Sobre el latín y el griego

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Me pasó hace unos días, fue en una cafetería de Pola. Junto a mi mesa había un grupo de chicas, estudiantes, y oí cómo una preguntaba: "¿Por qué nos harán estudiar asignaturas como el latín o el griego si ya no sirven para nada?". Me gustaría haberle podido responder en ese momento, pero a fin de cuentas nadie me había dado vela en aquella conversación y preferí seguir a lo mío; pero tampoco quiero dejar pasar la oportunidad de contestar a esa pregunta que también nos hicimos muchos de nosotros cuando éramos estudiantes.

Voy a intentar resumir la respuesta lo máximo posible con un concepto, creo que válido, y dos ejemplos creo que también válidos. Vamos con el concepto. Nuestro sistema educativo, desde los primeros años de escuela hasta los últimos de Universidad, está impregnado de nuestro propio sistema económico y vital: todo tiene que ser útil económicamente hablando. Incluso la medida del trabajo académico del estudiante ahora se mide en términos financieros, en "créditos". Creo que hemos olvidado por completo que la base fundamental de la educación debería ser crear ciudadanos libres y formados, capaces de pensar y de actuar con su propia cabeza. El planteamiento actual es totalmente distinto: hay que acabar el ciclo de formación lo antes posible y conseguir un título que te sirva para entrar también cuanto antes en el mundo laboral. Se tiende a premiar más la rapidez en conseguir ese título que el esfuerzo por alcanzar una buena formación. En este ámbito está claro que la pregunta de para qué sirve el latín o el griego tiene pleno fundamento; como también lo tendría el preguntarse a continuación para qué sirve la historia del arte, o la literatura, o hasta la filosofía. Bastaría con crear estudiantes destinados a fabricar productos consumibles y que ellos también sean perfectos futuros consumidores. Lo demás, para qué... La conclusión es que es más válido un destornillador que un libro de historia o que la partitura de una sinfonía. Y no es broma.

Vamos ahora con los ejemplos; de los innumerables que podríamos traer, he escogido solo dos.

Uno: hace algunos años tuve la ocasión de asistir a la graduación de la primera promoción de Física de la Universidad de Oviedo. La charla del acto la dio Federico García Moliner, catedrático de Física y premio "Príncipe de Asturias" de Investigación Científica del año 1992, un sabio. ¿Sabéis cuál fue su mensaje a los recién graduados? "Tenéis ya ese título en las manos, sí, pero nunca llegaréis a nada si no sabéis humanidades; si de verdad queréis llegar lejos en vuestra carrera profesional tenéis que empezar por saber latín". Así se lo dijo a aquellos chavales recién licenciados que le miraban con ojos como platos.

Y dos: en el año 2016, se nombró a una italiana, Fabiola Gianotti, directora general del CERN de Ginebra, el mayor centro de investigación de base del mundo, la primera mujer en ese cargo. ¿Sabéis su formación en Bachillerato? Humanidades, especialmente latín y griego. Además es doctora en Filosofía y toca el piano, todo ello económicamente inútil. Más de una vez ha dicho que sus conocimientos en física están basados precisamente en saber latín y griego. Y de una entrevista que le escuché me quedé con una frase: "Hay muchos vínculos entre la física y el arte". También lo dice alguien que sabe lo que dice.

Volviendo al concepto, si nos dejamos llevar por esa tendencia a hacer uso tan solo de lo que creemos económicamente rentable para la formación de nuestros estudiantes, estaremos dinamitando los cimientos de una sociedad auténticamente libre, auténticamente preparada. Y no se trata de aprender declinaciones latinas, sino de conocer de dónde venimos y lo que hemos andado hasta llegar aquí; si no sabes lo que hay antes, no puedes comprender tu presente ni prever tu futuro; si pensamos que las cosas que hay que estudiar son solo aquellas que tienen una presunta utilidad práctica, destruimos el futuro de la humanidad.

Mirad, hablamos de Grecia, y en su mitología había nueve musas, cada una de ellas relacionadas con una rama del conocimiento o del arte. ¿Sabéis el nombre de la madre de esas nueve musas? Mnemósine, es decir, la memoria. El día que perdamos esa memoria de los fundamentos de nuestra cultura, que cerremos definitivamente los libros de latín o de griego y después los de historia del arte o los de literatura o los de filosofía porque son conocimientos económicamente no rentables, esta sociedad, esta cultura, la nuestra, habrá muerto. No sería la primera. Con estos planteamientos es posible que también vayamos camino de ello. Es solo cuestión de conocer el pasado y de hacer, precisamente, memoria.

Y sí, me gustaría haber podido responder a la pregunta de aquellas chicas de la cafetería.

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