Opinión | Tribuna

Enrique García, el ángel exterminador de la escena

Un langreano que triunfó en España y Latinoamérica, fue un masón reconocido y amigo de Luis Buñuel y Jacinto Benavente

Desgraciadamente pocos conocen la historia Enrique García Álvarez pues, a excepción de una magnífica biografía sobre el personaje escrita por Julio José Rodríguez Sánchez allá por el año de 1997 y editada por el Ayuntamiento de Langreo, este gran actor teatral, miembro de las principales compañías de la época y de excelentes condiciones para la interpretación, pasó sin pena ni gloria por la historia de los grandes nombres del arte asturiano.

Nacido el 29 de abril de 1896 en Sama de Langreo, Enrique fue el tercero y único varón de los cuatro hijos del matrimonio formado por José Álvarez Fernández y Generosa García González (tenía dos hermanas mayores mellizas y una hermana, Concha, cuatro años menor).

Desde muy niño sintió una clara inclinación por la interpretación y, a pesar de que pronto tuvo que comenzar a trabajar en la fragua de Carbones Asturianos para ayudar a la economía familiar, comenzó pronto a participar como actor en las obras que se representaban en la Casa del Pueblo de Sama. Por mediación de un tío materno viajó a Argentina con apenas 18 años y allí, en Buenos Aires, trabajó en la compañía de Concha Olona. Sin embargo, sintiendo gran añoranza por su Asturias natal, decidió regresar al poco tiempo. Su amor por el teatro le permitió continuar trabajando en pequeñas representaciones de carácter local hasta que el ayuntamiento langreano le concedió, en agosto de 1919, una beca de 2.000 pesetas para trasladarse a Madrid y tomar lecciones de interpretación y declamación en el Conservatorio de Música dirigido por el compositor Tomás Bretón.

Es este quien le propuso que alterase el orden de sus apellidos para hacer coincidir su nombre con el de un gran dramaturgo, el madrileño Enrique García Álvarez, pareja profesional de Pedro Muñoz Seca. Esto hizo que los equívocos entre ambos se produjeran de modo constante, algo que no beneficiaría al langreano y que llegaría a eclipsarle.

La beca de formación de Enrique se amplió al año siguiente y por el mismo importe gracias al aprovechamiento y a los buenos resultados obtenidos. En Madrid, entró en contacto con la masonería e incluso llegó a ingresar, bajo el nombre de Sama, en la Logia La Catoniana. Tras finalizar sus estudios y de regreso a su Asturias natal, conoció durante una representación teatral en el teatro Pilar Duro de la Felguera a quien iba a convertirse en su compañera de vida, la también actriz valenciana Carmen Collado, por aquel entonces en la compañía de Valeriano León. Parece que el flechazo fue mutuo y pronto se casaron en Valencia antes de partir para la Argentina.

A su regreso, en 1934, entró a formar parte de la compañía del Teatro Español de Madrid, interviniendo con gran éxito en obras como “El alcalde de Zalamea” o “Santa María del Buen Aire”. Admirador como era del teatro de Jacinto Benavente y de Alejandro Casona, participó en la compañía de la gran Margarita Xirgú, con obras de ambos autores, en el primer caso en la titulada “La novia de nieve” y en “Otra vez el diablo”, de Casona, en el papel de Farfán.

Enrique García, el ángel exterminador de la escena

Enrique García, el ángel exterminador de la escena / Alicia Vallina

Con motivo de la conmemoración del 300 aniversario del fallecimiento de Lope de Vega, en 1935, García Álvarez participó como actor en las representaciones de “Fuenteovejuna” (una de ellas a beneficio de los huérfanos de Asturias) y “El villano en su rincón”. En Madrid también intervino en obras como “Una tarde en la boca del asno”, “La boda de Sole” o “El trovador”, estrenada el 19 de marzo de 1936 en El Español. Tras el estallido de la guerra civil, y siguiendo siempre los datos aportados por Rodríguez Sánchez, medió con el gobierno valenciano para lograr la excarcelación de Jacinto Benavente hasta que, pasando por París, huyó definitivamente a México. Comenzó a encargarse de realizar las actividades culturales del Centro Asturiano (incluso llevó con gran éxito a Luis Miguel Dominguín) y de la dirección del teatro Ideal. Allí estrenó la obra El “Llagar del Polesu”, que fue retransmitida por radio en directo también para España, “Yerma” o las dos obras de Casona, “La dama del alba” y “Los árboles mueren de pie”.

En México interpretó un sinfín de obras teatrales, todas ellas de tremendo éxito y gran acogida popular, como los autos sacramentales de Lope de Vega titulados “La siega” y “La fuente del mundo” (representados en la catedral de la capital azteca), “La Malquerida”, de su amigo Benavente, o “La loca de la casa”, de Pérez Galdós. Pero García Álvarez no solo se dedicó al teatro durante su exilio, sino que se convertiría también en un importante actor cinematográfico de reparto. Intervino en la película de Ramón Pereda titulada “El capitán Centellas”, en 1941 y, a partir de entonces, en más de un centenar de producciones, trabajando con los más importantes directores y actores mexicanos como Cantinflas o el director Miguel Morayta.

En México, Enrique conoció al cineasta de Calanda Luis Buñuel, y entabló con él una gran amistad. Su primer trabajo juntos fue en la película “Ensayo de un crimen”, de 1955. Bajo la dirección de Buñuel interpretó a Don Juan Tenorio en una producción teatral para recaudar fondos para el Sanatorio español de México, pero su gran triunfo llegaría en 1962 por su papel de Alberto Roc en el film surrealista “El ángel exterminador”. Por esta interpretación recibió el más importante premio del cine mexicano, la Diosa de Plata. Su última aparición en la gran pantalla fue con 74 años en el thriller titulado “El club de los suicidas”, de 1970, dirigido por Rogelio González.

Enrique siempre quiso regresar a Asturias. Había pasado ya más de 30 años de exilio y, en 1971, volvió a Sama para reencontrarse con los suyos. Unos días después, el 24 de enero, en Valencia, visita obligada por ser tierra de su esposa y en la que esta se recuperaba de una operación ocular, sufrió un infarto que acabaría para siempre con su vida. Admirado en México, su muerte ocupó buena parte de las crónicas culturales de su segunda tierra, pasando en España prácticamente desapercibida.

Hombre de claras convicciones socialistas que jamás ocultó, admirado y querido por sus compañeros y paisanos, su pasión por la interpretación le hizo convertirse en uno de los más grandes actores de reparto de su tiempo y en un asturiano “de manos limpias y conciencia tranquila”, que siempre llevó a Sama en su corazón.

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