Los niños que fuimos

Sobre infancias disfrutadas y padres hiperprotectores

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Por circunstancias de la vida me tocó crecer en el sur. Recuerdo que cuando llegaba el verano el grupo de amigos, todavía muy niños, bajábamos en bici a la playa y pasábamos el día allí, jugando a lo que fuera o bañándonos en el mar, sin más límites que las tres horas que entonces se hacían obligadas para hacer la digestión después de la comida. Así era. Todo el día a nuestra bola y sin parar quietos.

Esto lo estoy escribiendo estando de vacaciones en el sur, también en una playa. Cerca de mí, a un lado, hay un grupo con varios críos que llevan la mañana entera corriendo, jugando y bañándose. Al otro lado tengo otra familia con dos niños totalmente amorcillados; talmente parece que forman parte del "kit de playa" de los padres: están debajo de la sombrilla, cada uno con su móvil, sin apartar la vista de él, y con auriculares puestos. Si por lo menos estuvieran leyendo… Uno de los niños acaba de hacer intención de salir de la sombrilla y la madre le ha dicho enseguida: "Pepito, ponte a la sombra que te va a dar el sol en la cabeza". El crío tampoco insistió mucho; a su móvil. El otro no sé qué ha ido a hacer, y el padre le ha soltado esta joya: "Juanito, estate quieto que eres hiperactivo". Tal cual. A ver qué calificación psicológica nos darían hoy a los chavales de entonces. Hace poco leí algo sobre el tema de la hiperpaternidad, es decir, sobre la supervisión constante de los padres hacia los hijos. Allí establecían tres tipos de padres: los "padres helicóptero" que sobrevuelan sin detener la vida de sus hijos siempre pendientes de lo que desean o necesitan; los "padres apisonadora" que allanan el camino de los hijos para que no se encuentren dificultades; y finalmente los "padres guardaespaldas", susceptibles ante cualquier crítica sobre sus hijos. Incluso en los países nórdicos, se habla de los "padres quitanieves" donde mamá y papá quitan frenéticamente los obstáculos que hay delante de su hijo para hacerle limpio y fácil el camino. En definitiva todos tienen un denominador común: la hiperprotección.

Coincide que ahora estoy leyendo algo de Janusc Korczak, un pedagogo y escritor polaco y judío de principios del siglo XX, y me encuentro con esta frase: "Porque no queréis que se mueran no los dejáis vivir". Contundente. Os cuento brevemente algo de ese autor. Korczak era una eminencia en tema de educación; escribió varios libros y estudios y fue precursor de la lucha en favor de los derechos y la igualdad de los niños; fundó y dirigió el Orfanato Judío de Varsovia, y allí creó para los niños internos un sistema de autogobierno e incluso editaban un periódico propio para contar sus noticias; confiaba totalmente en ellos y dejaba en sus manos las cuestiones de disciplina y otras tareas difíciles y de bastante responsabilidad. Un mal día de 1942 llegaron los nazis para llevarse a los críos al campo de exterminio de Treblinka. A Korczak, que era muy conocido, le dieron opción de salvarse. Él dijo que no, que donde iban los niños iba él, y entró con ellos en el tren destino al campo y también junto a ellos entró en la cámara de gas. Permitidme que tras contar esto guarde un momento de silencio y después ya sigo y acabo.

Pues sí, decía que leyendo a Korczak hice un alto, levanté la mirada y fijándome en esos críos que corrían por la playa me acordé de aquellos niños del orfanato polaco; y de la cantidad de infancias tan llenas de recursos y tan vacías de contenidos que la sociedad en la que vivimos está creando a nuestro alrededor; y de esos padres hiperprotectores que por su propia inseguridad están truncando la vida de sus hijos; y también me acordé, dando gracias por haber podido ser uno de ellos, de todos esos niños que un día fuimos y que, sin tantos medios como hoy, tuvimos la suerte de poder disfrutar de nuestra infancia.