoco pudiera expresarse bien, pero en todo caso, y como dice nuestro amigo Alberto Campa, con las miradas se habla mejor que con las palabras.
Viéndoles me acordé de algo que oí decir a Vicente del Bosque, el entrenador de fútbol, que tiene un hijo con síndrome de Down. Le preguntaron que cómo había afectado esa alteración genética de su hijo a la vida de los padres. Contestó con tres preguntas. La primera, la que se hicieron cuando supieron que su hijo tenía el síndrome: "¿Porqué nos va tocar a nosotros?". La segunda, un poco más tarde, cuando empezaron a conocer a más padres con hijos similares y a ver que podía ser una situación plenamente normal: "¿Porqué no nos va a tocar a nosotros?". Y la tercera, ya unos cuantos años más tarde: "¿Qué haríamos ahora nosotros sin él?".
Y también me acordé de una entrevista que hicieron en televisión, hace cinco o seis años, a Andrés Aberasturi, el periodista, que tiene un hijo que nació con parálisis cerebral severa. Aberasturi, desde un punto de vista agnóstico y tremendamente humano, dijo en un momento de aquella entrevista que no podía echar a nadie la culpa de lo de su hijo, calificó la situación como una gran putada, e incluso comentó la posibilidad de haberle "dejado en paz", por su bien, en algún proceso grave de los que tuvo. Y en ese momento llamaron a un invitado, otro padre con un hijo con un problema similar; y este padre, desde un punto de vista creyente y también tremendamente humano, dio un testimonio que me impactó y que muchas veces recuerdo cuando quiero superar alguna tontería del día a día. Al final aquel hombre acabó dando gracias por poder compartir su vida con un hijo así, convirtiendo la dificultad de la situación en una magnífica oportunidad de disfrutar la convivencia diaria con su hijo.
Aquella noche de Burgos, antes de acostarme, entré en YouTube para ver si podía ver otra vez aquel momento del programa, cuyo nombre creía recordar. Buscando, tecleé en el móvil "chester Aberasturi padre", y sí, allí y a la primera, me salió. Si tenéis ocho minutos que ganar en vuestra vida, os aconsejo que lo veáis; no vais a arrepentiros.
Al final, los dos padres, cada uno con su postura pero con el mismo amor hacia sus hijos, se fundieron en un abrazo de los de verdad. Creo que vale la pena verlo.
Pues sí, cuando uno escucha y ve cosas así, como aquel padre cenando con su hijo y transmitiendo una felicidad que desde fuera difícilmente entendemos, te das cuenta de que mientras queden personas como ellas la humanidad no habrá sido un completo fracaso, que gracias a ellos aún no estamos podridos del todo. Lástima que me marchara sin darles las gracias.
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