Contracrónica de la toma de posesión de Barbón: la familia y los amigos se visten para la fiesta de graduación

El noveno presidente de Asturias presenta su segunda vez bajo los rigores del calentamiento global y con un discurso más emocional que emocionante

Los expresidentes del Principado Pedro de Silva y Antonio Trevín valoran la toma de posesión de Barbón

Rodrigo Hernández / Nuria M. Morán

Javier Cuervo

Javier Cuervo

La fiesta de graduación fue emocionante. Adrián Barbón, sus padres, sus hermanos, sus sobrinas, sus amigos, sus compañeros, antiguos alumnos de la Junta, profesores políticos, ropa de gala, cabeza de peluquería, zapato de tacón, traje de verano, pompa, ceremonia y adjetivos engastados en oratoria solemne.

El palacio de la Junta General del Principado, que es grande, queda pequeño para tantos invitados. La población asturiana mengua, pero la institución va haciendo pasado, como se recordó en todos los discursos en off de la ceremonia, y está llena del presente de una sociedad que se representa cada vez más y exige progresivamente más catering para la toma de posesión del presidente del Principado.

Hubo muchos políticos, desde Isabel Rodríguez García, ministra de Administración Territorial hasta Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo. Cuatro presidentes autonómicos arroparon a Barbón, dos del PSOE (María Chivite y Emiliano García-Page) y dos del PP (los Alfonsos Rueda y Fernández Mañueco) que sumaban los territorios de Galicia, ambas Castillas y Navarra. Todos abogados, como Barbón, menos la socióloga.

Por tradición y gobierno, la fiesta fue muy socialista, porque todos los expresidentes presentes lo son y al Ausente lo echaron del partido con el que lo fue. Los socialistas tienen más diputados, más consejeros, más cargos delegados y la presidencia de la Junta, que ejerce Juan Cofiño, anfitrión a pie de escalinata, nada más pasar la verja, ante la que hoy no había enfadados con pancarta.

El acto empezó con un aviso de que se apagaran los móviles y se asistiera como al cine, el teatro o la ópera. Resultó como la ópera, que tiende a ser rimbombante, usa más etiqueta y además se pasa mucho calor. El presidente de la Junta General debería tener en cuenta que cada cuatro años este acto sufre más las consecuencias del calentamiento global y el palacio se vuelve una casa de muñecas que agitan cualquier objeto que pueda servir de abanico, incluido el abanico. Con el aire de comunidad en la escalera que tiene el acto y el calor, se viene a la cabeza un "Aquí no hay quien pare". A pesar de la actitud operística del público al final, sólo se oyó al gaitero "El Praviano" y a la tamboritera.

Para que todo fuera como debía, los textos de vocación institucional se movieron entre el administrativo verbo "proceder" y los vocablos antañones, lo que les dio ese aire del siglo XIX que tanto va al kitsch de época. No se ha inventado otra manera de hacerlo y es una lástima porque los asistentes van a allí a aplaudir, se diga lo que se diga. Barbón prometió y aquello casi se cae abajo.

Llamamos aquello a la escalera de la comunidad del palacio de la autonomía con sus empresarios, sus instituciones civiles, los ayuntamientos más nombrados, sus personalidades… todos ponen a trabajar las palmas codo con codo y no pierden ripio de la prosa bilingüe, ora en castellano, ora en asturiano. En reciprocidad a los aplausos, cada interviniente pierde varios minutos en saludar a todas las autoridades hasta descender al señoras y señores.

Juan Cofiño esperó de lo que viene "prudencia en el hacer y moderación en el decir".

La ministra, de traje azul asturiano, porta bien la voz, con una dicción castellana muy clara y prosodia esdrújula en politiqués. Alzó la cabeza para mirar arriba y de frente a la familia de Barbón y habló de lazos de convivencia y de mejorar.

Al noveno presidente le queda un poco pequeña la tribuna de pie cuando se balancea entre el alfa y el omega de la cruz de la Victoria para decir lo que lee a medias. Temió emocionarse al referirse a su familia, pero no, el nieto de abuelos, hijo de padres y hermano de padre de sobrinas, aguantó. Su discurso fue más emocional que emocionante. Habló bien de sí mismo, aquilató que valía lo que su palabra y la empeñó para tantas cosas que el palacio fue, durante lo mayor de su discurso, monte de piedad política.

¡Puxa Asturies!

Aplausos.

El "Asturias, patria querida" se cantó, seliquino. Todo el mundo la sabe. pero a muchos asturianos que fueron a la sede del parlamento asturiano les dio nosequé sacar la voz del cuello para cantar el himno oficial asturiano. Apúntalo, Xuan.

Con el rompan filas, la orgía de selfies formó parejas, tríos, cuartetos, grupos de interés, para cebar el Instagram o la nube donde se condensan las fotos.

Mesas para vasos, bandejas de copas, vino español, sidra asturiana, pinchos, Balbona, moldeado, maquillaje, cretona, charla, charol de guardia civil, azul marino y blanco de la Marina, pulseritas jipichic, pelucos pijos, chiquillos sobre moqueta, móviles resucitados, ¿cuándo vas de vacaciones?, ¡madre cuánto tiempo que no…!

Fue muy socialista el saludeo. El grupo parlamentario popular se reunió en una esquina, como por decantación, igual que las autoridades militares, que acaban dándose cuartel entre sí. Tan así fue que, mientras los populares asturianos parecían medirse el bronceado, Alfonso Rueda, que fue vicefeijóo y es posfeijóo y Alfonso García Mañueco, que recibió al presidente Feijóo pactando con Vox, andaban su baronía por la fiesta. ¡Con todo lo que tiene el PP para comentar estos días!

El bebé de Adriana Lastra fue un santín todo el tiempo. Cuando empezó a llorar uno también se sentía cansado.

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