Opinión

Algo más que un escribidor

Descubrí a Vargas Llosa con "Los cachorros", novela que puede enmarcarlo en el realismo mágico, aunque nunca fue mi favorito en ese género. Me entusiasmó "Los cuadernos de don Rigoberto"; en esta obra descubrí a Egon Schiele; "La tía Julia y el escribidor", él estaba un poco en contra de esta figura de los escribidores burócratas; "Conversación en La Catedral", lo leí tarde y comprobé que la famosa Catedral era un bar; cuando viajo me interesa más el paisanaje de los bares que el de las catedrales, y toqué con mis manos, en Estocolmo, un hipopótamo suyo, un fetiche que donó al Museo Nobel; apreciaba este animal porque al hipopótamo le gusta embarrarse y fornicar de seguido. Visité las pensiones de Madrid donde vivió y los bistró de París donde pasaba hambre. Me interesó poco su deriva política. La política lo hizo menos idealista y le capó la imaginación más que a otros autores del boom iberoamericano.

De sus últimos trabajos buenos me quedo con "La fiesta del Chivo", menos realismo mágico que "El otoño del patriarca", de su "enemigo" García Márquez, mi favorita en este subgénero de dictadores. Después cambió la literatura por el papel cuché y se echó a perder; a mi juicio es preferible ser limpio y lúcido antes que brilloso.

Su vuelta a Lima vino a reafirmarlo, más que a redimirlo, al cerrar el círculo con su prima y esposa Patricia y sus visitas a los escenarios de sus novelas; a los escritores como a los asesinos nos gusta volver al "lugar del crimen".

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