Un camino entre pucheros
Guisandera sin secretos en Anieves
"Cuando entras en nuestra cocina, entras en nuestro corazón", reza un cartel a la entrada del singular y atrayente comedor del Bar Camacho, en la zona rural de Oviedo
Podría decirse, literalmente, que la cocina de Teresa Camacho, que pertenece al Club de Guisanderas desde 2018, no tiene secretos para sus clientes. La explicación es tan sencilla como que tienen que atravesarla para poder acceder al comedor, ese rincón querencioso y original también "cocinado" por ella en cada uno, –y son muchos– de sus detalles. "Esto era un barín de pueblo de toda la vida. Cuando mis padres se jubilaron, lo cogimos nosotros para convertirlo en restaurante, que era nuestra idea inicial", explica esta profesional que, además, ha sido nombrada recientemente Embajadora de la Cocina de Paisaje junto a otros 69 profesionales de los fogones.
No se entiende el Bar Camacho en Anieves (Oviedo) sin su marido, Eugenio Fernández, trabajando codo con codo con Teresa desde el primer momento y con la misma ilusión, ni tampoco sin otras dos mujeres indispensables en el buen hacer y el éxito de este local: Carmen Arbesú y Bea Cueva, en cocina y comedor.
Como buena alquimista de los fogones, Teresa Camacho supo recoger de manos de su madre y, entre otros, el secreto para hacer unos callos que siempre han sido emblema de la casa, eso sin olvidar el cabrito guisado, que es una de las tantas especialidades de esta mujer que le gusta convertir en amigos, a su clientela, como ella misma explica: "Nuestra filosofía es que esta sea una casa a la que vengan amigos, más que clientes. El paso por la cocina es un poco para hacerles sentir como en casa, en realidad lo que queremos es agradarles, que se sienta a gusto en todos los sentidos: con la cocina, con las elaboraciones y con nuestra atención".
Además de su buen hacer en la cocina y su trato cercano y amable con la clientela, Teresa Camacho ha sabido darle a su local un toque muy personal donde los detalles, sin duda alguna, aportan información a quienes allí van a comer, de cómo es la persona que regenta este "barín", reconvertido en restaurante de visita obligada para los que buscan cocina asturiana con poso y con raíces, pero también con gusto y toque personal.
No pasa el tiempo esperando que lleguen los platos a la mesa observando cuanto adorna su restaurante; tanto desde la entrada, una zona más pequeña donde llama la atención la luz y la elegancia de la sencillez, como esa lecherina que sube y baja cuando se abre la puerta de acceso a los baños.
El comedor principal es un homenaje a la calidez y a los recuerdos: en sus paredes hay alguna que otra foto familiar, que habla de las mujeres de la casa que le precedieron; una luminaria detallista se reparte ente las flores y las esquinas, impolutos manteles de lino blanco sobre las mesas, con sus copas de cristal azul y, por supuesto, el viejo piano que, desde que abrió, es otro de los protagonistas de su comedor.
Entre algunos de sus platos con más demanda, y además de los citados y sin olvidar las ensaladas, están las cebollas rellenas de bonito o de picadillo, pastel de puerros, alcachofas con jamón, hígado encebollado, carrilleras de ternera con boletus, oreja de cerdo, manitas de cerdo, picadillo con huevos fritos o pitu caleya de Morcín. También hay calamares en su tinta, bacalao con pisto o fritos de bacalao.
Entre las novedades están los huevos trufados mientras que, en postres se ha incorporado una nueva tarta, la de queso y arroz con leche aunque, eso sí, no ha desbancado a la reina: la tarta de frixuelos. Abren todos los días para dar comidas, excepto los martes. No dan cenas. Con capacidad para 45 personas, se aconseja reservar en el 985789009.
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