Opinión

En el solar zaragozano…

La Academia General Militar y la Princesa de Asturias

Escuchaba hace unos días en una entrevista radiofónica a Kiko Arregui, eminencia de las terapias reparadoras en congelaciones, manifestarse sobre Zaragoza como el lugar donde más frío había pasado, para pasmo de la entrevistadora puesto que, en su pasado, figuran expediciones al Polo Norte y al Everest como miembro del Grupo Militar de Montaña.

Decía Arregui que al Polo se va preparado con un equipamiento especial, mientras que en Zaragoza se sale relajado y, a media mañana, el Moncayo, ese viento que antes de llegar al nevado monte se llama Cierzo, ataca de improviso dejando al peatón desprevenido a merced de los mordiscos del gélido aliento del Norte. Ye lo que hay.

Hoy soplaba el Moncayo en Zaragoza; mañana dicen que más. No había paseantes por los bulevares, sólo caminantes apresurados, en volandas unos, y otros encorvados contra el empuje soplador, según la dirección. Y a mí me vino la imagen de la Princesa de Asturias; quién sabe si de instrucción por los espacios abiertos y desolados del Campo de San Gregorio.

Y es que, en la Academia General, prima el programa, tanto que, a veces, he pensado que en ella se inspiró el desaparecido Julio Anguita para aquella letanía suya de "programa y programa". Y es que ahí, en la General, la más principal hazaña, cuando sopla el Moncayo, no es obedecer, sino sobrevivir, porque en ese desierto, expresión de lo que se conoce como estepas aragonesas, no hay refugio para el cadete, flagelado por el viento en invierno, y azotado por la sed en el verano. Un entorno que complementa el programa para forjar el carácter de los futuros oficiales, y que, sin ninguna duda, va dejar huella indeleble en la personalidad de la heredera, como ya lo hiciera con el padre y el abuelo.

En días como el de hoy, con el Moncayo nevado añadiendo un plus de frío a ese viento ya de por sí helado, las prácticas se convierten en un suplicio donde ni siquiera es posible comer caliente, pues no hay hornillo que aguante los embates de Eolo, y, una vez preparado el condumio, una ráfaga inoportuna viene a sazonártelo con el polvo del Castellar. Capacidad de sufrimiento.

Labordeta, en tiempos crepusculares del antiguo régimen, hizo canción de sus secanos, expropiados para beneficio de la defensa de España, y ahora también de Europa, y los que por allí pasan, entre el aterimiento y el golpe de calor, salen con un temple diferente, como marca el himno de la Casa, con un carácter cincelado a golpe de ráfaga de Moncayo, y, con toda seguridad, la Princesa de Asturias, va salir forjada en forma positiva de estas experiencias del solar zaragozano.

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