Opinión

Literario y libertario con todas las consecuencias

Se cumplen cinco años de la muerte del escritor ovetense Gerardo Lombardero, un autor que solo sabía hablar de un tema: la vida

La voz de Gerardo Lombardero se hacía resonante, aguda y ronca al recitar un poema.

Hace ya cinco años que nos dejó el escritor asturiano. Aquella voz se desgañitaba en las tertulias radiofónicas que participaba. Su estilo periodístico propagado en numerosos artículos, entre ellos los publicados en LA NUEVA ESPAÑA, tenía el poso del pensamiento que dominaba el texto, con la investigación pormenorizada yuxtapuesta al humor y a la aseveración. En sus novelas uno de sus protagonistas era León Kramer, un anarquista español refugiado en París tras los pasos de los fascismos totalitarios de Hitler y Mussollini, en un viaje por Europa donde los personajes pactaban a veces con el diablo, si es preciso, para salvar el pellejo.

También están las dedicadas a personajes históricos envueltos en la épica de la hazaña, como bien pudiera ser Bobes o Juan Díaz Porlier "El Marquesito". Y en todas ellas, en medio de unas circunstancias de acción, violencia, resplandecía el brillante de la eternidad y echaba raíces una historia de amor. La acción se detenía en la ternura.

A la poesía la llamo su urticaria incurable, desde los primeros versos de corte social; era un enamorado de Blas de Otero y León Felipe, desde la sencillez de decir que escribía con una mano sola, hasta con el paso de los años afirmar que "Un hombre solo nada puede hacer/lo he dicho/ tantas veces/ del modo que mejor sabía".

Recuerdo a Gerardo, al amigo y escritor, sentado a la hora del vermut, hablando con encono y sinceridad sobre lo humano y divino. Era un aluvión de humanidad desbordante, también en consonancia con la literatura. Persona y personalidad de las que permanecen en la retina. Dos palabras que para mí era Gerardo en su compostura vital y literaria: urgencia e insurgencia. "Literario y libertario con todas las consecuencias"; estos versos ejemplifican esta definición de Gerardo. A él le encantaba que prevaleciera lo auténtico.

Era el poeta "en la espuma blanca de un sueño" aguardando que el hachazo prominente de la inspiración llegue y se haga poema, las palabras requieren también un andamio, un soporte de laboriosidad para que brillen. El oficio de escritor, tan mitificado como apeado de la peana por Gerardo. Voz altisonante que no admitía la censura ni lo políticamente correcto, para arremeter contra el poder despiadado, sea en política o literatura.

Será la constelación de las estrellas otorgando cierta ebriedad para arrinconar a la ramplonería, un trago para desplazar el orden establecido, aniquilando la calma impuesta. Como un resorte llegará la humanidad para acariciar el alma de la mendiga y plantar a los mercaderes. El altavoz altisonante de Gerardo retumbando ante la usura, el hurto, la política como arte circense, a modo de clariniana. La moneda que no es el fin para el poeta, sino para el músico vagabundo que toca en Corrientes, al que el malevo no le echa "porque tiene duro el corazón".

En "El alma viajera", su poemario póstumo, enseña con la huella desarbolada que el desarraigo no son vanidades de jarrón. El galope del cuerpo amado por delinear una perdida sonrisa a lomos de la noche, la morada insegura del amor. El grito hiriente de las tabernas y el destino del poeta con la mejor gloria mundanal no elegida: una mosca sobre un vaso de vino.

Gerardo Lombardero recibió una carta de Jaime Gil de Biedma en la que el poeta le decía no leer a los contemporáneos y que la publicación de la obra sería conveniente hacerla dos meses antes de morir.

"Que tu voz se escuche nítida en la tormenta" nos exclamaba Gerardo Lombardero. Todas las mañanas acudía a la tertulia del bar Mari Luz en Oviedo, en flagrante conversación con la fuerza de un hombre que sólo sabía hablar de un tema: la vida.

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