de lo nuestro Historias Heterodoxas

El maestro campanero de Villabazal

Diego Lavilla se encontraba en Turón a mediados del siglo XVIII y fabricaba campanas, si bien es posible que su taller fuese itinerante

El taller del campanero, visto por Alfonso Zapico

El taller del campanero, visto por Alfonso Zapico / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Como ya hemos contado otras veces, en 1749 el rey Fernando VI encargó a su ministro el marqués de la Ensenada que realizase una gran encuesta en todas las provincias de la Corona de Castilla para conocer la realidad económica y social de sus súbditos. Salvo Canarias, las provincias vascas y Navarra, que por aquel entonces ya contaban con una legislación propia sobre este asunto, todos los territorios respondieron bien pero sin prisas, dada la precariedad de las comunicaciones que en muchas zonas hizo difícil acercar los datos desde las aldeas más apartadas.

El maestro campanero de Villabazal

El maestro campanero de Villabazal / Ernesto BURGOS

El cuestionario que se repartió por todo el territorio real constó de cuarenta apartados en los que se preguntaba por el número de vecinos, las infraestructuras y las diferentes formas de producir riqueza y para que todo se acercase más al detalle los concejos de mayor tamaño se dividieron en jurisdicciones más pequeñas.

El Conceyón de Lena, del que aún no se había desmembrado Mieres, se repartió en seis, que por algún motivo no se ajustaron a la geografía como parece más lógico, de modo que cada jurisdicción agrupaba a pueblos que estaban separados entre sí por otros que formaban otra diferente. La tercera de ellas la constituían las parroquias de Gallegos, Cuna, Figaredo, Turón, Urbiés, Ujo, Santa Cruz, Carabanzo, Villallana, Muñón Cimero, Pola, Castiello y Felgueres.

Hoy quiero pararme en una curiosidad que se señaló al relacionar los oficios de los habitantes del valle de Turón. Entre ellos se citaron cuatro herreros que combinaban esta actividad con las labores del campo. Uno de ellos dedicaba a esta actividad noventa y nueve días al año; otro ciento treinta y dos y los dos restantes cuarenta y nueve días cada uno y todos ganaban lo mismo: tres reales por jornada. Junto a ellos y también a tiempo parcial trabajaban cinco maestros de hacer cajas "para encubetar la conserva" y otros dulces.

Hasta aquí, nada parece reseñable, pero sí lo es la existencia de un maestro de hacer campanas mayores y menores, vecino de esta parroquia, llamado Diego Lavilla, quien sacaba una renta anual por su producción de quinientos cincuenta reales. Desgraciadamente no tenemos más informaciones sobre este quehacer tan específico, salvo pequeñas pistas como la que recogió en 2010 el estudioso Jorge Varela en una entrevista a Manolito Baquero, nacido en 1925, donde se citó el recuerdo popular que situaba al taller en Villabazal.

En este lugar existe también la tradición de que fue parada habitual de uno de los múltiples ramales que cruzan los concejos del sur de Asturias para confluir en el Salvador de Oviedo. Y aunque tampoco hay nada que lo certifique, se dice que en una de las casas conocida como "el convento" hubo un albergue de peregrinos. Lo cierto es que allí se recuperaron el año pasado tres sillares con las inscripciones: "IHS / AVE / María/ Purísima / sin pecado / concebida/ Año de 1791"; "Hízose en el año de 1793", refiriéndose a una ampliación de la construcción, y otra muy gastada que presentaba en sus dos líneas inferiores la frase "Solum quod dabis, abebis", que se traduce como "Solo lo que des, tendrás", en una clara referencia a que en el otro mundo encontraremos el premio o el castigo a lo que hayamos hecho en este.

Sin embargo, con la misma carencia de informaciones también podríamos vincular esta vivienda con el taller de nuestro campanero, aunque para ello se tendrían que hacer algunos trabajos de excavación que localizasen los restos de la infraestructura imprescindible para estas labores.

En el siglo XVIII los campaneros eran artesanos bien pagados que se pasaban los secretos del oficio de padres a hijos y los guardaban cuidadosamente como sucedía desde la Edad Media en cada gremio con lo relativo a su especialidad. No obstante, las características de su profesión hicieron que muy pocos tuviesen un taller estable y la mayor parte se desplazaban a pie de obra, por lo que parece extraño que en Villabazal perdurase uno de estos establecimientos.

