Jean el peregrino

Vivencias y enseñanzas de un caminante a Santiago y de la vida

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Lo conocí hace unos días en el albergue de peregrinos de Pola de Siero. Aquella tarde, cuando salí de trabajar, me acerqué un rato hasta allí a charlar un poco con alguno de los peregrinos que iban a pasar en él la noche. Ahí estaba Jean, sentado en uno de los bancos del magnífico jardín del albergue. Junto a él estaba una chica, que dijo llamarse Mónica y ser de Santoña, Cantabria, donde había empezado a hacer el Camino de Santiago del Norte. Y aunque Jean y Mónica ya se habían visto antes en el transcurso de alguna etapa previa, no habían tenido ocasión de hablar entre ellos más allá de algún breve saludo peregrino. Y allí mismo, Jean, en un español casi perfecto, nos contó su historia, que os traslado ahora.

Jean es francés, de un pueblo del sur de Francia cerca del País Vasco español, donde nació hace setenta y tres años. Sus abuelos maternos eran de Huesca, de ahí que hable tan bien nuestro idioma. Jean se casó joven, nos contó, con Marie; un matrimonio que duró casi cincuenta años felices, subrayó él, y del que tuvieron tres hijos varones. Cuando después de una vida de trabajo y los hijos ya viviendo las suyas, Jean y Marie decidieron cerrar su pequeño negocio y dedicarse a vivir, lo primero que se plantearon fue intentar hacer el Camino de Santiago; desde hace mucho tenían ganas de poder hacerlo.

Pero cuando crees que conoces todas las respuestas, llega la vida y te cambia todas las preguntas, nos dijo Jean. A Marie le detectaron un principio de alzheimer que le avanzó muy rápido. Y se acabaron todos los proyectos. Los últimos años los pasó en un centro especializado, al que Jean fue a verla todos los días, sin faltar uno hasta el último de ellos, hasta la última de las miradas de Marie, aunque fuesen ya miradas vacías.

Y tres días después de aquel final, nos contó Jean, vinieron mis tres hijos a verme a casa con una sorpresa. No podía seguir viviendo solo, habían decidido y me habían buscado sitio en una residencia en la que iba a estar súper cuidado, me decían.

Aquella noche, siguió contándonos, me hundí en esa niebla espesa y sorda que a veces tiene la vida, y entonces fue cuando me di cuenta, por primera vez desde el principio de su enfermedad, de que Marie no estaba ya junto a mí. En ese mismo momento decidí que por ella, por mí y por los dos a la vez, al día siguiente me levantaría, me haría con lo necesario para hacer el Camino y me echaría a andar sabiendo que ella también vendría conmigo, a mi lado. A mis hijos se lo comunicaría cuando estuviera ya bien entrado en España, y que les dieran a los tres. Les mandé una postal, a la antigua usanza, creo que desde Guernica, con un beso cariñoso de su padre. Y desde el primer día del Camino vengo hablando con Marie, ella me anima a seguir mientras recordamos todos esos días que compartimos y en los que luchamos codo a codo con la vida.

–Qué historia de amor tan bonita –dijo la chica.

–Mira, Mónica –contestó él–, eres todavía muy joven, pero ojalá algún día tú también descubras que vivimos para amar, o posiblemente amemos para vivir y también para que nos quieran; y que sin ese viento ondulante nuestros días acabarían siendo pozos hondos llenos de ausencia, de soledad y de miedo. Y que el amor verdadero, que tú también algún día seguro encontrarás, será lo más maravilloso que te pueda pasar en la vida; pero que ese mismo amor también es entrega, y es sacrificio, y a veces también es dolor; la baraja completa, Mónica. Ahora sé que Marie camina junto a mí; han sido tantos años, tanta vida juntos, que ya forma parte de mí mismo; y sé que está viva porque seguirá dándome vida mientras yo viva. No olvides nunca, Mónica, que estar vivo es dar vida a todo y a todos los que te rodean. Cualquier cosa que dé vida está viva, recuérdalo siempre.

A la mañana siguiente, cuando yo iba a trabajar, me crucé desde el coche con Jean, que salía del albergue; me dedicó una sonrisa y leí en sus labios que me deseaba buen camino. Que él también tenga fuerzas para acabar el suyo.