Un educador de los de verdad

En memoria de un gran docente y de sus grandes enseñanzas

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Querido Lázaro: no tuve la suerte de haber estado entre tus alumnos de vida académica. Llegué tarde. Pero sí la tuve de haber recibido alguna de tus magníficas lecciones. Fue hace ya unos años. Andaba yo escribiendo un artículo sobre Cándido Sánchez para la revista de Enrique Medina, cuando tuve la feliz idea de pedirte consejo para que me ilustraras un poco sobre la figura de ese gran poeta de Siero. Pero resultó que no me diste un consejo, me diste una auténtica lección magistral. Me llevaste al local de la Asociación Cultural Los Cascaos, de la que fuiste presidente, me sentaste en una silla, y ya no tuve más que dejarme llevar por la maravillosa clase que recibí, con fotografías, libros, apuntes y todo un recital completo sobre la vida y obra del poeta, enmarcado todo ello con ese cariño especial que te engancha a lo que te están contando, a lo que te están enseñando. Así fue. No solo salí de allí conociendo quién fue Cándido Sánchez, sino que desde entonces suelo releer cada poco alguno de sus poemas.

Lázaro, no quiero hacer aquí un resumen de tu trayectoria. Evidentemente otros hay que la conocen y cuentan mejor, y ya lo han hecho o lo harán. Solo quiero dejar constancia de la impronta que has dejado en este pueblo y en los que sí tuvieron la suerte de tenerte como maestro.

En cuanto a lo primero, ahí están tus libros, todo un recuerdo ya perenne de la historia de Siero, de sus gentes, de sus calles, de su día a día. Bastantes piedras del edificio de nuestra historia tienen puesta tu marca de buen cantero. Y también tus obras, tu labor a favor de nuestra juventud desde la Asociación Los Cascaos. Por algo se te nombró hijo adoptivo de Siero; qué menos.

Y en cuanto a lo segundo, tengo la certeza de que fuiste un maestro de los de verdad; un ejemplo de que para poder enseñar, antes hay que entender la mirada del alumno y enseñar desde el cerebro del que aprende y no desde el cerebro del que enseña; que una asignatura no es un fin en sí mismo, sino un medio para desarrollar a una persona y que lo más importante es esto último; que es mejor hacer comprender que corregir; que el auténtico significado de ser un buen profesor es ser una persona que ayude a sus alumnos a creer en sí mismos; y además que ellos puedan ver en ti un ejemplo de coherencia, autenticidad y honestidad.

Me consta todo eso, Lázaro, porque conozco a muchos de los alumnos que pasaron por tus clases; porque, aunque tarde, tuve la ocasión de recibir alguna; y porque en definitiva más que enseñar lo que se sabe, se enseña lo que se es.

La última vez que nos vimos, hace solo unos días, me dijiste que teníamos un vino pendiente. Yo te respondí que dos. Y no, no van a quedar pendientes. El próximo vino que tome irá por ti. A cambio solo te pido que me guardes un sitio en tu aula, que cuando llegue el momento no quiero volver a perderme tus clases. Un abrazo fuerte, Lázaro. Y gracias por todo, maestro.

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