Diego Lavilla figura claramente en el catastro de Ensenada como vecino de Turón, lo que significa que en aquel momento pagaba aquí sus impuestos, sin embargo esto no implica que fuese natural de esta villa sino sencillamente que residía en ella, aunque no sabemos cuánto tiempo llevaba en esta situación ni tampoco si permaneció mucho en nuestro valle.

Por otro lado, aunque en los registros de Turón aparece muy frecuentemente el nombre de Diego, no se encuentra el apellido Lavilla, lo que nos inclina a pensar que se trató de un taller provisional que pudo abastecer a las zonas próximas durante una temporada hasta que sus posibilidades de mercado se fueron reduciendo, tal vez para desplazarse a las provincias castellano-leonesas en las que en esta época no les faltaba trabajo. Está documentado que la mayor parte de los campaneros que recorrían estas comarcas procedían del País Vasco, Cantabria y Asturias que en muchos casos construían talleres provisionales cercanos a las torres para ahorrar así el esfuerzo del transporte.

Lo cierto es que esta actividad siempre deja unas huellas que perduran en el tiempo. Por ejemplo en el taller zamorano del convento de San Francisco Extraportem o en el burgalés de la ermita de la Vera Cruz de Frandovínez, que han sido bien estudiados, se encuentran bases de moldes, fosos de moldeo, hornos de reverbero y marcas del sistema de poleas y andamiaje necesario para sacar las campanas del foso de fundición una vez terminadas.

Cerca de Villabazal tampoco podemos reconocer ningún campanario de importancia, por lo que se puede suponer que la respuesta al cuestionario recogió, como era obligatorio, lo que había en aquel momento preciso y aunque deja claro que Diego Lavilla hacía campanas menores y también mayores allí no llegaron a fabricarse nunca esas piezas de cientos de kilos que se emplazan en los grandes templos.

Sin embargo, la confirmación definitiva para situar el taller se daría al encontrar los restos de arcilla, arena, cenizas, escoria de carbón, madera carbonizada o pequeños fragmentos de la colada de bronce que aún deberían estar en el lugar donde se efectuaron las fundiciones.

Joaquín Manzanares catalogó un centenar de campanas asturianas que fueron fabricadas desde el año 1023 hasta 1893. La más antigua es la de la iglesia de San Miguel de Bárcena del Monasterio en Tineo, aunque fue refundida en 1771, pero en la catedral de Oviedo se encuentra la que –si nadie lo contradice– es la más antigua del mundo de las que siguen en uso. Se trata de la llamada "Wamba", de 1219, que solo se hace sonar en las grandes solemnidades. Según dicen, en Córdoba hay otra que se remonta al siglo IX, pero no está en funcionamiento.

En la Montaña Central tenemos que acercarnos ya hasta el siglo XVI para citar la de Santa Cristina de Lena, que son seguridad sustituyó a otra anterior, pero también ha desaparecido. Yendo al siglo XVII, Manzanares situó en esta época la de Tuiza, también en Lena y con la inscripción "Ave María Gracia Plena". Ya en el siglo XVIII en el mismo concejo están la campana menor de Cabezón, de 1752, y la de la capilla de La Flor con el texto "IHS, María y Josep" y la fecha 1753. Luego ya tenemos que llegar hasta 1828, que es el dato que muestra la de Fierros.

Todas ellas son pequeñas y por las fechas no podemos asociarlas al taller de Villabazal, a no ser que manejemos un arco de tiempo bastante grande, no obstante debemos tener en cuenta que la gran mayoría de las campanas de nuestras Cuencas carecen de fecha y solo se pueden datar con mejor intención que método. Por ejemplo, Benjamín Álvarez "Benxa" consideraba que la campana más antigua del concejo de Mieres es la de la iglesia del Santo Ángel de la Guardia en Villar de Gallegos y a falta de otra opinión más experta no se le puede contradecir.

Además la mayoría han desaparecido en guerras, robos o por el simple desgaste que por término medio acaba inutilizándolas casi siempre tras siglo y medio de tañidos. Aunque tampoco podemos olvidar motivos tan prosaicos como la venta para el mercado negro del coleccionismo o más singulares como como sucedió en la Iglesia Santa Eulalia de Ujo, donde el párroco de 1954 mandó refundir en Trubia dos antiguas para fabricar una nueva que se adaptase mejor al reloj del campanario.

En fin, no hace falta que les diga que aquí tenemos otra de esas pequeñas historias pendientes de resolver. Uno ya se va haciendo mayor, pero con un poco de suerte confía en conocer dentro de no mucho tiempo algo más sobre el campanero de Villabazal.

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