El beso

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

El beso; hablo del que salió en la primera página de este mismo periódico hace hoy una semana: el que Adrián Barbón, presidente del Principado de Asturias, le dio a una Biblia que dejó en el atril la diputada del Parlamento asturiano que había jurado su cargo antes que él. Evidentemente no es el beso de Klimt y sinceramente espero que no sea el de Judas, pero en todo caso es un detalle que me gustó. Posteriormente Barbón explicó que, como creyente que es, besó la Biblia con respeto, y seguidamente prometió su cargo sobre la Constitución y el Estatuto de Autonomía.
 Y ese gesto me gustó por dos razones: la primera puramente personal, porque ya no es habitual que nadie confiese en público que es creyente. Yo también lo soy. Y sí, parece que nos da vergüenza decirlo; como si alguien nos hubiera convencido de que expresar públicamente que somos creyentes fuese algo “políticamente incorrecto.” Y no es cuestión de laicismos, es cuestión de tolerancias.
 La segunda, por una razón política; ese gesto recordó a aquel otro que tuvo uno de aquellos magníficos políticos de los años de la transición, Tierno Galván, cuando en el año 1979 tomó posesión de la alcaldía de Madrid, y que alguien también me recordó esta semana: el «viejo profesor» reclamó para dicho acto dos cosas: un ejemplar de la nueva Constitución, recién aprobada, y el Crucifijo. Tampoco faltó quien le pidiera explicaciones y Tierno se las dio: «En efecto, tiene usted razón, yo no soy creyente, soy agnóstico. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble». 
Ese espíritu de sensatez y tolerancia que reinó en aquellos años en personas religiosas y no religiosas, en gentes de derechas y de izquierdas, guiados por políticos de bastante más altura de miras que los actuales, ha ido desapareciendo hasta llegar casi a lo contrario. El nivel casi general de los políticos de hoy en día, su formación y su preparación, desafortunadamente ya no son los mismos que los de entonces; y muy pocos, por decir algo, están a la altura del «viejo profesor» o la de aquellos otros grandes políticos de la época. Aquella atmósfera de transigencia y respeto mutuos ha desaparecido en perjuicio, sin duda, de la ciudadanía en general.
Pronto tendremos elecciones. Es una quimera, sí, pero qué bueno sería que los partidos más representativos de la voluntad popular trataran de recuperar aquel espíritu de sensatez y sentido común que nos supieron ofrecer aquellos políticos de la transición, y que por lo menos en lo sustancial se pusieran de acuerdo buscando soluciones, algunas urgentes, a problemas que no admiten más demoras ni más leyes mal hechas, evitando veleidades originadas por partidos menores a los que las llaves de las mayorías necesarias para formar gobierno otorgan importancias no ganadas en las urnas. Pero claro, eran otros tiempos y otros políticos…
 Y sí, me gustó ese gesto de Barbón.