Opinión

"Jinsei wa subarashi"

La vida es maravillosa

Hace unos días recibí en la notaría a un padre al que hace poco le pasó lo peor que le puede pasar a un padre: perder a un hijo. Sí, creo que es lo peor que puede pasarte, y de hecho es una situación que no quieres llegar ni a plantearte nunca que te pueda pasar a ti. La cosa es que aquel hombre después de que tratásemos la cuestión para la que vino, se quedó un momento para comentarme cómo estaban llevando el tema su mujer y él, que tenían más hijos y que por ellos querían sacar fuerzas para seguir adelante y me contó algo que ya me quedará gravado siempre: "Poco antes de morir –me dijo– nos cogió la mano a su madre y a mí, nos pidió que no sufriéramos por él, y que el mejor recuerdo que podía dejarnos es que cuando nos acordásemos de él lo hiciéramos con una sonrisa de agradecimiento por la vida que le regalamos y por todos los años que la disfrutamos juntos". Y se despidió de mí con esa sonrisa que seguro dedicó a su hijo. Después de escuchar eso no te queda otra que admirar a aquel chaval, a sus padres, y avergonzarte de tus preocupaciones del día a día.

Coincidió que esa misma tarde escuché por internet una charla de Yokoi Kenji, un trabajador social y conferenciante, hijo de padre japonés y madre colombiana, que nació en Bogotá y que con diez años se fue a vivir a Japón, a un país donde cuenta que cuando llegó ni él entendía nada ni a él le entendían nada y que además los compañeros del colegio le hicieron el vacío. Lo pasó muy mal, pero nos dice que tuvo la suerte de encontrarse con un profesor de inglés que tenía la difícil tarea de enseñarle a él, que solo hablaba español, a hablar inglés en japonés, o sea la confusión de mi vida, cuenta Yokoi. Y aquel hombre, recuerda, parecía un profesor loco, que se subía al pupitre, lo que nunca haría un japonés, y gritaba "Jinsei wa subarashi", que quiere decir "La vida es maravillosa", y que lo escribía en la pizarra en inglés; y que igualmente cuando se cruzaba con chavales por los pasillos o en el patio, a menudo les paraba y les decía aquello de "Jinsei wa subarashi", "Jinsei wa subarashi".

"Yo –nos cuenta Yokoi– me preguntaba pero qué es lo maravilloso que ve este hombre en la vida, cuando hay que aprender inglés en japonés y ya se me está olvidando el español y no entiendo japonés y menos voy a aprender inglés; mi vida es una tristeza y encima tengo que aguantar a este señor gritando que la vida es maravillosa".

La cosa es que Yokoi pudo al fin graduarse, y pasados unos años volvió a toparse con aquel extraño profesor en una estación de tren, y que al verlo a él allí mismo, para vergüenza de Yokoi, se puso a gritar en el andén: "Niño Yokoi, jinsei wa subarashi, jinsey wa subarashi", y además lo invitó a tomar un café, a lo que él, a pesar de la sensación de ridículo, no pudo negarse. Y tomando aquel café, Yokoi le preguntó: "Maestro, quizá no vuelva a verlo más en la vida, cuénteme por qué es usted tan dinámico, tan feliz". "Mira Yokoi –le contestó él– esto que te voy a contar es un secreto: yo estaba casado y mi mujer era también profesora como yo; nuestra pasión era enseñar y éramos muy felices los dos. Pero un mal día le diagnosticaron una enfermedad fatal que se la llevó enseguida. Durante el transcurso de la enfermedad yo quería estar junto a ella el mayor tiempo posible, incluso me planteé irme con ella; pero ni siquiera me permitió estar mucho a su lado, simplemente me dijo: "Si me quieres de verdad, tienes que ir a enseñar, porque yo no puedo, y mi única felicidad ahora es saber que tú estás enseñando a los niños. Si de verdad me quieres lo puedes hacer, y sonreírles y transmitirles a ellos que la vida es maravillosa. Cada vez que lo hagas te estarás acordando de mí". "Y yo llegaba a la escuela, tomaba aire, me limpiaba las lágrimas, y pensando en ella entraba a enseñar y a decir y a repetir a los niños que la vida es maravillosa. Los compañeros maestros lo sabían y por eso me dejaban hacerlo, porque era una promesa que tenía que cumplir con mi esposa. Ella me ha enseñado a vivir, me ha enseñado que la vida es realmente maravillosa"

"Después de oír todo eso –nos dice Yokoi– yo solo pude pedirle perdón, pensaba que era un personaje ridículo y la verdad es que es un héroe; nunca lo olvidaré y de hecho cada vez que paso un momento difícil me acuerdo del maestro y me digo, vamos, la vida es maravillosa, ahora es donde hay que probarlo".

Aquella noche, y después de escuchar a aquel padre por la mañana y a Yokoi por la tarde, me costó dormir; posiblemente estaba avergonzado de mí mismo pensando en que, como muchos, nos convertimos en seres tristes preocupados tremendamente por nuestras menudencias del día a día, olvidándonos de vivir, sin darnos cuenta de que estamos rodeados de auténticos héroes anónimos que sin tiempo para perder en tonterías como la mayoría de las nuestras nos demuestran también día a día que la vida puede ser ciertamente maravillosa.