Opinión

Y de fondo, la guerra de nuevo

Este miércoles, en la playa de la ciudad inglesa de Broadstairs, en Sussex, el sureste de Gran Bretaña, la Royal British Legion Industries –una entidad empresarial y benéfica que recoge fondos para los veteranos de guerra y da empleo a 150 de ellos– organizó un homenaje en recuerdo de todos los caídos en el desembarco de Normandía, del que se cumplen 80 años el próximo día 6 de junio. El homenaje consistió en una instalación artística. Sobre la arena, en la orilla, dibujaron las siluetas de 80 tommies (así se conoce popularmente a los soldados británicos rasos) de tal manera que el mar acababa por borrarlas creando un "momento conmovedor" –decían los asistentes– que les hablaba de cómo los muertos seguían presentes en la memoria pese a que "la oscuridad cubrió sus ojos" (tal era el formulismo con el que morían los héroes de la Ilíada).

Al acto celebrado en Broadstairs asistió un veterano del ejército británico que, a su vez, es hijo de otro veterano, uno de los que desembarcó aquel día de junio en las amplias playas normandas. Cuenta la BBC que Peter Gower, de 72 años, se emocionaba con la contemplación de los tommies que el mar se iba llevando y, al recordar la gesta paterna, decía: "Para él tuvo que ser horrible". El padre, Arthur, tenía el cuerpo lleno de cicatrices por las púas de las alambradas con las que los alemanes protegían los arenales del Muro Atlántico y nunca le contó nada de toda la sangre que vio correr en aquellos días hasta que Peter experimentó sus propios horrores en combate. Entonces le detalló cómo en las lanchas que se encaminaban a la playa de "Sword" –la zona del desembarco que correspondía tomar a los británicos– los hombres iban vomitando antes de empezar a caer bajo una lluvia de balas, aún en el agua. Sólo en el D-Day murieron 10.000 soldados aliados.

Las siluetas de Broadstairs hablan del verdadero rostro de la guerra –los hombres devorados por el océano de la violencia– y su contemplación provoca una cierta disonancia cognitiva con respecto a lo que estos días estamos viviendo en Asturias con motivo del Día de las Fuerzas Armadas. El evento llega vestido de banal camuflaje turístico y la épica propuesta escenográfica es infalible (desde la guerra de Gila hasta el soldado Ryan, el género siempre da taquillazos), pero un inquietante nosequé se instala en el alma cuando los tanques salen a la calle. Por una parte, la evidencia física de la máquina de guerra ocupando el mismo asfalto que caminamos para ir a comprar el pan y el periódico diarios refresca la certeza de cuánta genialidad poseía aquel que inventó el cuartel como unidad urbanística imprescindible para el ejercicio, y a la vez la contención, de la actividad militar.

Melindres de civil aparte, también cabe preguntarse si ahora que la guerra rebrota en el Este y en el Oriente Medio, somos conscientes de que en la película de la especie humana la paz es una excepción histórica y que la escena del deslumbrante desfile militar es la anterior de un largo travelling sobre las arenas ensangrentadas de Normandía, las ruinas de Gaza, las masacres en Ucrania…

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